jueves, 28 de junio de 2012

Los subtítulos no están bien sincronizados.


Copiosidad. Tedio. Mejor tedio. Esta última temporada he sido la fiel imagen de una pieza más del engranaje. Fiel costumbrista a un horario roto desde el punto de aplicación. La verdad, se veía venir. Esa verdad la oía en casettes cuando de pequeño íbamos de camino a un pueblo costero, en un que ya recién comprado era un Ford Escort viejo. Ya de pequeño no había razón para no ser pesimista. Sobre todo si te dicen lo contrario. Sopa fría, pero nunca de sobre. Al menos sabías que te lo habías ganado a pulso.  

 Cada día era una copia del anterior, sólo que el puteo era cada vez diferente. Al menos el fantasma de la normalidad no me había atenazado del todo. Paseaba de una punta a otra de la ciudad, a clase, a trabajo, lo que fuere. En esos trayectos convives con el mundo, te haces parte de él. Observas las tiendas abrir, a las viejas quejarse, a los jóvenes gritar, gente de traje que sale a fumar un pitillo mientras mira con desden al pobre que falsea una cojera. Ya no cuela, bien podrías cortarte la pierna delante de un colegio. Al menos así tendrías un mínimo momento de gloria en algún programa de videos. Puede que te conviertas en un hito gris, puede que esa sea una mejor excusa.

 Las parejas se dedican miradas en las cafeterías, y miran al suelo cuando el otro va al baño. Los jóvenes se quejan, las viejas gritan. El mejor sentido de todo es que nada de esto tiene sentido. La gente lo ha convertido en su mantra. Y dedican el día a día para regodearse en su fracaso. Fracaso que viene, como siempre, de antes. Las mismas casettes daban una idea de que seriamos los más listos viviendo debajo del puente. O al menos los que viven a la intemperie con las mejores galas.

 Todas esas caras asumen esto como cierto, como éxito, como meta. Podría hablar de infinidad de temas, pero sin duda lo que define mi personalidad es mi trabajo. O mi carrera. O mi puta madre. Y esa tendencia desde hace tiempo estaba ganando la partida. Todos los días es levantarse y cruzarte con otros perdedores que te miran por encima del hombro, al igual que lo haces tú con ellos. Aquí nadie vence, la partida está cerrada desde que naciste.

 Levantarse y ver la misma historia una y otra vez. Días oscuros en verano. Este es tu desierto, acostúmbrate. Coger un bus y dirigirte al mismo sitio a oír lo mismo que has oído alguna otra vez. Los cigarrillos ahora se apagan para que no se consuman. Hasta eso han conseguido prolongar. Bajas, e intentas comer lo primero que encuentras. Unas latas y alguna verdura te saludan desde el otro lado de la nevera. Las tardes no son mejores. El gran ojo catódico ha sido sustituido por una tecnología mejor. Ahora la programación de mierda la generas tú, tú decides cuanta quieres tragar y de que forma. Y todos nos nutrimos de esta coprofagia. No hay hora límite, no hay horario de cierre. Otra pantalla me mantiene alelado en virtud del progreso. Y lo que es mejor de todo, es elección propia.

  Crees que cualquier salida nocturna es una liberación, pero no. El horario está planteado con sus marcas de servidumbre y sus parcelas de locura controlada de fin de semana. Asumido esto como normal, como repetición. Ahora la gente limpia cuidadosamente sus botellas  y te mira extrañado cuando te sales de la norma. Cuando te sales de la norma sin que sea de la manera premeditada. Levantaos, gritad, pero que sean las consignas de siempre. Vivir una falsa sensación de libertad basada en un discurso ya asumido.

 Antes la maleza me permitía ver el bosque. Es más, es lo único que me permitía verlo como tal. Desde que se fue solo veo un entorno aséptico de orgullosos árboles que comparan sus hojas esperando a ser talados. Y que sus nietos tengan una hermosa mesa Bjursta de Ikea, a  199 € la unidad. Y así entregas tu salud a encontrar tu puesto al mejor vendedor de alfombras del mes. Y ahora he llegado a mi máxima de peso y uno de los pocos pantalones que me sirve está roto. Un parche cubre uno de sus mayores agujeros.

 Las pocas veces que algo me saca de la dinámica son noticias de gente que hace que no veo, contándome cosas que ojala hubieran sido, pero no. Y toda esperanza albergada en esas pequeñas imágenes se diluye en lo imposible. Si, a mi también me gustaría haber dicho esa frase, pero el momento no vuelve.. Todo por promesas de bondad que se desmoronaron la vez que salí a la calle por primera vez. Pero la esperanza es buena nadadora,  y no le importa que en el whisky haya arenas. Cualquier oportunidad le sirve para aferrarse, aunque la sonrisa enmascare un No descarado. La oda a la negación, lo de siempre en un bonito envoltorio blanco. Creo que te va bien colocando las piezas en el puzzle, aunque tengas que babear las piezas para que encajen.

 La noche dice que no, y cuando debería descansar para el día de ayer me dedico a ver como otras personas se quejan impunemente sin hacer ningún tipo de cambio asumible como tal. A no ser que hayan encontrado al coño madre. Se hace tarde, y me meto en cama. Estoy cansado, pero pasado dice que es buen momento para pedradas o bailes a la luz de la luna. Aunque sólo sea en duermevela. Cuando consigo conciliar el sueño, todo conspira para que no cierre ojo. Desde cama, si cierras los ojos, puedes hacerte la imagen de un paraíso perdido: Una gaviota se pasea de tejado en tejado, otros pájaros se comunican en su idioma particular, el sol hace su amenaza desde las rendijas d ela contraventana, un camión de basura vacía los contenedores.

 Tom Grass. Últimos paseos en la ciudad del viento -Visiones y recortes de delirio y carne-Ed. White Sparrow 2012

miércoles, 8 de febrero de 2012

Un refugio en la arena (Parte II)

"Dos días después toca hacer la maleta de nuevo. No Flag Mike estaba de cumpleaños, y me habían invitado a una fiesta sorpresa en casa de su novia. El primer y único bus a la Ciudad del Viento salía a las 9:15 de la mañana. La bruma cubría ya temprana los montes. Como la nieve, se posaba en los tejados. Amanecía, y sólo al sol sentía uno vida, a la sombra la helada de aferraba a los huesos, el fantasma de promesas pasadas. Antes de subir al bus, el vaho se mezclaba con el humo del tabaco. Luego el bus serpenteó entre bosques, donde esa muerte blanca aún se extendía.

El verdor costero no tardó en hacer aparición. Hice por dormir un rato, pero el traqueteo del bus no ayudaba mucho. Era una puta carraca. Llegamos ya a la estación, y la luz del sol se vuelve cegadora. Cargo con la maleta hasta la parada del urbano más cercano y unos diez minutos estoy en el piso de nuevo. La habitación estaba tal y como la había dejado, hecha una desgracia. El intersticio hacía que el agua de la lluvia formara un pequeño charco bajo la ventana. Otro sumidero más.

Las horas, aunque pesarosas, pasan volando, y el sol desaparece otra vez, dejado un halo anaranjado sobre los tejados de los edificios colindantes. Aún no sabía exactamente como llegar al piso de la fiesta, pero Dark Cat quedó conmigo y entre los dos lo figuraríamos. Antes tendríamos que comprar algo para la decoración. La temática de la fiesta radicaba en disfrazarse de algo que empezase con la letra P. Perfecto, dábamos el perfil de pordioseros, eso que nos ahorrábamos. Llegamos al piso a eso de las 20:30, y las chicas nos dan la bienvenida. Mi piso a su lado era un palacio. En las habitaciones, las camas se ahogaban sepultadas por montañas de ropa usada. La cadena del retrete había sido sustituida por un alambre. Para poder servirte agua en la cocina antes tenías que separar montañas de platos en los que se adivinaba aún lo que sirvieron en otro tiempo. Las ventanas daban al interior de lóbregos patios de manzana. Ya podían pagar poco.

Me entretengo jugando con un gato que tienen. El animal había sido rescatado por una asociación tras haber pasado la vida en la calle. Tenía los ojos podridos cuando lo encontraron, y se los tuvieron que sacar. Ahora vagaba ciego por la estancia. Se manejaba sin muchos problemas, pero la cantidad de gente que había lo hacía caminar nervioso. A la hora llega Mike, y hacemos la sorpresa de rigor, luces apagadas, velas, sonrisas, bebida, aperitivos rancios, el paquete clásico. Luego salir, y juguetear con cualquier tontería. Me alegraba por Mike, pero esa noche no iba a pasar a la historia, ni mucho menos. Le invito a él y a Cat a un par de chupitos, y al rato me marcho para casa.

El miércoles a la noche Laura me manda un mensaje y me dice que vuelve el jueves. Laura es una joven de 21 años, que venía emigrada de Suiza desde hace unos 7 años. La conocí hace un mes y medio, era amiga de la novia de Dark Cat, y me acosté con ella a las tres semanas. Tenía los ojos azules de un color intento, pero su melena roja poco tenía de verdad. Solía vestir de negro, con chaquetas de cuero, pantalones y medias rotos, cuando no faldas con volantes y corsé. Tenía unas tetas breves y muy buen cuerpo. Su mentalidad no era gran cosa, pero me divertía. Tenía que llevarle un gorro que se había olvidado en mi casa la última vez que había pasado por aquí. Ahora mismo estaba de vuelta de un concierto, y había vuelto con una amiga al hotel donde se hospedaba en el autobús del grupo que había ido a ver: el clásico grupo pseudo metalero con un hit de radio-fórmula que había encandilado a muchos jóvenes hacía años. Sobra decir que ese grupo me parecía vomitivo. Me dice que el batería quedó con ella y su amiga en la habitación, y yo ya me huelo el desenlace.

Jueves, voy a recoger a Laura a la estación. Me dice que llega tarde, pero le digo que no es problema, todo sea porque acabe en cama otra vez. La veo aparecer entre los buses, pero no le hago caso hasta que está a unos tres metros de mí. Le doy el gorro, que había aparecido entre la cama y la pared de mi habitación tras una hora de búsqueda. Por lo visto había sido una noche larga. Vamos a tomar algo en un bar cercano, ella se vuelve ir a su casa en una hora. Bueno, hoy no. Hacemos bromas ligeras mientras ella me cuenta el concierto. No le hago mucho caso. Cuando le pregunto que tal la noche, no me da muchos detalles. Mis especulaciones van por buen camino. Le pregunto si va a salir algún día de estos, y me dice que no, pero que espera verme en fin de año. Le digo que en fin de año no voy a estar y se apena un poco, cosa que se le pasa cuando la beso para despedirnos. Esa misma noche me pillo una buena borrachera, y cuando llego a casa le mando un mensaje para quedar al día, y a poder ser noche, siguiente.

Me despierto gracias a la luz que se cuela entre las rendijas de la ventana. Estoy machacado, el colchón en el que duermo es incómodo, y por mucho que duerma no descanso. Con un ligero dolor de cabeza enciendo el ordenador mientras repaso la noche anterior mentalmente. Nada reseñable. En la red social de turno, veo un mensaje y un comentario. Dark Cat me dice de quedar para ir a coger las entradas de un concierto al que iremos en Febrero en Ciudad Condal. El mensaje es de Laura, dice que vendrá por aquí, pero que queda con la novia de Dark Cat y que muy probablemente no salga. Me ducho y salgo a la calle con el tiempo justo.

Camino mientras me aparto el pelo mojado de la cara, hace algo de frío. La gente pasea, hace sus cosas, ríe, cree que vive. Un pobre nauseabundo bebe de un cartón de vino arropado por unas mantas en el escaparate de un comercio cerrado tras liquidación. Carraspea y se quita las manchas de la barba y su nariz bulbosa. Una niña pequeña con unas medias de fresa y chupete rosa juguetea con unas colillas del suelo mientras su madre habla por teléfono. Un semáforo se pone en verde. Cruzo y llego a la tienda. Allí me esperan Dark Cat el resto de la tropa. Compramos las entradas y vamos a mi casa a reservar los billetes de avión. Mientras el grupo va subiendo las escaleras despacio, me doy prisa para acicalar un poco la habitación. Al rato ya teníamos los billetes encargados. Había anochecido ligeramente. Salimos a la calle, y vamos a celebrar la hazaña con una cerveza, era la noche antes de la gran noche y no los volvería a ver hasta la semana que viene.

De camino al Lucky Rock nos encontramos con Laura etc. y decidimos ir todos juntos. Subimos a la parte superior del local, ellas se sientan en una mesa y nosotros en otra. Estamos en la misma mesa desde la cual escupí mi bebida a la parte inferior una noche tras una discusión. El colega con el que había discutido se sienta en el mismo sitio, y cuando nos damos cuenta ambos soltamos una carcajada. Esa broma bien me habría costado una paliza, pero el mismo camarero que subió con el puño cerrado, al verme, se cortó. Me habría machacado de ser otro, pero tener el mismo equipo de fútbol favorito en un local de casi radicales me había salvado. Sonrió, incluso. Mientras ellas cacarean, nosotros contamos anécdotas, y alguno se va despidiendo ya, guardando fuerzas para la última noche del año. Acabo la cerveza y voy a barra a por otra.

Al volver arriba, Laura ocupa la silla que está a mi lado. La novia de Dark Cat está hablando con él de vete tú a saber que te quieros. Me siento y Laura apoya su cabeza en mi hombro. El collar que lleva se me clava un poco, pero no es mayor molestia. Le paso la mano por la cara y sonríe. No acabo de estar del todo cómodo con la situación, así que salgo a fuera a fumar un cigarrillo. A la vuelta, me cruzo con Laura.

-¿Cómo no m dijiste que bajabas a fumar un cigarrillo? Habría bajado contigo.

-Lo siento, nena, ni me di cuenta.

Le paso la mano por la cintura, y la beso. Es un beso corto primero, seguido de otro más largo. Cuando intenta volver a besarme, me aparto un poco. Cuando la voy a besar, sonríe. Ella sale y me encuentro en la barra a Wallace, un chaval al que hacía ya tiempo que no veía. Era el menor de cuatro hermanas, y la perfecta definición de oveja negra. Hijo de familia pudiente, era el único que renegaba de ello, y ya a temprana edad había probado de casi todo. Tenía un don para la música, y justo comentaba con él sobre una guitarra que le iba a comprar. Le pregunto que tal le va, y me dice que bien, con su característico tono sarcástico, y luego suelta una sonrisilla traviesa. “A ver si se puede amañar algo de speed”. Ambos reímos, me cae bien. Me parece una buena oferta, y le digo que si eso después nos veríamos. No me gustaba mucho el speed, me daba un dolor de cabeza horrible, pero tampoco me disgustaba el plan, sobre todo si invitaba. Blanca y pobre navidad, sonaba bien.

Laura vuelve de fuera, y nos volvemos a besar. Me dice que le gusto, y recuerda lo increíble que le pareció el primer día que la besé. Ni siquiera recordaba que había sido yo. Por lo visto le caía mal en principio, pero no sé que demonios le dije que le hizo cambiar completamente de parecer. A saber, cualquier verdad bien mentida. Se le hace tarde, subimos y nos despedimos todos. Dark Cat y yo acompañamos a las chicas a coger el autobús, a una parada cercana. Mientras esperamos, hablo con Laura y una amiga suya a la que realmente no le caigo bien. Su amiga sonríe, punto, pero a mi no me engaña. El bus llega, y antes de subir me vuelve a besar. La cojo del culo y aprieto. Se sube al bus sin dejar de mirar para mí. Dark Cat me dice que se va a casa. Le deseo una feliz noche de falsedad.

Cuando vuelvo al Lucky, Wallace ya no está. En el tiempo que me lleva darme cuenta, otros habituales aparecen, y nos disponemos a dar un sonoro homenaje a la noche, aunque apenas nos juntemos cinco. Penúltima noche del año, puedes ir en paz."

Tom Grass. Últimos paseos en la ciudad del viento -Visiones y recortes de delirio y carne-Ed. White Sparrow 2012


jueves, 26 de enero de 2012

Un refugio en la arena (Parte I)


Mi abuelo se muere. Lleva unos dos meses ingresado por una insuficiencia renal y la estancia en el hospital hace que sus bronquios empeoren. No he podido ir a visitarlo ya que me había prometido centrarme este trimestre más en las clases, aunque cada llamada de teléfono era para algo malo ¿Qué tal? Yo bien. Bueno, por aquí más o menos, pero tu abuelo etc etc etc. Antes de la cena mi padre me dice que le han diagnosticado un cáncer. Mañana iré a verlo, pero hoy es Nochebuena, son cerca de las 2:30 de la madrugada y me dirijo al pueblo donde crecí. A casa.

Llegamos a eso del cuarto de hora, me abrigo y me dirijo a encontrarme con caras a las que hace que no veo cerca de un año. Caras que me recibirán algunas con una sonrisa, otras con cara larga y las que más con la sorpresa del que ve a un muerto caminando. Hace frío, frío de verdad. En una calle cercana a casa me encuentro el cadáver de un gato congelado. La helada. Hacía pocos días se habían encontrado a un vagabundo muerto por lo mismo. Navidad, blanca navidad. El local donde solíamos empezar la noche está cerrado. Pruebo suerte en otra zona.

Janet debería estar por aquí. Hacía bastante que no la veía. Desde que había dejado el piso que compartíamos, hará próximamente un año, sólo la he visto de pasada unos cinco minutos una noche que se acercó a la Ciudad del viento. La llamo, el teléfono da tono, pero ella no responde. A saber. Paso cerca de una cafetería en la zona alta tras callejear por el centro y allí me lo encuentro, como todos los años. Jimmy Beam. Apago el cigarrillo. Al entrar, no me reconoce, pero en cuento me saco el gorro y le hago una reverencia él responde. Nos damos un abrazo.

Jimmy es un hombre andado. Tendrá unos cinco o seis años más que yo, pelo largo, botas camperas y siempre una historia que compartir. Parecía alguien salido de la contraportada de un álbum de los 70’s. Apasionado del rock sureño, tocaba la guitarra en un grupo que incluso había conseguido ganar algún concurso internacional. Siempre teníamos esas conversaciones a altas horas en locales a puerta cerrada, cuando mientras sonaban The Doors poníamos a parir a Capote mientras hacíamos esfuerzos por mantenernos en pié. Comparte mesa con su novia, que mantiene una conversación sobre las generaciones anteriores con un viejo lobo, su hermana, y alguien más. Cuando tiene un momento, y tras darle un trago a su vaso de bourbon, en un par de frases nos ponemos al día. Le pregunto por el resto de gente y me dice que están en la Válvula, local en el que acababa todo el mundo. Tras un par de copas, nos dirigimos allí.

Tras unos cinco minutos compartiendo anécdotas recientes llegamos. La Válvula se sitúa en un recoveco de una calle que desde hace un par de años es peatonal. En el exterior hay los clásicos grupos de gente, algunos compartiendo un canuto, otros simplemente saliendo a echar un cigarrillo. Jimmy acaba la copa que trajo su novia del otro local y entramos. En el interior veo a Bruce, que me sonríe con su clásica sonrisa pícara. Bruce es uno de los chavales con los que crecí, juntos habíamos pasado por todas las penas y alegrías que la adolescencia nos podía dar a dos jóvenes amantes del heavy metal. Conocimos grupos, hierba y sinsabores de una manera bastante especular, y nos teníamos una especie de cariño mutuo, pese a que últimamente nos veíamos un par de veces al año. La última fue en unas fiestas hace unos meses, en las que como siempre no faltamos a la cita con el amanecer. Pedimos un par de chupitos y de repente de entre la marabunta de gente emerge Janet.

-Tommy! ¿Que demonios haces aquí?
-Ya ves, alguien me habrá pedido de regalo.

-Dios, estoy drogadísima.

Ante esa afirmación no puedo más que hacer que sonreír. Mientras vamos pidiendo otras copas y nos quejamos de la música del local, nos vamos contando que tal nos van las cosas, quién nos sigue cayendo mal, quién nos cae peor. Me cuenta que ha vuelto a dejar la carrera, y que lleva un tiempo buscando otra salida. Yo le cuento que mis planes de aprobar en Diciembre se han quedado en algún papel, y bromeamos diciendo que nunca acabaríamos los estudios jamás.

-¿Te puedo contar una cosa? Es que no lo sabe nadie.

-Sorpréndeme.- le digo sin inmutarme, porque la verdad ya la veo venir de lejos.

-Ahora me estoy acostando con…

-Jajajajaja.- la interrumpo antes de que pueda terminar. –Ya me lo olía, no hace falta ni que me lo digas jaja.

De ahí la conversación deriva, mientras le va segando tragos a mi cerveza, a cómo me va a mi en ese apartado, lo cual le resumo entre carcajadas.

-¿Nunca tendremos una relación normal? ¿Nunca vamos a ser normales?

-Nunca vas a ser normal. Ni mínimamente normal. Nunca.

-Pues si que estamos jodidos.

-Puedes contentarte con que el hijo que tendríamos en otra realidad hipotética dominaría el mundo, nena.

En una de estas entra Axl y nos saluda. Axl había tenido sus más y sus menos conmigo desde hacía ya dos años. Más menos que más, la verdad. Los tiempos en los que éramos casi inseparables se diluían cada vez más.Un día, de repente, tras meses sin hablarnos, se planta delante de mí en la Ciudad del viento, diciéndome que debería volver al pueblo, que las cosas estaban arregladas, y otras tantas cosas más. Sin venir a cuento. Como si nada hubiese pasado. Le dije que no habría problema, pero me guardaba mi opinión. No tenía ninguna razón para confiar, y tampoco tenía ninguna razón especial para volver, así que actué como siempre. La noche sigue transcurriendo por el cauce habitual, copas, más copas, algún baile con Janet, hasta que nos damos cuenta de que son ya cerca de las seis de la madrugada. Bruce, otro colega y yo seguiríamos en un piso, y Janet nos pide que la acerquemos en coche a casa. Juraría que en cierta parte del camino fuimos cogidos de la mano.

Tras fallar el piso destino, damos con el bueno. Bruce me cuenta que es el piso del bajista que toca con él y Axl en un grupo de versiones. Cuando llegamos, le dice “este es Tommy, el que te había comentado”. Por lo visto lo de que le había hablado de mi era cierto. En el interior nos ofrece un puro y un trago de una bebida asquerosa, mientras sigue jugando a algún videojuego descafeinado. Axl y yo tocamos un par de temas juntos, como lo solíamos hacer antaño. Han pasado cuatro años desde que el grupo que teníamos montado se había ido a la mierda, y no creía que volviera a pasar tal hazaña. Bruce nos mira como si estuviese viendo una película de la infancia que nunca habían repuesto. Suena mi móvil, mi madre me manda un mensaje preguntándome como estoy. Son cerca de las ocho de la mañana y bien podría estar tirado en una cuneta o a punto de ser linchado, a sus ojos. Cosa que por otra parte no se alejaba mucho de una bien probable realidad. Le respondo tranquilizándola. Al cabo de un rato me dirijo a casa. La llave de la cerradura no entra bien, la habían cambiado hace poco. Mi madre abre la puerta, entro y duermo como no lo había hecho en tiempo.

Al día siguiente, domingo, toca la clásica comida navideña otra vez en la aldea, sopas elaboradas con los restos de la cena de ayer, y restos de la cena de ayer directamente. Al terminar me recuesto un poco en cama de mi tío, pongo cualquier canal en la televisión y oigo ondas, sin prestar atención. Mis primos hacen ruido en las habitaciones contiguas. Cerca de las seis de la tarde mi madre me dice que es buena hora para ir al hospital, así que me subo al coche con ella y con mi padre y emprendemos rumbo.

Musitamos poca cosa de camino, de hecho me empiezan a pesar los párpados. El hospital había sido inaugurado hace relativamente poco. Está situado en la capital de la provincia, en una carretera a las afueras, a unos quince minutos en coche. Una de estas nuevas promociones del alcalde de turno, con una empresa faraónica de gastos innecesarios, pero a la vez urgentes. El edificio emerge lejano entre la niebla, majestuoso. Una gran fábrica de muerte. Desde la carretera sólo se atisba su parte trasera, con todas las alas para enfermos ingresados. Tardamos unos cinco minutos más en dar la vuelta y encontrar un sitio para aparcar. Caminamos un rato entre la niebla y nos da la bienvenida una entrada monumental, con el clásico empedrado a diferentes pavimentos tan propio de la arquitectura rancia institucional. El acceso se realiza a través de una puerta giratoria de dimensiones descomunales. Una vez dentro, todo tiene el aspecto de un aeropuerto, sólo falta un gran monitor que avise de las habitaciones libres y las horas de defunción. Subimos por unas escaleras mecánicas y llegamos al ala de habitaciones correspondiente, mientras mis padres me preparan para lo peor.

Abrimos la puerta y nos da la bienvenida mi abuela. Al verme me abraza eufórica. Hace más de un año que no la veo, y la verdad no me importaba mucho. Ya desde pequeño me había dado cuenta de que sus nietos favoritos eran los hijos del hermano mayor de mi padre. Rubios, atentos, ojos azules. Pero esos mismos hijos se fueron con la zorra loca de su madre tras una separación tortuosa y nunca más se supo, a no ser por insultos por la calle, amenazas, y otras lindezas, hace tiempo. Mala suerte, ahora te tocaba quedarte con los no tan buenos. En la estancia está también mi tío, el padre de las criaturas, y mi abuelo. Mi abuelo está sentado en una silla. Está más delgado, si, pero por lo demás cualquiera diría que está enfermo. Tiene una sonda pegada al estómago, y otra para recoger la orina, camuflada entre los pliegues de la bata y una bolsa de papel. Dos días antes la había pisado por un descuido, con suerte de encontrarse aún en el hospital. Le habían dado el alta preventiva, pero si llega a estar en casa se montaría tal cristo que a lo mejor ni lo contaba.

Saludo a mi tío, que me comenta que he engordado un poco, pero que ya soy todo un hombre, cosas a las que no hago mucho caso, excepto cuando me insta a sentarme al lado de mi abuelo. Le doy un beso y le pregunto que tal se encuentra. Él sólo responde “bueh”. Clásico entre varones de mi familia. Llega un momento en el que nos comunicamos con frases cortas. Pensaba que con mi hermano sería de otra manera, ya que se llevaban mejor, pero no. Mi hermano ha cruzado la franja de los quince, y a partir de ese momento sólo se intercambian saludos. La verdad, no necesito decirle mucho más, ni él a mí tampoco. Yo lo quiero, y él creo que a mí también, con eso sobra. Mientras tanto se discuten temas de presupuestos y obras en el edificio donde viven. Las humedades eran en alguna zona de la casa insoportables. Un Amazonas decorado con fotos pasadas. En esto llegan mis tíos. Mi tío viene en silla de ruedas, había tenido una rotura fibrilar en el trabajo, similar a la que tuve yo cuando me atropellaron. Menudo panorama.

En un momento me levanto y salgo al recibidor, mientras me pongo a ojear periódicos, otros pacientes, otros familiares. Siempre me ha fascinado el ambiente de los hospitales, de una manera extraña. Este tenía todo tipo de teletipos coloridos, alas diferenciadas por tonalidades, zonas de espera de blanco aséptico, todo un ballet para los sentidos para el primer hola o el último adiós. Mientras miro alguna noticia, me encuentro con mi padre. Siempre tuvimos la manía de apartarnos del grupo familiar y ponernos a deambular por ahí. Volvemos a la habitación y mi madre me dice de ir ver a mi prima segunda, que se encontraba ingresada en la misma planta. Asiento.

Mi prima llevaba más de seis meses ingresada por un caso fatal de esclerosis múltiple. De repente un día tenía pinchazos en la espalda. A las dos semanas no podía mover las piernas. Si no del país, era el caso más degenerativo de toda la comunidad autónoma. Hacía tiempo que no la veía, tanto tiempo como el que hacía que no pasaba asiduamente por el pueblo. Le quedaba un año para terminar la carrera. Ahora a ver si sigue entera para el año. Al entrar, está mirando la pantalla de un ordenador, integrado en todas las habitaciones por igual. El progreso. Está delgada, y la quimioterapia la ha dejado sin un pelo en la cabeza. Una lástima, siempre había sido muy coqueta. La acompaña una prima de mi padre. Por sacar un tema de conversación empezamos a comentar las cafradas que ocurrían en nuestro instituto, a lo que la prima de mi padre se une, ya que es profesora. Por lo menos el tema de conversación funciona, me comentaron que en ocasiones estaba más decaída, otras más irascible. Tras estar un rato más y para no entorpecer las labores de un enfermero, volvemos a la habitación de mi abuelo.

Mi abuela está hablando por teléfono con mi tío, que está en Mallorca afincado desde hace unos años. Me lo pasa, y casi olvido todo lo que ocurre alrededor. Era el menor de los tres hermanos varones de mi padre, y de joven tuvo problemas con la vida en general y con las drogas en particular, pero salió limpio. Limpio de todo. Tan limpio que a los cinco años de desintoxicarse se casó y huyó del agujero en el que crecimos. Comentamos cosas entre risas, ni me acordaba ya de lo bien que me caía. En esto le traen la cena a mi abuelo, que la come mientras le echa la bronca a mi abuela por rallante. Cuando la termina, le recojo la bandeja. Mi tío me dice que le apunte mi número de teléfono, por si algún día se acerca por la Ciudad del viento. Cojo un papel y apunto el número, con un par de cifras ilegibles. Ya es tarde. Nos despedimos y vamos hasta el coche, mientras comento que veía a mi abuelo de lo más normal. Enrarecido, volvemos al pueblo en el que crecí. A casa.

Tom Grass. Últimos paseos en la ciudad del viento -Visiones y recortes de delirio y carne-Ed. White Sparrow 2012

jueves, 5 de enero de 2012

Dicen que te puede llevar al sitio de donde vienes. Dicen.


"Tras dos intentos fallidos para abrir la puerta de la cafetería, una chica me la abre desde el interior, sonriente. Tengo suficiente dinero suelto para comprar tabaco, pero miro la hora y veo que el tren está en la vía correspondiente. 7:54 Dirección Ciudad del viento. Gracias por usar nuestros servicios. Cierro la puerta, y con el billete recién comprado en la mano salgo corriendo en dirección a las vías. La maleta, hecha apenas hace unos minutos, tropieza con todo bordillo posible. Hace escasa media hora me encontraba a un kilómetro inmerso en la ciudad, intentado que el cajero fuese tan rápido escupiendo dinero como yo reclamándolo. Tiempo, siempre faltas.

En la carrera compruebo el vagón y asientos correspondientes, entro en el tren y me acomodo. Al par de minutos el pavimento de la estación, hormigón grisaceo, va quedando atrás, y el tren se mete en la negrura. Aún es de noche, el sol está perezoso, y las luces del tren iluminan la estancia. Me coloco el gorro en el reflejo, odio las carreritas de última hora. La ropa se hace incómoda, se vuelve un trapo pegajoso, sin importar que te hayas quedado en mangas de camisa. Es pronto para algunos y tarde para mí, el ordenador me ha convertido en un sereno.

Algunas veces querría ver la estancia en tercera persona, verme desde fuera, rodeado de extraños. En ese momento, si pudiera, me volaría la tapa de los sesos, simplemente para ver la cara de sorpresa de la gente ¿Se impresionaría el viejecillo que mira el vagón tras sus gafas sin saber exactamente dónde está? ¿Se despertaría la mujer con el chal azul que viaja con los auriculares blancos puestos? ¿El joven que que trabaja en el ordenador levantaría la mirada, o simplemente limpiaría su gabardina de restos de cráneo? Supongo que su sorpresa sería mayor si un extraño justo enfrente le dijese sin venir a cuento que su portátil es de la misma marca que el suyo.

No dejaría de ser raro reventar tu cabeza de un balazo en un tren en medio de ninguna parte. En un vagón exactamente igual que cualquier vagón de morro perteneciente a la línea de trenes media distancia. Nadie desaparece en tierra de nadie. No lugar te da la bienvenida a no existencia, billete de ida, vuelta cerrada, sin devoluciones. El revisor no hace atisbos de aparecer. La empresa ferroviaría podría al menos avisar cuando el viaje es gratis, no tengo ganas de tirar 6 euros a la basura. El traqueteo al menos es reconfortante.

El traje que viaja en mi maleta tiene manchas de barro del último local que visitamos en fin de año. Estaba sentado entre un grupo de gente en una terraza exterior, cuando un perro embarrado, mojado por la lluvia, se pasea en el centro de nuestras sillas. Nos mira a todos y se sacude el barro, para luego irse sin siquiera mirar atrás. Jodido saco de pulgas.

En la misma terraza del local (una especie de casa rural rehabilitada a las afueras de la ciudad, un hervidero de zombis) me encuentro con un gato pequeño, asustado. Una chica lo sostiene en brazos, pero el gato quiere escapar. Me acerco a ella y cojo al animal, que se tranquiliza un poco. Es pequeño, tiene la mirada entre perdida y desafiante, y su color es algo así como un mar negro con grandes islas blancas. Mientras lo sujeto, ella me cuenta que la dueña lo quiere sacrificar. Hay demasiados gatos pululando por el local, y no puede atenderlos a todos. El gato mira a todos lados y lo dejo posado en el suelo.

El tren llega al fin a su destino, y tras media hora llego a la ciudad. Cojo un bus urbano y tras un par de calles llego a mi portal. Tras cuatro pisos de innumerables escaleras, la puerta de casa me da la bienvenida. Meto la llave en la cerradura, pero no funciona. No se abre. Son las putas 8:13 de la mañana, vamos, mundo, no me jodas. Timbro repetidas veces y al fin Matt me abre la puerta, no muy molesto para ser la hora que era. Me comenta que la cerradura falla y que la cambiarán esta misma mañana. Entro en mi habitación y dejo la maleta cerca de cama. Luego salgo al salón y compruebo que ha amanecido como debiera. El gato del piso está despierto. Lo acaricio y, sorprendentemente, se deja. Al menos ya no es tan hijo de puta."

Tom Grass. Últimos paseos en la ciudad del viento -Visiones y recortes de delirio y carne-Ed. White Sparrow 2012

martes, 4 de octubre de 2011

Tenía la frialdad y la belleza del primer copo de nieve que cae sobre el asfalto.


"- He conocido ángeles. Ángeles. He tenido esa mala suerte. Algunos de ellos han descendido livianamente a este plano de la realidad, en cómodos lechos, con ejemplares familias. Otros, sin embargo, en su caída se han desplumado contra el asfalto. Poco quedó de su divinidad, salvo algún rasgo aquí, un pequeño detalle allá. Y el que menos, un mero destello de genialidad entre un mar de gilipollez. Algunos eran ciertamente inteligentes, pero ese velo de falsa superioridad propició actitudes negligentes. Dejadez. Desidia. Adicción. Inteligencia fracasada. Un hastío frente a una realidad que les fue impuesta. En realidad, todo falla en su base. Son hijos que en ausencia de un padre machacado por el trabajo, fueron criados por la madre, y en su busca de tener para sí una mujer igual vuelven escaldados. Son hijas cuyo padre quería tener al quaterback del equipo, y resulta que su primogénito tiene coño. Hijas que buscan el cariño del padre lejos, y que renegarán del que se lo de. Por comparativa. “No quiero que me quieras tú pareciéndote a él, quiero que él me quiera a mi como tú lo haces”. No puedes luchar contra ello. Hijas que niegan cada cosa buena que tienen en comparativa con hermanas o hermanos mayores. Fallo, error, qué he hecho mal, yo nada, entonces todos. Todos tenéis la culpa. Hijos e hijas criadas de la bondad, del orgullo, de la vanidad. Algunos tenían montañas de cultura en casa. Otros tuvieron que hacerse a si mismos mirando en un espejo que no refleja. Unos quedan al borde del abismo, asustados. Otros caen, tropiezan, toman sus decisiones como erróneas, temen, temen que todo se repita, niegan. Cobardía. Los que menos, saltan de cabeza. Viven, al fin y al cabo. Ya no se sabe quién prueba la amargura de la victoria ni las mieles de la derrota. Todos, en mayor o menos medida, tienen el estigma de lo erróneo. Y todo está cortado por el mismo patrón. Paseando por una calle peatonal del centro, he visto como una pareja, gordos, negaban limosna a un pobre mientras se deleitaban con una mariscada. El pobre no sirve ya para nada. Como fondo fotográfico para un artista de baratillo.

- Interesante.

- ¿Sabes lo que siempre he querido hacer? Sentarme en el interior de una cafetería, de noche, enfrente de un grupo de jóvenes guapas. Y, sin que nadie se entere, sacar la polla por debajo de la mesa y meneármela mirando hacia ellas.

- Me suena a palabras que ya he leído antes. ¿Nunca pensaste en escribir algo? No sé, es muy visual eso que cuentas, deberías probar.

- Si, debería…"


Tom Grass. Últimos paseos en la ciudad del viento -Visiones y recortes de delirio y carne- Ed. White Sparrow 2012

jueves, 21 de julio de 2011

Se (busca/necesita/ha muerto) (una/otra) mujer...


“- ¿Te vienes a un pequeño viajecito conmigo?

- Vale, ¿por qué no?

Mr. T sacó su cartera, y del interior la clásica bolsa con un polvo blanco. Vertió un poco sobre la mesa y lo separó en dos rayas. Me dijo que no me preocupase, que era muy suave. Se metió una y me dejó la más generosa. Así era Mr. T. Hacía escasos meses que había salido de rehabilitación, y ya volvía a las andadas. Un poli toxicómano bandera. Incluso el sobrenombre venía sobre eso, pero no recuerdo ahora por qué. Al cabo de un rato noté como mi cabeza comenzaba a dar vueltas, y todo parecía ir sustancialmente más lento.

- ¿Que era eso?

- Ketamina, tío…

No lo volví a ver en unos meses, me hacía sentir incómodo. No tenía ganas de cubrirle las espaldas. Decía a todo el mundo que no había vuelto a caer, pero me comentaron hace unas semanas que lo vieron con una maleta llena de pastillas. La cabra tira al monte.” Abriendo una página al azar nos encontramos con estas palabras. Sin embargo, en unas páginas posteriores podemos leer: “Hubo un instante en el que esos ojos castaños se posaron en los míos. Por un momento mi corazón dejó de latir, de tal manera que cualquier médico en ese mismo segundo me habría declarado muerto.”

Cualquiera podría pensar que se trata de dos historias completamente distintas. Incluso cabría la posibilidad de que fueran escritas por dos autores diferentes. Pero no. Todo esto domina el mundo propio de Tom Grass: Amor, sexo, desamor, drogas, salidas nocturnas, la locura del día a día, situaciones extrañas, momentos intimistas, desgarradores, humorísticos, todo narrado con una voz en la que lo vitriólico y lo cristalino son una constante. A través de un espejo marchito es su primera novela, tras un compendio de textos e historias cortas, recogidos en Dielatos, Reliario y Otros Dielatos. De estas cosas y otras más hablamos con él en esta entrevista.

El punto de encuentro es una cervecería colindante a la zona vieja de la ciudad. Hace un día bastante nublado para ser mediados de verano, pero apacible. En el interior de la misma está él sentado. Lleva unos pantalones vaqueros rotos, y bajo el dobladillo de la pernera aparecen unas botas altas. Camisa roja y chaqueta de cuero marrón. Lleva una barba arreglada, de una semana me atrevería a decir, pero la maraña de pelo sigue ahí, quizás un poco más corta. Está leyendo un libro, lleva unas gafas de leer. Sobre la mesa tiene una cerveza, una cajetilla de tabaco, un zippo y unas gafas de sol. En cuanto me acerco guarda el libro y se quita las gafas. Le saludo, y me devuelve el saludo sonriente. Me pregunta si quiero algo de beber, y antes de que pueda responder ya se levanta hacia la barra a pedir. En cuanto vuelve me dice que cuando quiera que comience. Se sienta frente a mí y me acerca una cerveza. Saco la grabadora, compruebo que la cinta está colocada correctamente y acciono el botón rec. Tom Grass visto por Tom Grass.

Pregunta - Ante todo, gracias por la entrevista, Mr. Grass.

Respuesta - ¿Mr.? Llámame Tom, aunque sé que aparento más edad (Sonríe)

P.- Dielatos, Reliario, Otros Dielatos…y ahora A través de un espejo marchito. ¿Existe alguna razón detrás del título?

R.- Es sencillo, los primeros son compendios de historias cortas, mientras que este es ya una novela.

P.- Si, pero las historias que cuenta en los primeros libros contienen también tintes autobiográficos.

R.- Cierto, pero eran fragmentos cortos, a veces inconexos, por eso los títulos son también cortos.

P.- ¿De ahí el juego de palabras?

R.- El juego de palabras, si, viene dado a que son cosas que me ocurren y otras que se me ocurren. Relato y Diario son los medios en los que normalmente se narran estas historias, así que lo natural me pareció unificarlo en el título. El hecho de no haber sido instruido de ninguna manera en la escritura hace que me permita esas licencias, esas combinaciones más matemáticas casi que de significado. Esto es, otra excusa para hacerlo como me dé la gana y librarme de críticas (Risas). De esta manera escribo sin que nada me coarte.

P.- Se diría que es partidario del aprendizaje autodidacta.

R.- A medias. Creo que en algunos casos es necesario una cierta base, unos conocimientos previos, pero el principal problema es que de las academias la gente sale encorsetada. Por otra parte los parámetros adquiridos por cuenta propia pueden no ser los mejores. Existe un termino medio, pero para llegar a él tienes que hacer muchas cagadas (Sonríe).

P.- ¿Tiene algún método de trabajo?

R.- No sé. Pienso, escribo, bebo, no necesariamente por ese orden (Risas).

P.- ¿Y la respuesta verdadera?

R.- Si, más o menos. En muchos casos, dando un paseo, se me ocurre alguna idea. Normalmente es una frase importante, otra es una imagen vívida, que me parece interesante relatar. Luego voy dándole forma, pero casi siempre teniendo en cuenta la conclusión. Voy estructurando las partes según me voy acordando, a veces con bastante esfuerzo. Es importante para mí el final. En algunos casos, por ejemplo, estoy narrando lo que me ocurrió en una semana y pongo de final el fragmento de un sueño. Puede que tuviese ese sueño el martes y la historia en realidad acaba en sábado, pero esa parte del sueño me parecía un buen final.

P.- Como el final de la piscina, en uno de los relatos.

R.- Exacto, ese es uno de los casos. Otros escribo directamente lo que ha pasado esa misma noche. Llego a casa a las cuatro de la madruga y me pongo a teclear. Algunas veces ni siquiera lo corrijo al día siguiente. Es más veraz. Etílicamente hablando (Risas).

P.- ¿Cree que alguna persona se preguntará el significado con respecto a sus anteriores escrituras en referencia al título?

R.- Bueno, puede ser, pero me puedo permitirme algunos lujos. Al igual que puedo conformar nuevas palabras, puedo escribir nuevas entradas en el diccionario. Si podemos hacerlo un día por la noche, ¿por qué no hacerlo siempre? Al fin y al cabo el significado está enraizado en el uso, ¿por qué no dedicarle una nueva entrada a cada significado nuevo? Por ejemplo:

Misantropía: (2ª entrada) Dícese de la persona que abogando al primer significado lo utiliza como escudo para tratar mal a la gente, principalmente del mismo género, por falta de abrazos, o simplemente para tener una excusa para tener cara de palo.

Filosofía: (2ª Entrada) Disciplina del conocimiento humano vilipendiada en blogs acercándola a la mera reflexión de problemas pseudo existencialistas de quinceañeros

Cualquier nueva entrada encajará en el esquema, y servirá para otras posteriores. Es sencillo. Cualquier tipo de conversación a altas horas de la madrugada sirve de ejemplo. Y nutriría al diccionario de nuevas entradas ¿por qué no?

P.- Haciéndonos eco de la afirmación de paseos, etc. ¿Qué le gusta hacer a Tom Grass? ¿Qué le inspira?

R.- En días como hoy, que fueron el mejor verano que he pasado en vida, me gusta pasear solitario por las calles nocturnas. Cerca de mi casa está el puerto, y es un placer que la ciudad de la lluvia haga eco de su nombre, sin llamar al padre viento.

P.- Le gustan los paseos.

R.- Sí, sobre todo nocturnos. Llegado a cierto punto me pierdo por esta ciudad, en una zona cercana al puerto, y observo a los gatos. Hay uno parduzco al que le falta un ojo al cual miro, y normalmente nos intercambiamos miradas. Otras veces es un gato blanco, con manchas negras, y ambos nos examinamos el uno al otro. Él se pierde entre los matorrales, y yo pienso en el hecho de ahogarme en el puerto, siendo la luna el único testigo. Ambos nos miramos, y nos damos nuestra aprobación.

P.- Entonces no se quejará del tiempo…

R.- No, sin duda es del que más disfruto. La lluvia ejerce un efecto casi catarquico, sobre todo en estos momentos. Adoro cuando la ciudad de la lluvia rinde honor a su nombre, sin tener en cuenta al viento. Me encanta callejear con la brizna marina abrazándome. En esas situaciones que parecen extrañas, yo me muestro tranquilo. El rocío baña mi cara, y siento que no tengo que darle explicaciones a nadie.

P.- Cuesta creer a alguien que se asocia tanto a lo terrenal haciendo tales afirmaciones, ¿tiene algo que ocultar?

R.- No, que yo sepa.

P.- ¿Alguna compañera de cama que no quiere leer cosas sobre usted?

R.- Sólo le diré que Soledad es una compañera de cama muy insistente…

P.- ¿Hay algún término que nos resuma lo que es Tom Grass? Siempre ha buscado algún tipo de término medio como respuesta, o eso ha dado a interpretar en sus textos.

R.- Si. Aun por extremista que pueda parecer, intento mostrar un mensaje de equilibrio. Esa es la información que pretendo transmitir. Siento que en el término medio está todo lo virtuoso, y si algo pretendo que se saque de mis textos, es eso. Por eso trato todos los hechos bajo la misma perspectiva. Cualquier tipo de enseñanza a mayores podría engañar al lector.

P.- No se muestra como moralista.

R.- No, ni mucho menos. Todo lo que relato está relacionado con hechos, y así pretendo que siga. La manera de narrarlo también tiene mucho que ver, ya que cuento todo con la misma igualdad. No creo ni en el bien ni en el mal. He visto hacer a personas buenas cosas que me harían enrojecer, y al contrario también. ¿Existe algún sesgo? Lo único válido son los hechos. Los hechos tienen valided universal, ya que son interpretables una vez han ocurrido. El resto, es todo paja…

P.- ¿Algún tipo de lección?

R.- Si me permite, si, en el término medio está la verdad, lo virtuoso.

P.- Pero usted no se esfuerza en demostrarlo.

R.- Ya, pero yo digo: si no sé cuales son los extremos, ¿cómo podré saber cual es el término medio? ¿Cómo alcanzar la virtud?

P.- Aun por muy hedonista que pueda parecer, ¿cómo afirmarlo?

R.- Es fácil, si no sé cuales son los extremos, ¿cómo podré calcular el término medio? Sabiendo que en lo mediado está lo equilibrado, ya es suficiente afirmación. Pero para ello necesito ver cuales son los extremos, y para ello necesito llevarlo todo al punto extremista. El problema es que en esos momentos, a algunos nos tildarán de locos cuando nos choquemos con la última frontera, con el último muro de hormigón que delimita la realidad, y otros nos creerán genios. Es una cuestión de perspectiva, si, pero también tiene su punto de introspección.

P.- Vamos, que Aristóteles se estará revolviendo en su tumba…

R.- En resumidas cuentas, sí...(Risas) Otra excusa más (Risas).

P.- Se diría de usted que es un hombre leído, ¿Qué le acompaña en su mesilla de noche?

R.- No sé, ¿una Becks?

P.- ¿Un Becks? Que es, ¿quizá un poeta?

R.- No, no…(Sonríe)

(N d T: Juego de palabras intraducible del inglés, debido al género. Mientras que el entrevistado hace referencia a la reconocida marca de cerveza, el entrevistador se pregunta por un poeta, un escritor.)

P.- ¿Por qué escribe Tom Grass? ¿Existe alguna razón?

R.- Pues depende. Algunas profesoras dijeron que se me daba bien. En algunos casos escribo porque me gusta releer algunas partes de mi vida. En otros casos porqué sé que puedo ser leído.

P.- ¿Tiene algo que ver con sus personajes?

R.- No, no hay personajes. Alguno dirá que tengo una gran inventiva, pero sería mentira. No podría inventar mitad de los personajes que pueblan mis historias (Risas).

P.- ¿Cuánto de Tom Grass hay en Tom Grass?

R.- Te podría decir que un 98% es completamente cierto.

P.- ¿Tanto la parte débil como la casi mecánica? ¿Qué hay del tipo duro?

R.- Si de mis textos tú extraes que soy un tipo duro, será verdad. Si crees que soy frío, pues también. Si hay sentimientos, es posible. Lo único que te puedo decir es que la mayoría de cosas que escribo, aunque parezcan mentira, son cierta.

En este momento la cinta magnetofónica empieza a dar vueltas. El material mecánico decide que es hora de terminar. Pido disculpas al entrevistado, y él me responde tranquilo que no pasa nada. Mientras pienso como transcribir la entrevista, él me dice que, probablemente, mientras la transcriba, él estará bebiendo. Sin preocupaciones, pero con todas las preocupaciones por delante. Se levanta, paga la cuenta, y me trata como si me conociese de toda la vida. Lo único que me pide es poder ponerle título a esta entrevista. Dice que si tiene que tener control sobre algo, que sea de esto. Accedo. Mientras nos despedimos, bromea conmigo, sobre la coincidencia de nuestro nombre. Cualquiera podría pensar que fuese una treta de cualquier autor para obtener patrocinio. Pero no de este. Espero poder encontrarme con él de nuevo, y si no, su palabra escrita me relatará sus vivencias. Hasta el día que se muera.

Tom Grass.

martes, 31 de mayo de 2011

No te dejes la luz encendida al marchar. Parte 1 (Creo)


"Mirándome hoy en el espejo, antes de salir del plato de la ducha, recordé ciertas palabras que me había dicho mi madre hacía un par de años: “Dios, Tommy, tes o tipo que tiña o teu pai cando tiña a túa idade, estaba moi delgado daquela, sobre todo comparado contigo. Tamén tes o tipo de teu tío, eso si, pasaron dos vintetrés anos e foi daquela cando empezaron a engordar.” Recordé el actual perfil de mi padre y sentí un ligero escalofrío. Pensé también en mi tío. Pasados los veinticinco su masa corporal llegó a rondar cerca o más incluso de los cien kilos. Me faltaban un par de años para esa fecha. Tenía que hacer algo. Me lo había propuesto desde ese mismo momento. La dieta actual, basada casi exclusivamente en filetes fritos en aceite usado, sin orden ni concierto a lo largo del día, no podía llevar a buen puerto. Cuando no era eso en casa era el variable aporte de grasas saturadas que ofrecía el comedor de la facultad. Tocaba ponerse en serio, pero era jueves, y era San Patricio. Providencia a veces tiene una curiosa manera de reírse de uno.

Salgo de la ducha mientras sonrío ante este detalle. Intento cerrar el pantalón a la primera, me calzo, y salgo al encuentro de la noche. En el cruce antes de que finalice mi calle, Natalie aparece acompañada de otras dos chicas, a las cuales ni conocía ni merecía la pena recordar. Nos quedamos mirando el uno al otro, mientras yo ya tengo la cartera en la mano. Iba a perder. Lo sabía. Habíamos hecho una promesa entre nocturnos hacía ya unos meses. Teníamos ambos una carta de joker en nuestro haber, ambas de la misma baraja que habíamos encontrado en un pub habitual cerca de la hora de cierre. Acordamos que ambos llevaríamos esa carta encima, y que en caso de cruzarnos, sea cual fuese el momento, el que antes se la mostrase al otro ganaría la posibilidad de pedir cuatro copas a placer sin tener que rascar billetera. Como toda buena apuesta que se precie, nunca parece llevarse a buen puerto, y otros factores y letra pequeña se acumulan en las bases de este simplista juego. Pero yo había ganado aquella mano.

-Jaaa!!

- ¡Mierda!

- ¿A dónde te diriges, nena?

- Iba ahora mismo hacía el Flann, ¡a ver si soy capaz de conseguir un gorro!

- Eh, si quieres te acompaño, que total no tengo mucho que hacer, ¿no esperas a por tus amigas?

- No, deja, es igual, vamos tirando, ¿vienes?

- Sólo si esperas a que me tome una copa.- Le digo más o menos con simpatía.

Mentía. Habían quedado conmigo en otro local, pero bueno, nunca he sido muy amante de lo estipulado. Damos media vuelta, mientras observamos el verde de las caras y el jolgorio balbuceante del gentío. Otra excusa perfectamente válida para algunos de que su bilis saludase al asfalto. Sabía que el bar irlandés había abierto una sucursal cercana a mi piso, en la que por lo visto se comía bastante bien sin que un puñal de obsidiana te sacase las tripas sólo por respirar el oxígeno del interior. Apenas había manera humana de acercarnos a la barra, pero en un descuido de un par de extranjeros que estaban pidiendo me hago con dos sillas.

- ¿No querías un gorro? Ahora lo tienes bien sencillo, sólo tienes que tomar un par de copas.

- Se lo voy a pedir a un camarero que conozco, a ver si puede darme uno. Es que a mi no me gusta la cerveza.

Decía esto con su voz melosa, mientras yo miraba su sombrero. Siempre había algo sobre esa lacia melena, a la que me gustaba mirar a veces de reojo. Se acercó al camarero y le preguntó, mientras yo pedía una pinta. Algún avispado confunde su copa con la mía, y se la lleva ante mis narices, desapareciendo entre la marea. Me resigno a pedir otra, que por suerte no me cobran. La broma no era precisamente barata, pero, coño, era un día, me había visto en situaciones peores, en las cuales una noche acompañado de un par de packs de seis ganaban a la comida de dos días.

- Debes de estar rico, para poder pedirte eso…

Ya no sabía si lo había pensado o lo estaba diciendo en alto, pero estaba leyendo mi mente. Tampoco me sorprendí mucho.

- No te creas, la balanza se decanta antes a esto que a otras cosas, o tú como haces? Supongo que no vivirás a base de chopped toda la semana…

- No, vivo con mis padres, pero me gano yo mi sueldo, pero ya tengo ganas de independizarme.

- Ah, ¿si? ¿Y a que ciudad te diriges? – pregunto, sin darle mucha importancia.

- No, quiero quedarme aquí, pero he tenido problemas con subvenciones, a ver si surge para este año. El año anterior me denegaron una ayuda del estado y la chica con la que iba a compartir piso se echó atrás en el último momento.

- Pues mira, yo este año venzo el contrato de mi piso, podríamos mirar algo juntos.

Tras este órdago, una vez acabada la cerveza y verse ella compuesta y sin gorro salimos en dirección al bar que era mi destino inicial. Aún era temprano, el minutero se acercaba tranquilo a las doce en punto. Había quedado allí con Rose. Le dije que en cuanto terminase de cenar me acercaría por allí. Creo haberla visto pasar acompañada de una amiga suya en dirección al cuarto de baño, pero no le doy mucha importancia al hecho y me quedo en la barra con Natalie. Pido dos cervezas, y en un descuido suyo coloco el gorro que me habían regalado en su cabeza. Se giró y me dio las gracias, efusiva. Le dije que no sabía a que se refería, buena acción de la noche. Rose sale del baño y viene en mi dirección con la palabra “chupito” saliéndole de la boca. Estaba pletórica, su noche había comenzado cerca de las cuatro de la tarde. Los tomamos, a la salud de ya no recuerdo que muerto, y nos alejamos de la zona de pedir. La corta conversación que mantuvimos derivó en un beso que apenas tenía fuerzas para responder. Echo un vistazo a la cartera y tras un pequeño intercambio de opiniones entre las telarañas salgo hacia el cajero más cercano. De vuelta a la pequeña embajada irlandesa soy yo quien se queda sin gorro. Un capricho como otro cualquiera. Intercambio estupideces entre algunos de los habituales y me vuelvo a encontrar con Natalie. Me dice:

- Eh, ya sé algo más de ti

- ¿Qué?

- Esa chica…ya sabes…

- Si, ya sé, soy heterosexual, ya sabes algo más de mi, gran descubrimiento.

Subo a la parte superior del local. Rose está apoyada sobre una de las mesas, haciendo un esfuerzo por mantenerse despierta. Le sugiero que me acompañe a casa. Una vez en mi habitación se tumba en cama, sacándose perezosamente sus grandes botas. Sus parpados amenazan con seguir un curso ajeno a su voluntad. Intento que reaccione, mientras una pequeña amenaza de fulminante cabreo me recorre la espalda. Intenta ponerse en contacto con una amiga suya, con la que iba a dormir, pero el teléfono no daba señal. Ante tal panorama le digo que se levante. No tenía especiales ganas de encontrarme con un cadáver en cama, y a mi nadie me iba a joder esta fecha.

- ¿Conque esas tenemos? Pues ya me levanto…

Se incorpora, y la verticalidad le dura un segundo. Su cuerpo e desploma en el suelo como si su alma se hubiese ido flotando por la ventana. Observo la situación intentando hilar la retahíla de acontecimientos que acaban de ocurrir en a penas un instante. Me acerco a ella, y su respiración me tranquiliza. La levanto, pero ella no conseguía ni moverse. A duras penas hago que se incorpore en cama y la tranquilizo.

- No es necesario que nos vayamos, nena, si quieres quedarte no tienes más que decirlo. Si es lo que prefieres, aquí nos quedamos, no hay problema.

Asiente, le sonrío, la descalzo y la meto en cama. Ella duerme, y yo intento conciliar el sueño en vano. Me quedo contemplando sombras danzando unas buenas cuatro horas. Tenía una corrección a la mañana del día siguiente, y ya me olía venir otro día arrastrado intentando mantener la compostura. Rose se despierta, y la beso. Nos desnudamos y ella se sube encima de mí. Estoy cansado, ebrio, pero aguanto la embestida. Va tan fuerte que temo que me parta en dos, en una de estas lo iba a conseguir. Al terminar se gira y duerme, más tranquila y en mejor estado del que se había metido en cama. Yo sigo agonizando. El día despunta. La primera luz del alba atraviesa la contraventana, posándose lozana sobre mis ojos. La despierto, tenía que ir antes a unas clases en las que me había apuntado, y ella también menta algo sobre una asignatura, inglés, creo recordar, y un profesor demasiado demagógico. Ella se viste y yo me siento en cama a desayunar nicotina. La acompaño hasta la puerta y vuelvo a la habitación. Perfecto, ya llegaba media hora tarde.

En el camino me encuentro con Jordan, que acude a la misma academia a la hora siguiente a la mía. Me intenta sonsacar un diagnóstico de la noche, pero obvio la mayoría de detalles. La profesora me regaña simpática mi tardanza, y se centra en él. Llegada la hora de la corrección, subo a la facultad, con un vacío en el estómago y ciertos síntomas típicos del cansancio: el olor acerado de la sangre a punto de salir a borbotones por la nariz. En el autobús casi consigo dormir un poco, pero ya me tenía que bajar. Me apunto en la lista de correcciones y espero. Las horas pasan, vacías. El profesor dice de hacer un descanso de media hora para comer. Yo soy el siguiente tras la pausa. Tres horas y media que nadie me iba a devolver.

Tras unos comentarios poco halagüeños, pero mejor recibidos que en otras ocasiones, salgo y me despido, con una vana esperanza de descanso en el horizonte. Llego a casa y me quito de encima el quintal de utensilios habituales. Cargar con esas comedias de una punta a otra de la ciudad durante más de la mitad del día hacía que subir las escaleras se antojase más una gesta que algo cotidiano. Rezando por un suspiro de tranquilidad, enciendo el ordenador y Dark Cat se pone en contacto conmigo. En realidad se llama Joseph Dark, pero entre sus conocidos habían hecho ese juego de palabras, que la verdad le venía al pelo. Sería unos dos años más joven que yo, y estaba inmiscuido en un par de grupos musicales, un afán que yo tenía ganas de recuperar. Lo de oscuro no tenía mucha complicación, cuando no llevaba el clásico chándal de yonki solía ir vestido con ropa en la que el negro era el predominante. A veces no era ágil de mente, y se adecuaba demasiado a la clásica imagen del joven greñudo con cara enferma habitual en los seguidores de heavy metal, melena suelta a poder ser. Pero, que coño, me caía bien.

Me comenta sin mucho detalle que él y No Flag Mike van a comprar la entrada para un concierto la semana siguiente, me pide que intente ir y yo le digo que se pasen por mi piso. Cerca de las ocho llegan ambos. No Flag Mike viene en cabeza. Es un amigo de Matt Stone, uno de mis compañeros de piso, y un habitual de los locales que frecuento. Lo conocía de vista desde hacía ya un año aproximadamente, y en aquel momento no era santo de mi devoción. Me parecía el clásico guaperas de anuncio de dentífrico, un enemigo, un obstáculo. No lo era, pero a mi me lo parecía, y con eso bastaba. A lo largo de este año hemos ido coincidiendo, y la coincidencia dio paso a una sana relación de colegueo. No Flag Mike tendría más o menos mi altura, los ojos azules, una media melena castaña y una sonrisa que parecía esculpida. Conversaciones y situaciones aquí y allá me hicieron ver mi error de juicio. Era el clásico joven (rondaba de cerca mi edad) que siempre hacía por sacar una carcajada a sus allegados, un observador del fondo del vaso. Para algunos no era más que un loco, pero mis sospechas ya se habían confirmado el día de su cumpleaños, en el que se regaló a si mismo unas pocas lágrimas de desconsuelo. Decía que como siempre iba por ahí, haciendo el indio, el Mike que paga, el Mike que nunca pasa nada, a la gente le parecía que no tenía ningún problema, pero yo entendía su llamada de fondo. Una historia bastante familiar. Intercambios de ideas así me hicieron ver que andaba por un camino que se me antojaba conocido, además compartíamos bastantes gustos, al menos en lo que a música, bebida y, sobre todo, mujeres se refiere. Ambos nos comentamos algún que otro fracaso, coincidiendo en el caso e incluso a veces en la tía en cuestión.

Tras un par de tonadillas, y unas cuantas caladas a esto y aquello, salimos de mi casa cerca de las diez de la noche con la intención de ir a un piso a tomar unas copas. Mike se fue a ver una película con nomepreguntesquieneraporquelaverdadniimporta y tras una ligera reprimenda, una vez estuvimos todos los necesarios para convertir una noche en algo decente volvimos al centro, simplemente para vivir un rato en la que no pasó absolutamente nada. Cerca de las cinco de la madrugada oí la llamada de la cama y me despedí.

Sábado, día del padre, comercios cerrados y yo sin desodorante. Me despierto cerca de las cinco de la tarde. Salgo a la calle a hacer unas compras, y tras una hora callejeando me doy cuenta de que es festivo. Maldito idiota. Vuelvo a casa, rezando para que las últimas gotas de fragancia le ganasen el pulso al sudor. Me llama mi madre. Al día siguiente estaba de cumpleaños, y ya que no nos habíamos podido ver la familia pues comeríamos todos juntos aprovechando la fecha, vendría mi hermano también e iríamos a un restaurante en una localidad cercana. Me pasa con mi padre, le felicito y hablamos un rato de la maquinaria diaria de cada uno. Mi madre me recuerda que las superficies comerciales estaban abiertas, así que cojo un bus y voy a comprar el dichoso complemento arreglacitas.

Cuando me quiero dar cuenta ya ha anochecido, y tras haber cenado y usado mi última y digna adquisición, vuelta al local donde todos coincidimos para calentar motores. Fuera está bastante tropa, y tras haber sisado un par de tragos entro a pagar por mi bebida. Ya empezaba a hacer cierta mella, tras un par de noches, semanas, meses, años. En el interior aparece Aurora. Aurora. La había conocido antes que a Rose, haciendo cuentas hará este dos veranos. Ambas eran amigas. Aparecimos en nuestras vidas uno de estos miércoles estivales, y desde aquella. Era ligeramente morena, con el pelo castaño, alta, alocada a veces, reservada otras, encantadora algunas, la típica situación “y que pasaría si…”. Intercambiamos copas, frases de nada, fragmentos de noches inconexas, durante un rato. Salgo, vuelvo a entrar. Voy notando como el doctorcillo enclenque es arrinconado y golpeado por la bestia cada vez más. No hay ya vuelta atrás. En cierto momento me encuentro con Natalie, que me llama borde. No recordaba a cuento de que, pero por lo visto el jueves la puse a caer de un burro. Le dije que no era nada personal, si lo fuese se daría cuenta.

De camino a la salida del local, y como si de una iluminación se tratase, le digo a Aurora que saliese a hablar conmigo. Ambos nos ponemos a recordar anécdotas, y recuerdas, y recuerdas tú, y que bien, cuando un tío con el que estaba antes se le acerca y la besa. Fin del comunicado. Era hora de cierre casi y tocaba trasladar el campamento. Marcho solitario entre una muchedumbre al encuentro de la siguiente zona de locales, apartada a unos cinco minutos andando aproximadamente. No sé a ciencia cierta cuanto tiempo ha transcurrido, ni cuanta bebida me había tomado, pero parece que la respuesta a ambas es una eternidad. He parado de escribir porque me he quedado sin tabaco, no he tenido a penas un momento para sentarme ante este cacharro y teclear, pero hoy, tras unas semanas ya, creo que va siendo hora. El caso, allí estaba yo, cristal en mano, acabo el trago y salgo a reencontrarme con quien fuera que estuviese. En ese momento Aurora reaparece, y retomamos la conversación en donde la habíamos dejado. En el punto de aquel miércoles, de aquella vez, de lo que recordábamos, de miradas posteriores, de confesiones de borrachera, de algo que se podía tildar de pobres sentimientos por mi parte. En definitiva, que me gustaba. Se queda desconcertada. En cierto momento me dice que Rose anda cerca, yo le respondo “ya lo sé, que piensas, ¿que no se lo voy a decir?”. Sigo hablando y ella se aparta, con los ojos enrojecidos, Rose me agarra y me pregunta:

- ¿Eres gilipollas o a ti que coño te pasa?

- Si, soy gilipollas…

Le intento explicar como buenamente puedo lo ocurrido, lo que llevaba pasando, nos besamos, le explico todo y parece que lo entiende, aunque sé que una parrafada un sábado a las cinco de la mañana no servirá de mucho. La acompaño a casa entre risas, ella me abraza y me dice las dos palabras que menos quiero oír. Me dice que nunca me ha visto sonreír de manera sincera, le digo que hace ya tiempo que eso no ocurre, me despido y vuelvo, más o menos contento de haberlo contado todo. La noche me recuerda que se está llegando a su fin, le pido perdón, le rindo pleitesía y la acabo. Al día siguiente el teléfono me sirve de despertador, mi madre me llama, ya estaban en el coche, tocaba ducharse, vestirse, bajo, me recogen, etc…y nos ponemos en camino. Hablo poco, cierro los ojos obligado por el sol. En un viaje que parecía no terminar nunca llegamos al restaurante. Rara vez hacíamos estas cosas, pero era una marcada fecha familiar, mi madre estaba de cumpleaños, y mi padre lo estaría cuatro días después. No estaba de más que aunque fuese pocas veces al año recordarles que seguían teniendo un primogénito por el mundo adelante, que yo tenía un hermano y unos padres también.

Era un restaurante en el que habían ido a comer con otros padres cierto día de partido de mi hermano, que ya jugaba desde hacía tiempo en el circuito regional, uno de tantos partidos que yo no había ido a ver. Nos sentamos y se acerca un camarero, jovial, y nos indica la carta. Mil manjares suenan, sobre todo cuando llega al plato “almejas en su salsa”. Se me hace la boca agua, y me niego pedirlas, haciéndome eco de nuestra capacidad financiera. Mi padre pregunta que íbamos a tomar, y mi hermano pequeño suelta un lastimero “eu quería almexas”. Miro hacia la nada y casi le meto una patada por debajo de la mesa, luego todos sonreímos y los platos son pedidos. Un día era un día, suelen decir en mi casa, el pronto de mi hermano hace que se pidiese el plato que ya sabía de buena tinta que no podría comer y devoro las almejas junto a él, mis padres piden algo que no recuerdo, y seguimos comiendo hasta que nos traen el plato principal. Traen piezas de churrasco en un estado perfecto, carne jugosa entre medio hecha y sangrienta, mi favorita, postre, cuenta, fotos de recuerdo en el exterior y vuelta. Iba respirando fuertemente, esta supuesta dieta iba a acabar conmigo. Una vez en la ciudad nos acercamos al campo de fútbol, mi hermano iba a ver un partido allí. Cuando estamos en las cercanías, se baja sin siquiera despedirse. No lo culpo, yo habría hecho lo mismo, vemos los tres que va contento y nos acercamos a mi piso. Le comento a mi madre mis últimas jugadas, más o menos mitigadas, mezcla de busca de consejo y reafirmación personal, mientras mi padre anda unos metros detrás debido al cansancio. Tras una tarde más o menos en compañía como regalo ellos marchan, y yo agoto las horas hasta el comienzo de la semana.

A la mañana siguiente hacía un día playero digno de mediados de Agosto. Llego un poco tarde a clase y me reúno con mis compañeros. Betty me va haciendo preguntas sobre cómo había pasado el fin de semana. Justo cuando le estaba comentando algún punto de dudosa moralidad, el móvil suena. Era un teléfono con prefijo de esta misma ciudad, ni idea de quién podía ser. Descuelgo educadamente, como en todos estos casos.

- Hola, ¿dígame?

- Tommy

- Si, ¿quién es?

- Mira, soy Aurora.- (se me hiela el riego sanguíneo) – Te llamaba porque no recuerdo mucho del último sábado, recuerdo haber hablado contigo, pero ni idea de lo que me decías, sólo sé que recuerdo haberte mirado molesta…

- Ah, eso, no te preocupes, yo tampoco me acuerdo de mucho. – (Miento) – Sería cualquier tontería sin importancia…

- Jaja, vale, es que tenía miedo de haberte dicho algo que te haya parecido mal, y como no me acuerdo pues te llamo para saber, o para pedirte perdón en ese caso.

- Que va mujer, no te preocupes, sea lo que fuese ya habrá tiempo para hablarlo en cualquier momento, ya lo hablaremos otro fin de semana.

- Ok! Un beso!

Cuelgo. Honestidad en saco roto. Vuelvo a mi clase y sumo esta llamada al anecdotario que Betty escuchaba a punto de romper a reír. Hago un intento porque la sonrisa que le devuelvo no sea la mueca que creo que es. La clase termina, y bajamos a la planta que alberga el comedor de la facultad. Jordan tenía clase a las cuatro de la tarde conmigo en una asignatura que perdía de calle frente a nuestras pocas ganas de asistir, y decidimos bajar a la playa, aunque sea con todos los bártulos, a pasar un poco la tarde allí. Él y Al, que también había terminado las clases, se habían reunido y bajaban a comer al piso de Jordan. Betty y yo los alcanzaríamos después, cogeríamos unos bocadillos y los comeríamos sentados en la arena. La comida no llega a salir de la facultad, y al cabo de una hora aproximada estábamos ya todos en el punto de encuentro. Nos adentramos en la arena. Ellos quedan en la parte baja de una duna artificial. Yo me quedo en un punto intermedio. Esta era la playa en la que cierta noche estuve con una sirena varada. Pienso en ello, me recuesto, coloco los auriculares, suena la música y cierro los ojos. Cierro los ojos y veo al cielo entero caerse.

El resto de días de la semana voy adelantando trabajo para las diversas correcciones, tanto las referentes a clase como a las clases particulares. Tenía que entregar el proyecto de un centro social el lunes, a la vuelta del fin de semana, un fin de semana en el cual actuaba en la ciudad uno de los grupos de los que Mike, Dark Cat y yo cantábamos canciones a las cinco de la madrugada, práctica de la que a veces, sobre todo en los desayunos de mediodía, no estoy especialmente orgulloso, pero que es parte de mí al fin y al cabo. Duermo un par de días en toda esta semana. Ese mismo martes Rose queda conmigo en una plaza cercana al sitio donde mi academia es impartida. Vamos a tomar una cerveza y bromeamos acerca de lo ocurrido el jueves, en un ambiente bastante amistoso, de hecho agradable Me muestra un apunte de su libreta, por lo visto de la última noche. “Soy jodidamente superior a cualquier persona que se te acerque con una idea”. Eso había dicho. Me describía a la perfección. Cuando la acompaño a que tome el autobús, me despido con un beso en la frente. Ella me lo devuelve en la boca. Perfecto. Quedé como estaba. Definitivamente mi confesión no había servido de absolutamente nada. Esa misma noche veo la trayectoria de la luna a lo largo del cielo por mi ventana, a veces desapareciendo entre jirones nubosos, hasta hacerlo definitivamente entre la masa de ciudad, el mismo momento en el que el alba hace enrojecerse de manera tímida los tejados de pizarra de los edificios colindantes.

Entre descansos ante el ordenador me da tiempo a pensar en lo ocurrido el fin de semana, en semanas anteriores. Hacía tiempo que no comía fresas, hacía tiempo que no las había a vender en comercios cercanos. El frutero siempre con la misma excusa. Y mira que la última vez que las había tomado entre las que eran dulces había también otras verdes y alguna que otra podrida incluso. Me gustaba también el chocolate, de hecho era lo que comía a veces, pero algún niño se quejaba de que le había robado la tableta. Oídos sordos. El problema era que también, y desde hacía tiempo, quería probar ciertas nueces, pero el presupuesto a veces no me daba. Además estas nueces tenían fama de ser difíciles de abrir. Esto no me amedrentaba, sólo que sabía que si rompía la cáscara, probablemente rompería el fruto también. ¿Chocolate con nueces? Mejor no pensar en ello. ¿Cómo? ¿Qué ahora las fresas se sirven con zumo de naranja? Vamos, no me jodas…

El miércoles quedo en casa de Jordan y Betty para trabajar, pero el sueño me vence en su sofá. Paso toda la tarde durmiendo allí, una amiga de su compañera de piso me ve, gente entra, gente pasa por el salón, pero yo no me entero de nada. Al menos espero no estarme babeando. Repetimos el día de trabajo el jueves, volviendo a quedar desde una hora temprana de la tarde hasta bien entrada la madrugada. Al día siguiente teníamos una corrección extra, pero era necesario subir el ejercicio a una plataforma en Internet para poder ser digno de corregir. Además podía ultimar detalles en la academia, ya que tenía justo antes de que el plazo de entrega de la corrección terminase. Aún me faltaba bastante, pero al menos el esfuerzo merecería la pena. A las cuatro de la madrugada, poco antes de que decida recoger las cosas suena mi móvil. Alguien preguntaba dónde estaba, que ya debería haber aparecido por el Lucky Rock. Si, ese local de carácter gaélico en el que empezaba el meollo siempre. Si, la fama me precede. Digo que estoy trabajando, y que me es imposible. Me voy a mi piso, repitiendo el esquema de la noche del martes al miércoles. El sol ya hace daño en los ojos cuando me asomo a la calle, me doy una ducha y me dirijo a la academia puntual. Con un día de ventaja era imposible que llegase tarde. Tengo suerte, la hora de subir los archivos se atrasa a las doce y media, en lugar de las once, con lo que remato lo más posible la entrega. La profesora me felicita, hace una semana a penas si tenía un par de dibujos sobre un folio, y ahora sólo me faltaban un par de cosas para colmatar la entrega. Bromeamos sobre mi madrugón, salgo y me dirijo a corregir.

Subo en autobús, de la misma manera que la semana pasada. Al llegar veo los proyectos de mis compañeros, lo que le dicen los profesores, me duermo un rato, me despierto, hay menos gente, llega Betty, de Jordan ni rastro. Me había apuntado en una lista para corregir por orden, era el último. Espero. El resto de gente, excepto Betty, se va cuando es mi turno. Defiendo mi trabajo, aún con bastante suerte de que la coherencia del anterior brillaba por su ausencia. No me libro no obstante de alguna pequeña reprimenda aquí y allá. Parece que nunca te van a decir algo bueno, y en la mayoría de casos así es. Una vez acabamos, y aunque sé que pueda parecer pesado, le pregunto al profesor que más debería hacer, que caminos debía tomar para colmatar el trabajo debidamente. Él me dice que lo importante es la idea, y mi proyecto por lo visto carece de ella. Asiento entre dientes, con la moral por los suelos, algo que Betty se esfuerza en el bus de vuelta a la ciudad de remediar, con bastante acierto. Me tumbo un poco en cama esperando a la noche. Una vena de responsabilidad hace que el concierto del sábado se diluya. Tenía entrada para otro concierto el martes justo, y una entrega el día anterior, amén de un examen el jueves, no sabía si me daba tiempo, de hecho era imposible, así que a la noche cuando me lo encuentro en el Lucky se lo comento a Mike. Me mira perplejo, bastante jodido, dice que de toda la gente que se podía descolgar yo era el último que se esperaba.

- Joder, tío, eras el último, no me jodas, además, ¿mañana vas a salir?

- Supongo, aunque sea a tomar algo, ¿por?

- Coño, para eso vente al concierto, ¡que vamos todos!

- No sé, no sé…

El “no sé” que dije a las doce de la noche se transforma a las dos en un “¿por qué no?”, a las tres en un “que coño” y a las cinco en un definitivo “¡vamos!”. Entremedias Mike y yo tenemos tiempo a comentar bastantes cosas, cosas que salen a la luz tras unas cuantas copas.

- Joder, Mike, y pensar que antes de conocerte pensaba: “mira a ese capullo, ¿quién coño se cree que es?”

- Jajaja, ya lo notaba, cuando estaba a veces hablando con Ginger notaba que me mirabas con gesto asesino, y yo pensaba: “¿y este tío?”

Esta puesta en común es la que definitivamente hace que la balanza ya no se decante más hacia una balda que otra, sino que sea reventada a patadas y olvidada cerca de cualquier contenedor. Bromeamos acerca de levantarnos al día siguiente de salir, no recordar mucho, de entrar en los bares a la noche siguiente huyendo del tumulto por miedo a posibles represalias, de levantarse y entrar en esta u otra red social y comprobar si alguien nos ha borrado de entre sus “Amigos”, y otras tantas cosas que extrañamente puedes compartir con alguien, quizás sólo con cuatro sin que te tilden de enajenado. A la noche siguiente nos encontramos todos ya en el local del concierto, tengo suerte, aún había entradas en taquilla, apuramos la bebida en el exterior y entramos. Pasan más horas de la cuenta, ya que ese sábado el reloj se atrasaba una hora, con lo cual el cómputo real fue que entramos en el recinto a las diez y salimos a las cuatro. Me encuentro en el interior a mis profesores de academia, me comentan que habían apostado entre ellos si iba a ir al concierto o no, veo que en la mayoría de los casos se conoce antes de lo que tengo fama, intento mantener la compostura y me reúno con el grupo. Los locales estaban ya para cerrar, no había mucho con quién encontrarse, no había mucho que hacer en la noche, pero si para mi en la tarde, noche y madrugada del domingo. Todo lo que no había hecho en los dos días anteriores.

Se me hace tarde cuando intento ponerme al trabajo. Entre recoger cosas que me traían mis padres del pueblo, principalmente comida, son las siete de la tarde cuando consigo sentarme ante el ordenador. Cuando son cerca de las nueve me encamino hacia chez- Jordan/Betty, para otra de nuestras veladas preentrega. Plantas, alzados y secciones arquitectónicas de proyecto. Sección constructiva, reseña de materiales utilizados, planta de situación, planta de aproximación urbanística, 1:100, 1:500, 1:300, 1:10, la noche se convierte sin previo aviso en mañana, aún quedaba una maqueta por hacer, y a mi me faltaban todos los textos explicativos. Me arriesgo. Jordan y yo hacemos las maquetas, Betty acaba su entrega también y subimos. Subimos a sacar fotos a la maqueta y a imprimir los planos. Mientras voy buscando una excusa para mi ausencia de textos. Quedaba una hora para que el plazo de entrega del material impreso finalizase, pero simplemente no tenía neuronas disponibles para escribir algo coherente, y las necesitaba para que mi mentira pareciese redonda. Decido entregar antes de tiempo. Le explico a los profesores que todo el texto (por suerte de esta vez había dejado marcado en el folio dónde iba a aparecer cada uno, lo cual le daba un poso más real a lo que estaba contando) me había quedado en una capa de no impresión y que no aparecía. Tengo suerte, me dejan completarlo para la entrega en formato digital, que finaliza este domingo. Funciona.

Derrotados, bajamos. Eran las tres de la tarde. En el camino de vuelta Betty me pregunta si estoy animado para lo que va a ocurrir mañana. Hago recuento, no hay ninguna entrega, ningún trabajo el martes, había examen el jueves, eso si, pero ¿el martes? que podía ser…antes de que caiga me dice el concierto. Llevo meses con la entrada y el día antes ni me acuerdo. Cuando mi mente se adaptaba al esfuerzo de computar fechas, horarios, entregas, trabajos, escalas, tiempo, falta de tiempo, total falta de tiempo, era difícil sacarla de esa dinámica. Ellos se bajan en su parada, y nos damos buenas noches. Llego a mi parada y subo uno a uno todos los escalones. En el descansillo antes de la puerta de mi piso, cuando ya casi puedo advertir el olor interior, casi me caigo al suelo. Cojo un último aliento y alcanzo a meter la llave al primer intento. Tiro las cosas en mi habitación, recapacito y me digo que no merece la pena acostarse ahora, total las horas ya irían pasando hasta las nueve o así, y ya dormiría todo del tirón. No era mala idea. Paso la barrera del sueño a la hora o así, esa barrera en la que exteriormente pareces un zombi, pero que sabes que eres capaz de aguantar otras doce horas más despierto si fuese necesario. Miro a la estantería. No me quedaban cigarrillos. El estanco había abierto ya, y me quedaba a escasos cincuenta metros. La mañana nublada se había tornado en una plácida tarde que invitaba al paseo y a no hacer nada. Salgo a comprar tabaco y a airear un poco el cerebro, dejando las preocupaciones para el día siguiente.

Pero no, no hoy. Justo cuando estoy metiendo la llave en el portal, miro a la derecha y veo a Aurora y a Musa, una amiga suya, salir de una tienda. Me vio, eso está claro. Por un momento me columpio entre mirar hacia otro lado y fingir que no las he visto, subir a mi habitación, fumarme un par de cigarrillos y descansar un mínimo o, por el contrario, ir a su encuentro, saludar, compartir un par de frases estúpidas, comprobar que en algunos casos la cordura no es cuestión de día a día, conversaciones acerca del uso y abuso de sustancias estupefacientes, reproches por mi compulsión al fumar, tarde de paseo, muerte cerebral, saludos y ya nos vemos mañana si eso en el concierto. Me decanto por esto último. Perfecto imbécil. Se suponía que ibas a comprar tabaco y volver a casa, ya está, pero no. Preparo cualquier cosa para cenar y salgo al encuentro de una cerveza. Necesitaba un momento tranquilo, a solas, no tenía ganas de maquinar nada más. En el Lucky me la sirven, y me quedo allí sentado, tomándola. Paz al fin. Poco dura. No pasan ni cinco minutos cuando se me acerca un completo desconocido, que estaba manteniendo una discusión acerca de no sé que gilipollas batalla de egos. Su contrincante sale, y él se me acerca.

- Eh, perdona…

- Dime…-le contesto, sin apenas mirarlo.

- Te he visto ahí sentado, y tienes mala cara, tío, ¿te pasa algo? – Me suelta, con un vaho a cerveza patético.

- No.

- Pues parecía, no sé, quería decirte, si no te molesta, que, bueno, tienes mi ánimo, no me gusta ver a la gente así, pareces buen tío…

Joder. Ni un puto lunes puede tomar algo alguien tranquilo. Me vuelvo a casa y empiezo a escribir este texto hasta que se consume la cajetilla de tabaco. A eso de las cuatro de la mañana me acuesto, esperando al concierto de mañana. Me levanto a eso de las tres de la tarde. Comenzar a ser persona me lleva un lapso de dos horas, mínimo. Llamo a Betty para que me pase los apuntes del examen que tenía el jueves. A eso de las ocho de la tarde me paso por su casa. Me cuenta que el examen es excluye la posibilidad de continuar el curso. Si lo suspendías, te enviaban a la convocatoria extraordinaria de Septiembre. Ya no saben de que manera ayudar a sus alumnos.

Al rato me dirijo al concierto, y disfruto y me desgano durante unas buenas dos horas. Dolor de pierna incluido. Cuando este termina, nos volvemos al centro. La gente que me había acompañado se marchaba, pero el espíritu nocturno me había abrazado ya. En el momento en el que me decían que se iban a casa, yo contesté: “Iré a la parte de abajo del local y veré quién hay…”. Todo esto derivó en unas siete horas solitarias de encontronazos con caras conocidas, con caras estigmatizadas y, sobre todo, con recuerdos borrados. Nada de lo que había ocurrido a partir de las dos de la madrugada merecía la pena como para marcarse de manera persistente en mi memoria."

Tom Grass . A través de un espejo marchito (Cap. 1) Ed. White Sparrow 2011.