jueves, 5 de enero de 2012

Dicen que te puede llevar al sitio de donde vienes. Dicen.


"Tras dos intentos fallidos para abrir la puerta de la cafetería, una chica me la abre desde el interior, sonriente. Tengo suficiente dinero suelto para comprar tabaco, pero miro la hora y veo que el tren está en la vía correspondiente. 7:54 Dirección Ciudad del viento. Gracias por usar nuestros servicios. Cierro la puerta, y con el billete recién comprado en la mano salgo corriendo en dirección a las vías. La maleta, hecha apenas hace unos minutos, tropieza con todo bordillo posible. Hace escasa media hora me encontraba a un kilómetro inmerso en la ciudad, intentado que el cajero fuese tan rápido escupiendo dinero como yo reclamándolo. Tiempo, siempre faltas.

En la carrera compruebo el vagón y asientos correspondientes, entro en el tren y me acomodo. Al par de minutos el pavimento de la estación, hormigón grisaceo, va quedando atrás, y el tren se mete en la negrura. Aún es de noche, el sol está perezoso, y las luces del tren iluminan la estancia. Me coloco el gorro en el reflejo, odio las carreritas de última hora. La ropa se hace incómoda, se vuelve un trapo pegajoso, sin importar que te hayas quedado en mangas de camisa. Es pronto para algunos y tarde para mí, el ordenador me ha convertido en un sereno.

Algunas veces querría ver la estancia en tercera persona, verme desde fuera, rodeado de extraños. En ese momento, si pudiera, me volaría la tapa de los sesos, simplemente para ver la cara de sorpresa de la gente ¿Se impresionaría el viejecillo que mira el vagón tras sus gafas sin saber exactamente dónde está? ¿Se despertaría la mujer con el chal azul que viaja con los auriculares blancos puestos? ¿El joven que que trabaja en el ordenador levantaría la mirada, o simplemente limpiaría su gabardina de restos de cráneo? Supongo que su sorpresa sería mayor si un extraño justo enfrente le dijese sin venir a cuento que su portátil es de la misma marca que el suyo.

No dejaría de ser raro reventar tu cabeza de un balazo en un tren en medio de ninguna parte. En un vagón exactamente igual que cualquier vagón de morro perteneciente a la línea de trenes media distancia. Nadie desaparece en tierra de nadie. No lugar te da la bienvenida a no existencia, billete de ida, vuelta cerrada, sin devoluciones. El revisor no hace atisbos de aparecer. La empresa ferroviaría podría al menos avisar cuando el viaje es gratis, no tengo ganas de tirar 6 euros a la basura. El traqueteo al menos es reconfortante.

El traje que viaja en mi maleta tiene manchas de barro del último local que visitamos en fin de año. Estaba sentado entre un grupo de gente en una terraza exterior, cuando un perro embarrado, mojado por la lluvia, se pasea en el centro de nuestras sillas. Nos mira a todos y se sacude el barro, para luego irse sin siquiera mirar atrás. Jodido saco de pulgas.

En la misma terraza del local (una especie de casa rural rehabilitada a las afueras de la ciudad, un hervidero de zombis) me encuentro con un gato pequeño, asustado. Una chica lo sostiene en brazos, pero el gato quiere escapar. Me acerco a ella y cojo al animal, que se tranquiliza un poco. Es pequeño, tiene la mirada entre perdida y desafiante, y su color es algo así como un mar negro con grandes islas blancas. Mientras lo sujeto, ella me cuenta que la dueña lo quiere sacrificar. Hay demasiados gatos pululando por el local, y no puede atenderlos a todos. El gato mira a todos lados y lo dejo posado en el suelo.

El tren llega al fin a su destino, y tras media hora llego a la ciudad. Cojo un bus urbano y tras un par de calles llego a mi portal. Tras cuatro pisos de innumerables escaleras, la puerta de casa me da la bienvenida. Meto la llave en la cerradura, pero no funciona. No se abre. Son las putas 8:13 de la mañana, vamos, mundo, no me jodas. Timbro repetidas veces y al fin Matt me abre la puerta, no muy molesto para ser la hora que era. Me comenta que la cerradura falla y que la cambiarán esta misma mañana. Entro en mi habitación y dejo la maleta cerca de cama. Luego salgo al salón y compruebo que ha amanecido como debiera. El gato del piso está despierto. Lo acaricio y, sorprendentemente, se deja. Al menos ya no es tan hijo de puta."

Tom Grass. Últimos paseos en la ciudad del viento -Visiones y recortes de delirio y carne-Ed. White Sparrow 2012

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