lunes, 23 de noviembre de 2009

"Me llamo John Edwards y tengo 25 años. Vivo en un pueblo cercano a la zona de Kansas City. Soy hijo de un peón de la construcción, John Edwards senior, y de una dedicada ama de casa, Amelie Edwards. Nuestra casa pertenece a uno de los barrios de la zona nueva, en la que cada casa es igual a la anterior. Una modesta fachada de madera iluminada en blanco y un pequeño jardín era lo que se repetía para cada familia a lo largo de todas las calles. Cuando era niño me distraía contando el veteado de la madera, intentando descubrir un pequeño nido de polilla dondequiera que lo hubiese. Siempre pensé que siendo las casas de madera, debería haber algún bicho de ese tipo habitando. Siempre lo había. Disfruto con la pintura, y la lectura, ya que nunca se me dió especialmente bien el deporte. Leía viejos libros que tenía mi madre, mi abuela había regentado una librería, y casi siempre le daba a mi madre los que al tiempo nadie compraba. No eran gran cosa, mi madre nunca los había leído, pero dada mi tendencia a leerlo todo decidió dármelos, así al menos se les sacaba provecho, decía..."

- ¡Abran la celda 16!¡Venga!

- ¡¡Se solicita tu presencia, escoria!! Ya tienes asignado a un abogado que quiere llevar tu puto caso. Rezo por el alma de ese insensato...

- Espere un segundo, estoy terminando esta línea...


"...Me llamo John Edwards y tengo 25 años. Soy canibal."

sábado, 14 de noviembre de 2009

Y por qué no...?

La noche había amainado al fin. Las nubes mostraban un rostro clemente tras horas inagotables de castigo. Parecía una vuelta de la lluvia primigenia. El taxi discurre por las arterias de la ciudad, impasible a mi estado. Sortea semáforos adivinando la combinación exacta, fruto de lo que supongo será la experiencia intrinseca a un viejo lobo de mar. La marea ha dejado de discurrir en vertical. Intento mantenerme todo lo despierto que puedo, no querría repetir una de las tantas escenas que se intentan encajar cual puzzle en mi memoria. Bajo. El humo se entrmezcla con el frío, pero pese a todo la chaqueta sigue sobrando. Siempre sobra. Siempre hay algo en un recóndito escondite en la memoria que hace alumbrar esa candela que deja de violar las heridas. Lástima que haya perdido la caja de cerillas. Hoy, tras meses, por no decir años, de intentonas, la puerta del bloque está abierta. Debería dormir, pero algo en mi fuero interno me dice lo que ya se adivina...