martes, 31 de mayo de 2011

No te dejes la luz encendida al marchar. Parte 1 (Creo)


"Mirándome hoy en el espejo, antes de salir del plato de la ducha, recordé ciertas palabras que me había dicho mi madre hacía un par de años: “Dios, Tommy, tes o tipo que tiña o teu pai cando tiña a túa idade, estaba moi delgado daquela, sobre todo comparado contigo. Tamén tes o tipo de teu tío, eso si, pasaron dos vintetrés anos e foi daquela cando empezaron a engordar.” Recordé el actual perfil de mi padre y sentí un ligero escalofrío. Pensé también en mi tío. Pasados los veinticinco su masa corporal llegó a rondar cerca o más incluso de los cien kilos. Me faltaban un par de años para esa fecha. Tenía que hacer algo. Me lo había propuesto desde ese mismo momento. La dieta actual, basada casi exclusivamente en filetes fritos en aceite usado, sin orden ni concierto a lo largo del día, no podía llevar a buen puerto. Cuando no era eso en casa era el variable aporte de grasas saturadas que ofrecía el comedor de la facultad. Tocaba ponerse en serio, pero era jueves, y era San Patricio. Providencia a veces tiene una curiosa manera de reírse de uno.

Salgo de la ducha mientras sonrío ante este detalle. Intento cerrar el pantalón a la primera, me calzo, y salgo al encuentro de la noche. En el cruce antes de que finalice mi calle, Natalie aparece acompañada de otras dos chicas, a las cuales ni conocía ni merecía la pena recordar. Nos quedamos mirando el uno al otro, mientras yo ya tengo la cartera en la mano. Iba a perder. Lo sabía. Habíamos hecho una promesa entre nocturnos hacía ya unos meses. Teníamos ambos una carta de joker en nuestro haber, ambas de la misma baraja que habíamos encontrado en un pub habitual cerca de la hora de cierre. Acordamos que ambos llevaríamos esa carta encima, y que en caso de cruzarnos, sea cual fuese el momento, el que antes se la mostrase al otro ganaría la posibilidad de pedir cuatro copas a placer sin tener que rascar billetera. Como toda buena apuesta que se precie, nunca parece llevarse a buen puerto, y otros factores y letra pequeña se acumulan en las bases de este simplista juego. Pero yo había ganado aquella mano.

-Jaaa!!

- ¡Mierda!

- ¿A dónde te diriges, nena?

- Iba ahora mismo hacía el Flann, ¡a ver si soy capaz de conseguir un gorro!

- Eh, si quieres te acompaño, que total no tengo mucho que hacer, ¿no esperas a por tus amigas?

- No, deja, es igual, vamos tirando, ¿vienes?

- Sólo si esperas a que me tome una copa.- Le digo más o menos con simpatía.

Mentía. Habían quedado conmigo en otro local, pero bueno, nunca he sido muy amante de lo estipulado. Damos media vuelta, mientras observamos el verde de las caras y el jolgorio balbuceante del gentío. Otra excusa perfectamente válida para algunos de que su bilis saludase al asfalto. Sabía que el bar irlandés había abierto una sucursal cercana a mi piso, en la que por lo visto se comía bastante bien sin que un puñal de obsidiana te sacase las tripas sólo por respirar el oxígeno del interior. Apenas había manera humana de acercarnos a la barra, pero en un descuido de un par de extranjeros que estaban pidiendo me hago con dos sillas.

- ¿No querías un gorro? Ahora lo tienes bien sencillo, sólo tienes que tomar un par de copas.

- Se lo voy a pedir a un camarero que conozco, a ver si puede darme uno. Es que a mi no me gusta la cerveza.

Decía esto con su voz melosa, mientras yo miraba su sombrero. Siempre había algo sobre esa lacia melena, a la que me gustaba mirar a veces de reojo. Se acercó al camarero y le preguntó, mientras yo pedía una pinta. Algún avispado confunde su copa con la mía, y se la lleva ante mis narices, desapareciendo entre la marea. Me resigno a pedir otra, que por suerte no me cobran. La broma no era precisamente barata, pero, coño, era un día, me había visto en situaciones peores, en las cuales una noche acompañado de un par de packs de seis ganaban a la comida de dos días.

- Debes de estar rico, para poder pedirte eso…

Ya no sabía si lo había pensado o lo estaba diciendo en alto, pero estaba leyendo mi mente. Tampoco me sorprendí mucho.

- No te creas, la balanza se decanta antes a esto que a otras cosas, o tú como haces? Supongo que no vivirás a base de chopped toda la semana…

- No, vivo con mis padres, pero me gano yo mi sueldo, pero ya tengo ganas de independizarme.

- Ah, ¿si? ¿Y a que ciudad te diriges? – pregunto, sin darle mucha importancia.

- No, quiero quedarme aquí, pero he tenido problemas con subvenciones, a ver si surge para este año. El año anterior me denegaron una ayuda del estado y la chica con la que iba a compartir piso se echó atrás en el último momento.

- Pues mira, yo este año venzo el contrato de mi piso, podríamos mirar algo juntos.

Tras este órdago, una vez acabada la cerveza y verse ella compuesta y sin gorro salimos en dirección al bar que era mi destino inicial. Aún era temprano, el minutero se acercaba tranquilo a las doce en punto. Había quedado allí con Rose. Le dije que en cuanto terminase de cenar me acercaría por allí. Creo haberla visto pasar acompañada de una amiga suya en dirección al cuarto de baño, pero no le doy mucha importancia al hecho y me quedo en la barra con Natalie. Pido dos cervezas, y en un descuido suyo coloco el gorro que me habían regalado en su cabeza. Se giró y me dio las gracias, efusiva. Le dije que no sabía a que se refería, buena acción de la noche. Rose sale del baño y viene en mi dirección con la palabra “chupito” saliéndole de la boca. Estaba pletórica, su noche había comenzado cerca de las cuatro de la tarde. Los tomamos, a la salud de ya no recuerdo que muerto, y nos alejamos de la zona de pedir. La corta conversación que mantuvimos derivó en un beso que apenas tenía fuerzas para responder. Echo un vistazo a la cartera y tras un pequeño intercambio de opiniones entre las telarañas salgo hacia el cajero más cercano. De vuelta a la pequeña embajada irlandesa soy yo quien se queda sin gorro. Un capricho como otro cualquiera. Intercambio estupideces entre algunos de los habituales y me vuelvo a encontrar con Natalie. Me dice:

- Eh, ya sé algo más de ti

- ¿Qué?

- Esa chica…ya sabes…

- Si, ya sé, soy heterosexual, ya sabes algo más de mi, gran descubrimiento.

Subo a la parte superior del local. Rose está apoyada sobre una de las mesas, haciendo un esfuerzo por mantenerse despierta. Le sugiero que me acompañe a casa. Una vez en mi habitación se tumba en cama, sacándose perezosamente sus grandes botas. Sus parpados amenazan con seguir un curso ajeno a su voluntad. Intento que reaccione, mientras una pequeña amenaza de fulminante cabreo me recorre la espalda. Intenta ponerse en contacto con una amiga suya, con la que iba a dormir, pero el teléfono no daba señal. Ante tal panorama le digo que se levante. No tenía especiales ganas de encontrarme con un cadáver en cama, y a mi nadie me iba a joder esta fecha.

- ¿Conque esas tenemos? Pues ya me levanto…

Se incorpora, y la verticalidad le dura un segundo. Su cuerpo e desploma en el suelo como si su alma se hubiese ido flotando por la ventana. Observo la situación intentando hilar la retahíla de acontecimientos que acaban de ocurrir en a penas un instante. Me acerco a ella, y su respiración me tranquiliza. La levanto, pero ella no conseguía ni moverse. A duras penas hago que se incorpore en cama y la tranquilizo.

- No es necesario que nos vayamos, nena, si quieres quedarte no tienes más que decirlo. Si es lo que prefieres, aquí nos quedamos, no hay problema.

Asiente, le sonrío, la descalzo y la meto en cama. Ella duerme, y yo intento conciliar el sueño en vano. Me quedo contemplando sombras danzando unas buenas cuatro horas. Tenía una corrección a la mañana del día siguiente, y ya me olía venir otro día arrastrado intentando mantener la compostura. Rose se despierta, y la beso. Nos desnudamos y ella se sube encima de mí. Estoy cansado, ebrio, pero aguanto la embestida. Va tan fuerte que temo que me parta en dos, en una de estas lo iba a conseguir. Al terminar se gira y duerme, más tranquila y en mejor estado del que se había metido en cama. Yo sigo agonizando. El día despunta. La primera luz del alba atraviesa la contraventana, posándose lozana sobre mis ojos. La despierto, tenía que ir antes a unas clases en las que me había apuntado, y ella también menta algo sobre una asignatura, inglés, creo recordar, y un profesor demasiado demagógico. Ella se viste y yo me siento en cama a desayunar nicotina. La acompaño hasta la puerta y vuelvo a la habitación. Perfecto, ya llegaba media hora tarde.

En el camino me encuentro con Jordan, que acude a la misma academia a la hora siguiente a la mía. Me intenta sonsacar un diagnóstico de la noche, pero obvio la mayoría de detalles. La profesora me regaña simpática mi tardanza, y se centra en él. Llegada la hora de la corrección, subo a la facultad, con un vacío en el estómago y ciertos síntomas típicos del cansancio: el olor acerado de la sangre a punto de salir a borbotones por la nariz. En el autobús casi consigo dormir un poco, pero ya me tenía que bajar. Me apunto en la lista de correcciones y espero. Las horas pasan, vacías. El profesor dice de hacer un descanso de media hora para comer. Yo soy el siguiente tras la pausa. Tres horas y media que nadie me iba a devolver.

Tras unos comentarios poco halagüeños, pero mejor recibidos que en otras ocasiones, salgo y me despido, con una vana esperanza de descanso en el horizonte. Llego a casa y me quito de encima el quintal de utensilios habituales. Cargar con esas comedias de una punta a otra de la ciudad durante más de la mitad del día hacía que subir las escaleras se antojase más una gesta que algo cotidiano. Rezando por un suspiro de tranquilidad, enciendo el ordenador y Dark Cat se pone en contacto conmigo. En realidad se llama Joseph Dark, pero entre sus conocidos habían hecho ese juego de palabras, que la verdad le venía al pelo. Sería unos dos años más joven que yo, y estaba inmiscuido en un par de grupos musicales, un afán que yo tenía ganas de recuperar. Lo de oscuro no tenía mucha complicación, cuando no llevaba el clásico chándal de yonki solía ir vestido con ropa en la que el negro era el predominante. A veces no era ágil de mente, y se adecuaba demasiado a la clásica imagen del joven greñudo con cara enferma habitual en los seguidores de heavy metal, melena suelta a poder ser. Pero, que coño, me caía bien.

Me comenta sin mucho detalle que él y No Flag Mike van a comprar la entrada para un concierto la semana siguiente, me pide que intente ir y yo le digo que se pasen por mi piso. Cerca de las ocho llegan ambos. No Flag Mike viene en cabeza. Es un amigo de Matt Stone, uno de mis compañeros de piso, y un habitual de los locales que frecuento. Lo conocía de vista desde hacía ya un año aproximadamente, y en aquel momento no era santo de mi devoción. Me parecía el clásico guaperas de anuncio de dentífrico, un enemigo, un obstáculo. No lo era, pero a mi me lo parecía, y con eso bastaba. A lo largo de este año hemos ido coincidiendo, y la coincidencia dio paso a una sana relación de colegueo. No Flag Mike tendría más o menos mi altura, los ojos azules, una media melena castaña y una sonrisa que parecía esculpida. Conversaciones y situaciones aquí y allá me hicieron ver mi error de juicio. Era el clásico joven (rondaba de cerca mi edad) que siempre hacía por sacar una carcajada a sus allegados, un observador del fondo del vaso. Para algunos no era más que un loco, pero mis sospechas ya se habían confirmado el día de su cumpleaños, en el que se regaló a si mismo unas pocas lágrimas de desconsuelo. Decía que como siempre iba por ahí, haciendo el indio, el Mike que paga, el Mike que nunca pasa nada, a la gente le parecía que no tenía ningún problema, pero yo entendía su llamada de fondo. Una historia bastante familiar. Intercambios de ideas así me hicieron ver que andaba por un camino que se me antojaba conocido, además compartíamos bastantes gustos, al menos en lo que a música, bebida y, sobre todo, mujeres se refiere. Ambos nos comentamos algún que otro fracaso, coincidiendo en el caso e incluso a veces en la tía en cuestión.

Tras un par de tonadillas, y unas cuantas caladas a esto y aquello, salimos de mi casa cerca de las diez de la noche con la intención de ir a un piso a tomar unas copas. Mike se fue a ver una película con nomepreguntesquieneraporquelaverdadniimporta y tras una ligera reprimenda, una vez estuvimos todos los necesarios para convertir una noche en algo decente volvimos al centro, simplemente para vivir un rato en la que no pasó absolutamente nada. Cerca de las cinco de la madrugada oí la llamada de la cama y me despedí.

Sábado, día del padre, comercios cerrados y yo sin desodorante. Me despierto cerca de las cinco de la tarde. Salgo a la calle a hacer unas compras, y tras una hora callejeando me doy cuenta de que es festivo. Maldito idiota. Vuelvo a casa, rezando para que las últimas gotas de fragancia le ganasen el pulso al sudor. Me llama mi madre. Al día siguiente estaba de cumpleaños, y ya que no nos habíamos podido ver la familia pues comeríamos todos juntos aprovechando la fecha, vendría mi hermano también e iríamos a un restaurante en una localidad cercana. Me pasa con mi padre, le felicito y hablamos un rato de la maquinaria diaria de cada uno. Mi madre me recuerda que las superficies comerciales estaban abiertas, así que cojo un bus y voy a comprar el dichoso complemento arreglacitas.

Cuando me quiero dar cuenta ya ha anochecido, y tras haber cenado y usado mi última y digna adquisición, vuelta al local donde todos coincidimos para calentar motores. Fuera está bastante tropa, y tras haber sisado un par de tragos entro a pagar por mi bebida. Ya empezaba a hacer cierta mella, tras un par de noches, semanas, meses, años. En el interior aparece Aurora. Aurora. La había conocido antes que a Rose, haciendo cuentas hará este dos veranos. Ambas eran amigas. Aparecimos en nuestras vidas uno de estos miércoles estivales, y desde aquella. Era ligeramente morena, con el pelo castaño, alta, alocada a veces, reservada otras, encantadora algunas, la típica situación “y que pasaría si…”. Intercambiamos copas, frases de nada, fragmentos de noches inconexas, durante un rato. Salgo, vuelvo a entrar. Voy notando como el doctorcillo enclenque es arrinconado y golpeado por la bestia cada vez más. No hay ya vuelta atrás. En cierto momento me encuentro con Natalie, que me llama borde. No recordaba a cuento de que, pero por lo visto el jueves la puse a caer de un burro. Le dije que no era nada personal, si lo fuese se daría cuenta.

De camino a la salida del local, y como si de una iluminación se tratase, le digo a Aurora que saliese a hablar conmigo. Ambos nos ponemos a recordar anécdotas, y recuerdas, y recuerdas tú, y que bien, cuando un tío con el que estaba antes se le acerca y la besa. Fin del comunicado. Era hora de cierre casi y tocaba trasladar el campamento. Marcho solitario entre una muchedumbre al encuentro de la siguiente zona de locales, apartada a unos cinco minutos andando aproximadamente. No sé a ciencia cierta cuanto tiempo ha transcurrido, ni cuanta bebida me había tomado, pero parece que la respuesta a ambas es una eternidad. He parado de escribir porque me he quedado sin tabaco, no he tenido a penas un momento para sentarme ante este cacharro y teclear, pero hoy, tras unas semanas ya, creo que va siendo hora. El caso, allí estaba yo, cristal en mano, acabo el trago y salgo a reencontrarme con quien fuera que estuviese. En ese momento Aurora reaparece, y retomamos la conversación en donde la habíamos dejado. En el punto de aquel miércoles, de aquella vez, de lo que recordábamos, de miradas posteriores, de confesiones de borrachera, de algo que se podía tildar de pobres sentimientos por mi parte. En definitiva, que me gustaba. Se queda desconcertada. En cierto momento me dice que Rose anda cerca, yo le respondo “ya lo sé, que piensas, ¿que no se lo voy a decir?”. Sigo hablando y ella se aparta, con los ojos enrojecidos, Rose me agarra y me pregunta:

- ¿Eres gilipollas o a ti que coño te pasa?

- Si, soy gilipollas…

Le intento explicar como buenamente puedo lo ocurrido, lo que llevaba pasando, nos besamos, le explico todo y parece que lo entiende, aunque sé que una parrafada un sábado a las cinco de la mañana no servirá de mucho. La acompaño a casa entre risas, ella me abraza y me dice las dos palabras que menos quiero oír. Me dice que nunca me ha visto sonreír de manera sincera, le digo que hace ya tiempo que eso no ocurre, me despido y vuelvo, más o menos contento de haberlo contado todo. La noche me recuerda que se está llegando a su fin, le pido perdón, le rindo pleitesía y la acabo. Al día siguiente el teléfono me sirve de despertador, mi madre me llama, ya estaban en el coche, tocaba ducharse, vestirse, bajo, me recogen, etc…y nos ponemos en camino. Hablo poco, cierro los ojos obligado por el sol. En un viaje que parecía no terminar nunca llegamos al restaurante. Rara vez hacíamos estas cosas, pero era una marcada fecha familiar, mi madre estaba de cumpleaños, y mi padre lo estaría cuatro días después. No estaba de más que aunque fuese pocas veces al año recordarles que seguían teniendo un primogénito por el mundo adelante, que yo tenía un hermano y unos padres también.

Era un restaurante en el que habían ido a comer con otros padres cierto día de partido de mi hermano, que ya jugaba desde hacía tiempo en el circuito regional, uno de tantos partidos que yo no había ido a ver. Nos sentamos y se acerca un camarero, jovial, y nos indica la carta. Mil manjares suenan, sobre todo cuando llega al plato “almejas en su salsa”. Se me hace la boca agua, y me niego pedirlas, haciéndome eco de nuestra capacidad financiera. Mi padre pregunta que íbamos a tomar, y mi hermano pequeño suelta un lastimero “eu quería almexas”. Miro hacia la nada y casi le meto una patada por debajo de la mesa, luego todos sonreímos y los platos son pedidos. Un día era un día, suelen decir en mi casa, el pronto de mi hermano hace que se pidiese el plato que ya sabía de buena tinta que no podría comer y devoro las almejas junto a él, mis padres piden algo que no recuerdo, y seguimos comiendo hasta que nos traen el plato principal. Traen piezas de churrasco en un estado perfecto, carne jugosa entre medio hecha y sangrienta, mi favorita, postre, cuenta, fotos de recuerdo en el exterior y vuelta. Iba respirando fuertemente, esta supuesta dieta iba a acabar conmigo. Una vez en la ciudad nos acercamos al campo de fútbol, mi hermano iba a ver un partido allí. Cuando estamos en las cercanías, se baja sin siquiera despedirse. No lo culpo, yo habría hecho lo mismo, vemos los tres que va contento y nos acercamos a mi piso. Le comento a mi madre mis últimas jugadas, más o menos mitigadas, mezcla de busca de consejo y reafirmación personal, mientras mi padre anda unos metros detrás debido al cansancio. Tras una tarde más o menos en compañía como regalo ellos marchan, y yo agoto las horas hasta el comienzo de la semana.

A la mañana siguiente hacía un día playero digno de mediados de Agosto. Llego un poco tarde a clase y me reúno con mis compañeros. Betty me va haciendo preguntas sobre cómo había pasado el fin de semana. Justo cuando le estaba comentando algún punto de dudosa moralidad, el móvil suena. Era un teléfono con prefijo de esta misma ciudad, ni idea de quién podía ser. Descuelgo educadamente, como en todos estos casos.

- Hola, ¿dígame?

- Tommy

- Si, ¿quién es?

- Mira, soy Aurora.- (se me hiela el riego sanguíneo) – Te llamaba porque no recuerdo mucho del último sábado, recuerdo haber hablado contigo, pero ni idea de lo que me decías, sólo sé que recuerdo haberte mirado molesta…

- Ah, eso, no te preocupes, yo tampoco me acuerdo de mucho. – (Miento) – Sería cualquier tontería sin importancia…

- Jaja, vale, es que tenía miedo de haberte dicho algo que te haya parecido mal, y como no me acuerdo pues te llamo para saber, o para pedirte perdón en ese caso.

- Que va mujer, no te preocupes, sea lo que fuese ya habrá tiempo para hablarlo en cualquier momento, ya lo hablaremos otro fin de semana.

- Ok! Un beso!

Cuelgo. Honestidad en saco roto. Vuelvo a mi clase y sumo esta llamada al anecdotario que Betty escuchaba a punto de romper a reír. Hago un intento porque la sonrisa que le devuelvo no sea la mueca que creo que es. La clase termina, y bajamos a la planta que alberga el comedor de la facultad. Jordan tenía clase a las cuatro de la tarde conmigo en una asignatura que perdía de calle frente a nuestras pocas ganas de asistir, y decidimos bajar a la playa, aunque sea con todos los bártulos, a pasar un poco la tarde allí. Él y Al, que también había terminado las clases, se habían reunido y bajaban a comer al piso de Jordan. Betty y yo los alcanzaríamos después, cogeríamos unos bocadillos y los comeríamos sentados en la arena. La comida no llega a salir de la facultad, y al cabo de una hora aproximada estábamos ya todos en el punto de encuentro. Nos adentramos en la arena. Ellos quedan en la parte baja de una duna artificial. Yo me quedo en un punto intermedio. Esta era la playa en la que cierta noche estuve con una sirena varada. Pienso en ello, me recuesto, coloco los auriculares, suena la música y cierro los ojos. Cierro los ojos y veo al cielo entero caerse.

El resto de días de la semana voy adelantando trabajo para las diversas correcciones, tanto las referentes a clase como a las clases particulares. Tenía que entregar el proyecto de un centro social el lunes, a la vuelta del fin de semana, un fin de semana en el cual actuaba en la ciudad uno de los grupos de los que Mike, Dark Cat y yo cantábamos canciones a las cinco de la madrugada, práctica de la que a veces, sobre todo en los desayunos de mediodía, no estoy especialmente orgulloso, pero que es parte de mí al fin y al cabo. Duermo un par de días en toda esta semana. Ese mismo martes Rose queda conmigo en una plaza cercana al sitio donde mi academia es impartida. Vamos a tomar una cerveza y bromeamos acerca de lo ocurrido el jueves, en un ambiente bastante amistoso, de hecho agradable Me muestra un apunte de su libreta, por lo visto de la última noche. “Soy jodidamente superior a cualquier persona que se te acerque con una idea”. Eso había dicho. Me describía a la perfección. Cuando la acompaño a que tome el autobús, me despido con un beso en la frente. Ella me lo devuelve en la boca. Perfecto. Quedé como estaba. Definitivamente mi confesión no había servido de absolutamente nada. Esa misma noche veo la trayectoria de la luna a lo largo del cielo por mi ventana, a veces desapareciendo entre jirones nubosos, hasta hacerlo definitivamente entre la masa de ciudad, el mismo momento en el que el alba hace enrojecerse de manera tímida los tejados de pizarra de los edificios colindantes.

Entre descansos ante el ordenador me da tiempo a pensar en lo ocurrido el fin de semana, en semanas anteriores. Hacía tiempo que no comía fresas, hacía tiempo que no las había a vender en comercios cercanos. El frutero siempre con la misma excusa. Y mira que la última vez que las había tomado entre las que eran dulces había también otras verdes y alguna que otra podrida incluso. Me gustaba también el chocolate, de hecho era lo que comía a veces, pero algún niño se quejaba de que le había robado la tableta. Oídos sordos. El problema era que también, y desde hacía tiempo, quería probar ciertas nueces, pero el presupuesto a veces no me daba. Además estas nueces tenían fama de ser difíciles de abrir. Esto no me amedrentaba, sólo que sabía que si rompía la cáscara, probablemente rompería el fruto también. ¿Chocolate con nueces? Mejor no pensar en ello. ¿Cómo? ¿Qué ahora las fresas se sirven con zumo de naranja? Vamos, no me jodas…

El miércoles quedo en casa de Jordan y Betty para trabajar, pero el sueño me vence en su sofá. Paso toda la tarde durmiendo allí, una amiga de su compañera de piso me ve, gente entra, gente pasa por el salón, pero yo no me entero de nada. Al menos espero no estarme babeando. Repetimos el día de trabajo el jueves, volviendo a quedar desde una hora temprana de la tarde hasta bien entrada la madrugada. Al día siguiente teníamos una corrección extra, pero era necesario subir el ejercicio a una plataforma en Internet para poder ser digno de corregir. Además podía ultimar detalles en la academia, ya que tenía justo antes de que el plazo de entrega de la corrección terminase. Aún me faltaba bastante, pero al menos el esfuerzo merecería la pena. A las cuatro de la madrugada, poco antes de que decida recoger las cosas suena mi móvil. Alguien preguntaba dónde estaba, que ya debería haber aparecido por el Lucky Rock. Si, ese local de carácter gaélico en el que empezaba el meollo siempre. Si, la fama me precede. Digo que estoy trabajando, y que me es imposible. Me voy a mi piso, repitiendo el esquema de la noche del martes al miércoles. El sol ya hace daño en los ojos cuando me asomo a la calle, me doy una ducha y me dirijo a la academia puntual. Con un día de ventaja era imposible que llegase tarde. Tengo suerte, la hora de subir los archivos se atrasa a las doce y media, en lugar de las once, con lo que remato lo más posible la entrega. La profesora me felicita, hace una semana a penas si tenía un par de dibujos sobre un folio, y ahora sólo me faltaban un par de cosas para colmatar la entrega. Bromeamos sobre mi madrugón, salgo y me dirijo a corregir.

Subo en autobús, de la misma manera que la semana pasada. Al llegar veo los proyectos de mis compañeros, lo que le dicen los profesores, me duermo un rato, me despierto, hay menos gente, llega Betty, de Jordan ni rastro. Me había apuntado en una lista para corregir por orden, era el último. Espero. El resto de gente, excepto Betty, se va cuando es mi turno. Defiendo mi trabajo, aún con bastante suerte de que la coherencia del anterior brillaba por su ausencia. No me libro no obstante de alguna pequeña reprimenda aquí y allá. Parece que nunca te van a decir algo bueno, y en la mayoría de casos así es. Una vez acabamos, y aunque sé que pueda parecer pesado, le pregunto al profesor que más debería hacer, que caminos debía tomar para colmatar el trabajo debidamente. Él me dice que lo importante es la idea, y mi proyecto por lo visto carece de ella. Asiento entre dientes, con la moral por los suelos, algo que Betty se esfuerza en el bus de vuelta a la ciudad de remediar, con bastante acierto. Me tumbo un poco en cama esperando a la noche. Una vena de responsabilidad hace que el concierto del sábado se diluya. Tenía entrada para otro concierto el martes justo, y una entrega el día anterior, amén de un examen el jueves, no sabía si me daba tiempo, de hecho era imposible, así que a la noche cuando me lo encuentro en el Lucky se lo comento a Mike. Me mira perplejo, bastante jodido, dice que de toda la gente que se podía descolgar yo era el último que se esperaba.

- Joder, tío, eras el último, no me jodas, además, ¿mañana vas a salir?

- Supongo, aunque sea a tomar algo, ¿por?

- Coño, para eso vente al concierto, ¡que vamos todos!

- No sé, no sé…

El “no sé” que dije a las doce de la noche se transforma a las dos en un “¿por qué no?”, a las tres en un “que coño” y a las cinco en un definitivo “¡vamos!”. Entremedias Mike y yo tenemos tiempo a comentar bastantes cosas, cosas que salen a la luz tras unas cuantas copas.

- Joder, Mike, y pensar que antes de conocerte pensaba: “mira a ese capullo, ¿quién coño se cree que es?”

- Jajaja, ya lo notaba, cuando estaba a veces hablando con Ginger notaba que me mirabas con gesto asesino, y yo pensaba: “¿y este tío?”

Esta puesta en común es la que definitivamente hace que la balanza ya no se decante más hacia una balda que otra, sino que sea reventada a patadas y olvidada cerca de cualquier contenedor. Bromeamos acerca de levantarnos al día siguiente de salir, no recordar mucho, de entrar en los bares a la noche siguiente huyendo del tumulto por miedo a posibles represalias, de levantarse y entrar en esta u otra red social y comprobar si alguien nos ha borrado de entre sus “Amigos”, y otras tantas cosas que extrañamente puedes compartir con alguien, quizás sólo con cuatro sin que te tilden de enajenado. A la noche siguiente nos encontramos todos ya en el local del concierto, tengo suerte, aún había entradas en taquilla, apuramos la bebida en el exterior y entramos. Pasan más horas de la cuenta, ya que ese sábado el reloj se atrasaba una hora, con lo cual el cómputo real fue que entramos en el recinto a las diez y salimos a las cuatro. Me encuentro en el interior a mis profesores de academia, me comentan que habían apostado entre ellos si iba a ir al concierto o no, veo que en la mayoría de los casos se conoce antes de lo que tengo fama, intento mantener la compostura y me reúno con el grupo. Los locales estaban ya para cerrar, no había mucho con quién encontrarse, no había mucho que hacer en la noche, pero si para mi en la tarde, noche y madrugada del domingo. Todo lo que no había hecho en los dos días anteriores.

Se me hace tarde cuando intento ponerme al trabajo. Entre recoger cosas que me traían mis padres del pueblo, principalmente comida, son las siete de la tarde cuando consigo sentarme ante el ordenador. Cuando son cerca de las nueve me encamino hacia chez- Jordan/Betty, para otra de nuestras veladas preentrega. Plantas, alzados y secciones arquitectónicas de proyecto. Sección constructiva, reseña de materiales utilizados, planta de situación, planta de aproximación urbanística, 1:100, 1:500, 1:300, 1:10, la noche se convierte sin previo aviso en mañana, aún quedaba una maqueta por hacer, y a mi me faltaban todos los textos explicativos. Me arriesgo. Jordan y yo hacemos las maquetas, Betty acaba su entrega también y subimos. Subimos a sacar fotos a la maqueta y a imprimir los planos. Mientras voy buscando una excusa para mi ausencia de textos. Quedaba una hora para que el plazo de entrega del material impreso finalizase, pero simplemente no tenía neuronas disponibles para escribir algo coherente, y las necesitaba para que mi mentira pareciese redonda. Decido entregar antes de tiempo. Le explico a los profesores que todo el texto (por suerte de esta vez había dejado marcado en el folio dónde iba a aparecer cada uno, lo cual le daba un poso más real a lo que estaba contando) me había quedado en una capa de no impresión y que no aparecía. Tengo suerte, me dejan completarlo para la entrega en formato digital, que finaliza este domingo. Funciona.

Derrotados, bajamos. Eran las tres de la tarde. En el camino de vuelta Betty me pregunta si estoy animado para lo que va a ocurrir mañana. Hago recuento, no hay ninguna entrega, ningún trabajo el martes, había examen el jueves, eso si, pero ¿el martes? que podía ser…antes de que caiga me dice el concierto. Llevo meses con la entrada y el día antes ni me acuerdo. Cuando mi mente se adaptaba al esfuerzo de computar fechas, horarios, entregas, trabajos, escalas, tiempo, falta de tiempo, total falta de tiempo, era difícil sacarla de esa dinámica. Ellos se bajan en su parada, y nos damos buenas noches. Llego a mi parada y subo uno a uno todos los escalones. En el descansillo antes de la puerta de mi piso, cuando ya casi puedo advertir el olor interior, casi me caigo al suelo. Cojo un último aliento y alcanzo a meter la llave al primer intento. Tiro las cosas en mi habitación, recapacito y me digo que no merece la pena acostarse ahora, total las horas ya irían pasando hasta las nueve o así, y ya dormiría todo del tirón. No era mala idea. Paso la barrera del sueño a la hora o así, esa barrera en la que exteriormente pareces un zombi, pero que sabes que eres capaz de aguantar otras doce horas más despierto si fuese necesario. Miro a la estantería. No me quedaban cigarrillos. El estanco había abierto ya, y me quedaba a escasos cincuenta metros. La mañana nublada se había tornado en una plácida tarde que invitaba al paseo y a no hacer nada. Salgo a comprar tabaco y a airear un poco el cerebro, dejando las preocupaciones para el día siguiente.

Pero no, no hoy. Justo cuando estoy metiendo la llave en el portal, miro a la derecha y veo a Aurora y a Musa, una amiga suya, salir de una tienda. Me vio, eso está claro. Por un momento me columpio entre mirar hacia otro lado y fingir que no las he visto, subir a mi habitación, fumarme un par de cigarrillos y descansar un mínimo o, por el contrario, ir a su encuentro, saludar, compartir un par de frases estúpidas, comprobar que en algunos casos la cordura no es cuestión de día a día, conversaciones acerca del uso y abuso de sustancias estupefacientes, reproches por mi compulsión al fumar, tarde de paseo, muerte cerebral, saludos y ya nos vemos mañana si eso en el concierto. Me decanto por esto último. Perfecto imbécil. Se suponía que ibas a comprar tabaco y volver a casa, ya está, pero no. Preparo cualquier cosa para cenar y salgo al encuentro de una cerveza. Necesitaba un momento tranquilo, a solas, no tenía ganas de maquinar nada más. En el Lucky me la sirven, y me quedo allí sentado, tomándola. Paz al fin. Poco dura. No pasan ni cinco minutos cuando se me acerca un completo desconocido, que estaba manteniendo una discusión acerca de no sé que gilipollas batalla de egos. Su contrincante sale, y él se me acerca.

- Eh, perdona…

- Dime…-le contesto, sin apenas mirarlo.

- Te he visto ahí sentado, y tienes mala cara, tío, ¿te pasa algo? – Me suelta, con un vaho a cerveza patético.

- No.

- Pues parecía, no sé, quería decirte, si no te molesta, que, bueno, tienes mi ánimo, no me gusta ver a la gente así, pareces buen tío…

Joder. Ni un puto lunes puede tomar algo alguien tranquilo. Me vuelvo a casa y empiezo a escribir este texto hasta que se consume la cajetilla de tabaco. A eso de las cuatro de la mañana me acuesto, esperando al concierto de mañana. Me levanto a eso de las tres de la tarde. Comenzar a ser persona me lleva un lapso de dos horas, mínimo. Llamo a Betty para que me pase los apuntes del examen que tenía el jueves. A eso de las ocho de la tarde me paso por su casa. Me cuenta que el examen es excluye la posibilidad de continuar el curso. Si lo suspendías, te enviaban a la convocatoria extraordinaria de Septiembre. Ya no saben de que manera ayudar a sus alumnos.

Al rato me dirijo al concierto, y disfruto y me desgano durante unas buenas dos horas. Dolor de pierna incluido. Cuando este termina, nos volvemos al centro. La gente que me había acompañado se marchaba, pero el espíritu nocturno me había abrazado ya. En el momento en el que me decían que se iban a casa, yo contesté: “Iré a la parte de abajo del local y veré quién hay…”. Todo esto derivó en unas siete horas solitarias de encontronazos con caras conocidas, con caras estigmatizadas y, sobre todo, con recuerdos borrados. Nada de lo que había ocurrido a partir de las dos de la madrugada merecía la pena como para marcarse de manera persistente en mi memoria."

Tom Grass . A través de un espejo marchito (Cap. 1) Ed. White Sparrow 2011.

5 comentarios:

  1. Tío, aún voy por la mitad... parte los capítulos en partes que si no, no doy hecho! Curiosa referencia la de la sirena varada. Otro día acabo de leerlo.

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  2. Empecé a escribirlo, y quería comprobar cual era el máximo de caracteres para una entrada. Como me entró todo junto, no me lo pensé ni un segundo.

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  3. Al fin lo leí entero... supongo que cuando dices que en el concierto te desganas es que te desgañitas ¿o tan malo fue? Espero que haya partes de ficción, jajajaja.

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  4. Desganado porque casi me quedo cojo, problemas en ambas rodillas. ¿Fic-ción? ¿Que es fic-ción? jajajaja (Si, varada.)

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