martes, 4 de octubre de 2011

Tenía la frialdad y la belleza del primer copo de nieve que cae sobre el asfalto.


"- He conocido ángeles. Ángeles. He tenido esa mala suerte. Algunos de ellos han descendido livianamente a este plano de la realidad, en cómodos lechos, con ejemplares familias. Otros, sin embargo, en su caída se han desplumado contra el asfalto. Poco quedó de su divinidad, salvo algún rasgo aquí, un pequeño detalle allá. Y el que menos, un mero destello de genialidad entre un mar de gilipollez. Algunos eran ciertamente inteligentes, pero ese velo de falsa superioridad propició actitudes negligentes. Dejadez. Desidia. Adicción. Inteligencia fracasada. Un hastío frente a una realidad que les fue impuesta. En realidad, todo falla en su base. Son hijos que en ausencia de un padre machacado por el trabajo, fueron criados por la madre, y en su busca de tener para sí una mujer igual vuelven escaldados. Son hijas cuyo padre quería tener al quaterback del equipo, y resulta que su primogénito tiene coño. Hijas que buscan el cariño del padre lejos, y que renegarán del que se lo de. Por comparativa. “No quiero que me quieras tú pareciéndote a él, quiero que él me quiera a mi como tú lo haces”. No puedes luchar contra ello. Hijas que niegan cada cosa buena que tienen en comparativa con hermanas o hermanos mayores. Fallo, error, qué he hecho mal, yo nada, entonces todos. Todos tenéis la culpa. Hijos e hijas criadas de la bondad, del orgullo, de la vanidad. Algunos tenían montañas de cultura en casa. Otros tuvieron que hacerse a si mismos mirando en un espejo que no refleja. Unos quedan al borde del abismo, asustados. Otros caen, tropiezan, toman sus decisiones como erróneas, temen, temen que todo se repita, niegan. Cobardía. Los que menos, saltan de cabeza. Viven, al fin y al cabo. Ya no se sabe quién prueba la amargura de la victoria ni las mieles de la derrota. Todos, en mayor o menos medida, tienen el estigma de lo erróneo. Y todo está cortado por el mismo patrón. Paseando por una calle peatonal del centro, he visto como una pareja, gordos, negaban limosna a un pobre mientras se deleitaban con una mariscada. El pobre no sirve ya para nada. Como fondo fotográfico para un artista de baratillo.

- Interesante.

- ¿Sabes lo que siempre he querido hacer? Sentarme en el interior de una cafetería, de noche, enfrente de un grupo de jóvenes guapas. Y, sin que nadie se entere, sacar la polla por debajo de la mesa y meneármela mirando hacia ellas.

- Me suena a palabras que ya he leído antes. ¿Nunca pensaste en escribir algo? No sé, es muy visual eso que cuentas, deberías probar.

- Si, debería…"


Tom Grass. Últimos paseos en la ciudad del viento -Visiones y recortes de delirio y carne- Ed. White Sparrow 2012

jueves, 21 de julio de 2011

Se (busca/necesita/ha muerto) (una/otra) mujer...


“- ¿Te vienes a un pequeño viajecito conmigo?

- Vale, ¿por qué no?

Mr. T sacó su cartera, y del interior la clásica bolsa con un polvo blanco. Vertió un poco sobre la mesa y lo separó en dos rayas. Me dijo que no me preocupase, que era muy suave. Se metió una y me dejó la más generosa. Así era Mr. T. Hacía escasos meses que había salido de rehabilitación, y ya volvía a las andadas. Un poli toxicómano bandera. Incluso el sobrenombre venía sobre eso, pero no recuerdo ahora por qué. Al cabo de un rato noté como mi cabeza comenzaba a dar vueltas, y todo parecía ir sustancialmente más lento.

- ¿Que era eso?

- Ketamina, tío…

No lo volví a ver en unos meses, me hacía sentir incómodo. No tenía ganas de cubrirle las espaldas. Decía a todo el mundo que no había vuelto a caer, pero me comentaron hace unas semanas que lo vieron con una maleta llena de pastillas. La cabra tira al monte.” Abriendo una página al azar nos encontramos con estas palabras. Sin embargo, en unas páginas posteriores podemos leer: “Hubo un instante en el que esos ojos castaños se posaron en los míos. Por un momento mi corazón dejó de latir, de tal manera que cualquier médico en ese mismo segundo me habría declarado muerto.”

Cualquiera podría pensar que se trata de dos historias completamente distintas. Incluso cabría la posibilidad de que fueran escritas por dos autores diferentes. Pero no. Todo esto domina el mundo propio de Tom Grass: Amor, sexo, desamor, drogas, salidas nocturnas, la locura del día a día, situaciones extrañas, momentos intimistas, desgarradores, humorísticos, todo narrado con una voz en la que lo vitriólico y lo cristalino son una constante. A través de un espejo marchito es su primera novela, tras un compendio de textos e historias cortas, recogidos en Dielatos, Reliario y Otros Dielatos. De estas cosas y otras más hablamos con él en esta entrevista.

El punto de encuentro es una cervecería colindante a la zona vieja de la ciudad. Hace un día bastante nublado para ser mediados de verano, pero apacible. En el interior de la misma está él sentado. Lleva unos pantalones vaqueros rotos, y bajo el dobladillo de la pernera aparecen unas botas altas. Camisa roja y chaqueta de cuero marrón. Lleva una barba arreglada, de una semana me atrevería a decir, pero la maraña de pelo sigue ahí, quizás un poco más corta. Está leyendo un libro, lleva unas gafas de leer. Sobre la mesa tiene una cerveza, una cajetilla de tabaco, un zippo y unas gafas de sol. En cuanto me acerco guarda el libro y se quita las gafas. Le saludo, y me devuelve el saludo sonriente. Me pregunta si quiero algo de beber, y antes de que pueda responder ya se levanta hacia la barra a pedir. En cuanto vuelve me dice que cuando quiera que comience. Se sienta frente a mí y me acerca una cerveza. Saco la grabadora, compruebo que la cinta está colocada correctamente y acciono el botón rec. Tom Grass visto por Tom Grass.

Pregunta - Ante todo, gracias por la entrevista, Mr. Grass.

Respuesta - ¿Mr.? Llámame Tom, aunque sé que aparento más edad (Sonríe)

P.- Dielatos, Reliario, Otros Dielatos…y ahora A través de un espejo marchito. ¿Existe alguna razón detrás del título?

R.- Es sencillo, los primeros son compendios de historias cortas, mientras que este es ya una novela.

P.- Si, pero las historias que cuenta en los primeros libros contienen también tintes autobiográficos.

R.- Cierto, pero eran fragmentos cortos, a veces inconexos, por eso los títulos son también cortos.

P.- ¿De ahí el juego de palabras?

R.- El juego de palabras, si, viene dado a que son cosas que me ocurren y otras que se me ocurren. Relato y Diario son los medios en los que normalmente se narran estas historias, así que lo natural me pareció unificarlo en el título. El hecho de no haber sido instruido de ninguna manera en la escritura hace que me permita esas licencias, esas combinaciones más matemáticas casi que de significado. Esto es, otra excusa para hacerlo como me dé la gana y librarme de críticas (Risas). De esta manera escribo sin que nada me coarte.

P.- Se diría que es partidario del aprendizaje autodidacta.

R.- A medias. Creo que en algunos casos es necesario una cierta base, unos conocimientos previos, pero el principal problema es que de las academias la gente sale encorsetada. Por otra parte los parámetros adquiridos por cuenta propia pueden no ser los mejores. Existe un termino medio, pero para llegar a él tienes que hacer muchas cagadas (Sonríe).

P.- ¿Tiene algún método de trabajo?

R.- No sé. Pienso, escribo, bebo, no necesariamente por ese orden (Risas).

P.- ¿Y la respuesta verdadera?

R.- Si, más o menos. En muchos casos, dando un paseo, se me ocurre alguna idea. Normalmente es una frase importante, otra es una imagen vívida, que me parece interesante relatar. Luego voy dándole forma, pero casi siempre teniendo en cuenta la conclusión. Voy estructurando las partes según me voy acordando, a veces con bastante esfuerzo. Es importante para mí el final. En algunos casos, por ejemplo, estoy narrando lo que me ocurrió en una semana y pongo de final el fragmento de un sueño. Puede que tuviese ese sueño el martes y la historia en realidad acaba en sábado, pero esa parte del sueño me parecía un buen final.

P.- Como el final de la piscina, en uno de los relatos.

R.- Exacto, ese es uno de los casos. Otros escribo directamente lo que ha pasado esa misma noche. Llego a casa a las cuatro de la madruga y me pongo a teclear. Algunas veces ni siquiera lo corrijo al día siguiente. Es más veraz. Etílicamente hablando (Risas).

P.- ¿Cree que alguna persona se preguntará el significado con respecto a sus anteriores escrituras en referencia al título?

R.- Bueno, puede ser, pero me puedo permitirme algunos lujos. Al igual que puedo conformar nuevas palabras, puedo escribir nuevas entradas en el diccionario. Si podemos hacerlo un día por la noche, ¿por qué no hacerlo siempre? Al fin y al cabo el significado está enraizado en el uso, ¿por qué no dedicarle una nueva entrada a cada significado nuevo? Por ejemplo:

Misantropía: (2ª entrada) Dícese de la persona que abogando al primer significado lo utiliza como escudo para tratar mal a la gente, principalmente del mismo género, por falta de abrazos, o simplemente para tener una excusa para tener cara de palo.

Filosofía: (2ª Entrada) Disciplina del conocimiento humano vilipendiada en blogs acercándola a la mera reflexión de problemas pseudo existencialistas de quinceañeros

Cualquier nueva entrada encajará en el esquema, y servirá para otras posteriores. Es sencillo. Cualquier tipo de conversación a altas horas de la madrugada sirve de ejemplo. Y nutriría al diccionario de nuevas entradas ¿por qué no?

P.- Haciéndonos eco de la afirmación de paseos, etc. ¿Qué le gusta hacer a Tom Grass? ¿Qué le inspira?

R.- En días como hoy, que fueron el mejor verano que he pasado en vida, me gusta pasear solitario por las calles nocturnas. Cerca de mi casa está el puerto, y es un placer que la ciudad de la lluvia haga eco de su nombre, sin llamar al padre viento.

P.- Le gustan los paseos.

R.- Sí, sobre todo nocturnos. Llegado a cierto punto me pierdo por esta ciudad, en una zona cercana al puerto, y observo a los gatos. Hay uno parduzco al que le falta un ojo al cual miro, y normalmente nos intercambiamos miradas. Otras veces es un gato blanco, con manchas negras, y ambos nos examinamos el uno al otro. Él se pierde entre los matorrales, y yo pienso en el hecho de ahogarme en el puerto, siendo la luna el único testigo. Ambos nos miramos, y nos damos nuestra aprobación.

P.- Entonces no se quejará del tiempo…

R.- No, sin duda es del que más disfruto. La lluvia ejerce un efecto casi catarquico, sobre todo en estos momentos. Adoro cuando la ciudad de la lluvia rinde honor a su nombre, sin tener en cuenta al viento. Me encanta callejear con la brizna marina abrazándome. En esas situaciones que parecen extrañas, yo me muestro tranquilo. El rocío baña mi cara, y siento que no tengo que darle explicaciones a nadie.

P.- Cuesta creer a alguien que se asocia tanto a lo terrenal haciendo tales afirmaciones, ¿tiene algo que ocultar?

R.- No, que yo sepa.

P.- ¿Alguna compañera de cama que no quiere leer cosas sobre usted?

R.- Sólo le diré que Soledad es una compañera de cama muy insistente…

P.- ¿Hay algún término que nos resuma lo que es Tom Grass? Siempre ha buscado algún tipo de término medio como respuesta, o eso ha dado a interpretar en sus textos.

R.- Si. Aun por extremista que pueda parecer, intento mostrar un mensaje de equilibrio. Esa es la información que pretendo transmitir. Siento que en el término medio está todo lo virtuoso, y si algo pretendo que se saque de mis textos, es eso. Por eso trato todos los hechos bajo la misma perspectiva. Cualquier tipo de enseñanza a mayores podría engañar al lector.

P.- No se muestra como moralista.

R.- No, ni mucho menos. Todo lo que relato está relacionado con hechos, y así pretendo que siga. La manera de narrarlo también tiene mucho que ver, ya que cuento todo con la misma igualdad. No creo ni en el bien ni en el mal. He visto hacer a personas buenas cosas que me harían enrojecer, y al contrario también. ¿Existe algún sesgo? Lo único válido son los hechos. Los hechos tienen valided universal, ya que son interpretables una vez han ocurrido. El resto, es todo paja…

P.- ¿Algún tipo de lección?

R.- Si me permite, si, en el término medio está la verdad, lo virtuoso.

P.- Pero usted no se esfuerza en demostrarlo.

R.- Ya, pero yo digo: si no sé cuales son los extremos, ¿cómo podré saber cual es el término medio? ¿Cómo alcanzar la virtud?

P.- Aun por muy hedonista que pueda parecer, ¿cómo afirmarlo?

R.- Es fácil, si no sé cuales son los extremos, ¿cómo podré calcular el término medio? Sabiendo que en lo mediado está lo equilibrado, ya es suficiente afirmación. Pero para ello necesito ver cuales son los extremos, y para ello necesito llevarlo todo al punto extremista. El problema es que en esos momentos, a algunos nos tildarán de locos cuando nos choquemos con la última frontera, con el último muro de hormigón que delimita la realidad, y otros nos creerán genios. Es una cuestión de perspectiva, si, pero también tiene su punto de introspección.

P.- Vamos, que Aristóteles se estará revolviendo en su tumba…

R.- En resumidas cuentas, sí...(Risas) Otra excusa más (Risas).

P.- Se diría de usted que es un hombre leído, ¿Qué le acompaña en su mesilla de noche?

R.- No sé, ¿una Becks?

P.- ¿Un Becks? Que es, ¿quizá un poeta?

R.- No, no…(Sonríe)

(N d T: Juego de palabras intraducible del inglés, debido al género. Mientras que el entrevistado hace referencia a la reconocida marca de cerveza, el entrevistador se pregunta por un poeta, un escritor.)

P.- ¿Por qué escribe Tom Grass? ¿Existe alguna razón?

R.- Pues depende. Algunas profesoras dijeron que se me daba bien. En algunos casos escribo porque me gusta releer algunas partes de mi vida. En otros casos porqué sé que puedo ser leído.

P.- ¿Tiene algo que ver con sus personajes?

R.- No, no hay personajes. Alguno dirá que tengo una gran inventiva, pero sería mentira. No podría inventar mitad de los personajes que pueblan mis historias (Risas).

P.- ¿Cuánto de Tom Grass hay en Tom Grass?

R.- Te podría decir que un 98% es completamente cierto.

P.- ¿Tanto la parte débil como la casi mecánica? ¿Qué hay del tipo duro?

R.- Si de mis textos tú extraes que soy un tipo duro, será verdad. Si crees que soy frío, pues también. Si hay sentimientos, es posible. Lo único que te puedo decir es que la mayoría de cosas que escribo, aunque parezcan mentira, son cierta.

En este momento la cinta magnetofónica empieza a dar vueltas. El material mecánico decide que es hora de terminar. Pido disculpas al entrevistado, y él me responde tranquilo que no pasa nada. Mientras pienso como transcribir la entrevista, él me dice que, probablemente, mientras la transcriba, él estará bebiendo. Sin preocupaciones, pero con todas las preocupaciones por delante. Se levanta, paga la cuenta, y me trata como si me conociese de toda la vida. Lo único que me pide es poder ponerle título a esta entrevista. Dice que si tiene que tener control sobre algo, que sea de esto. Accedo. Mientras nos despedimos, bromea conmigo, sobre la coincidencia de nuestro nombre. Cualquiera podría pensar que fuese una treta de cualquier autor para obtener patrocinio. Pero no de este. Espero poder encontrarme con él de nuevo, y si no, su palabra escrita me relatará sus vivencias. Hasta el día que se muera.

Tom Grass.

martes, 31 de mayo de 2011

No te dejes la luz encendida al marchar. Parte 1 (Creo)


"Mirándome hoy en el espejo, antes de salir del plato de la ducha, recordé ciertas palabras que me había dicho mi madre hacía un par de años: “Dios, Tommy, tes o tipo que tiña o teu pai cando tiña a túa idade, estaba moi delgado daquela, sobre todo comparado contigo. Tamén tes o tipo de teu tío, eso si, pasaron dos vintetrés anos e foi daquela cando empezaron a engordar.” Recordé el actual perfil de mi padre y sentí un ligero escalofrío. Pensé también en mi tío. Pasados los veinticinco su masa corporal llegó a rondar cerca o más incluso de los cien kilos. Me faltaban un par de años para esa fecha. Tenía que hacer algo. Me lo había propuesto desde ese mismo momento. La dieta actual, basada casi exclusivamente en filetes fritos en aceite usado, sin orden ni concierto a lo largo del día, no podía llevar a buen puerto. Cuando no era eso en casa era el variable aporte de grasas saturadas que ofrecía el comedor de la facultad. Tocaba ponerse en serio, pero era jueves, y era San Patricio. Providencia a veces tiene una curiosa manera de reírse de uno.

Salgo de la ducha mientras sonrío ante este detalle. Intento cerrar el pantalón a la primera, me calzo, y salgo al encuentro de la noche. En el cruce antes de que finalice mi calle, Natalie aparece acompañada de otras dos chicas, a las cuales ni conocía ni merecía la pena recordar. Nos quedamos mirando el uno al otro, mientras yo ya tengo la cartera en la mano. Iba a perder. Lo sabía. Habíamos hecho una promesa entre nocturnos hacía ya unos meses. Teníamos ambos una carta de joker en nuestro haber, ambas de la misma baraja que habíamos encontrado en un pub habitual cerca de la hora de cierre. Acordamos que ambos llevaríamos esa carta encima, y que en caso de cruzarnos, sea cual fuese el momento, el que antes se la mostrase al otro ganaría la posibilidad de pedir cuatro copas a placer sin tener que rascar billetera. Como toda buena apuesta que se precie, nunca parece llevarse a buen puerto, y otros factores y letra pequeña se acumulan en las bases de este simplista juego. Pero yo había ganado aquella mano.

-Jaaa!!

- ¡Mierda!

- ¿A dónde te diriges, nena?

- Iba ahora mismo hacía el Flann, ¡a ver si soy capaz de conseguir un gorro!

- Eh, si quieres te acompaño, que total no tengo mucho que hacer, ¿no esperas a por tus amigas?

- No, deja, es igual, vamos tirando, ¿vienes?

- Sólo si esperas a que me tome una copa.- Le digo más o menos con simpatía.

Mentía. Habían quedado conmigo en otro local, pero bueno, nunca he sido muy amante de lo estipulado. Damos media vuelta, mientras observamos el verde de las caras y el jolgorio balbuceante del gentío. Otra excusa perfectamente válida para algunos de que su bilis saludase al asfalto. Sabía que el bar irlandés había abierto una sucursal cercana a mi piso, en la que por lo visto se comía bastante bien sin que un puñal de obsidiana te sacase las tripas sólo por respirar el oxígeno del interior. Apenas había manera humana de acercarnos a la barra, pero en un descuido de un par de extranjeros que estaban pidiendo me hago con dos sillas.

- ¿No querías un gorro? Ahora lo tienes bien sencillo, sólo tienes que tomar un par de copas.

- Se lo voy a pedir a un camarero que conozco, a ver si puede darme uno. Es que a mi no me gusta la cerveza.

Decía esto con su voz melosa, mientras yo miraba su sombrero. Siempre había algo sobre esa lacia melena, a la que me gustaba mirar a veces de reojo. Se acercó al camarero y le preguntó, mientras yo pedía una pinta. Algún avispado confunde su copa con la mía, y se la lleva ante mis narices, desapareciendo entre la marea. Me resigno a pedir otra, que por suerte no me cobran. La broma no era precisamente barata, pero, coño, era un día, me había visto en situaciones peores, en las cuales una noche acompañado de un par de packs de seis ganaban a la comida de dos días.

- Debes de estar rico, para poder pedirte eso…

Ya no sabía si lo había pensado o lo estaba diciendo en alto, pero estaba leyendo mi mente. Tampoco me sorprendí mucho.

- No te creas, la balanza se decanta antes a esto que a otras cosas, o tú como haces? Supongo que no vivirás a base de chopped toda la semana…

- No, vivo con mis padres, pero me gano yo mi sueldo, pero ya tengo ganas de independizarme.

- Ah, ¿si? ¿Y a que ciudad te diriges? – pregunto, sin darle mucha importancia.

- No, quiero quedarme aquí, pero he tenido problemas con subvenciones, a ver si surge para este año. El año anterior me denegaron una ayuda del estado y la chica con la que iba a compartir piso se echó atrás en el último momento.

- Pues mira, yo este año venzo el contrato de mi piso, podríamos mirar algo juntos.

Tras este órdago, una vez acabada la cerveza y verse ella compuesta y sin gorro salimos en dirección al bar que era mi destino inicial. Aún era temprano, el minutero se acercaba tranquilo a las doce en punto. Había quedado allí con Rose. Le dije que en cuanto terminase de cenar me acercaría por allí. Creo haberla visto pasar acompañada de una amiga suya en dirección al cuarto de baño, pero no le doy mucha importancia al hecho y me quedo en la barra con Natalie. Pido dos cervezas, y en un descuido suyo coloco el gorro que me habían regalado en su cabeza. Se giró y me dio las gracias, efusiva. Le dije que no sabía a que se refería, buena acción de la noche. Rose sale del baño y viene en mi dirección con la palabra “chupito” saliéndole de la boca. Estaba pletórica, su noche había comenzado cerca de las cuatro de la tarde. Los tomamos, a la salud de ya no recuerdo que muerto, y nos alejamos de la zona de pedir. La corta conversación que mantuvimos derivó en un beso que apenas tenía fuerzas para responder. Echo un vistazo a la cartera y tras un pequeño intercambio de opiniones entre las telarañas salgo hacia el cajero más cercano. De vuelta a la pequeña embajada irlandesa soy yo quien se queda sin gorro. Un capricho como otro cualquiera. Intercambio estupideces entre algunos de los habituales y me vuelvo a encontrar con Natalie. Me dice:

- Eh, ya sé algo más de ti

- ¿Qué?

- Esa chica…ya sabes…

- Si, ya sé, soy heterosexual, ya sabes algo más de mi, gran descubrimiento.

Subo a la parte superior del local. Rose está apoyada sobre una de las mesas, haciendo un esfuerzo por mantenerse despierta. Le sugiero que me acompañe a casa. Una vez en mi habitación se tumba en cama, sacándose perezosamente sus grandes botas. Sus parpados amenazan con seguir un curso ajeno a su voluntad. Intento que reaccione, mientras una pequeña amenaza de fulminante cabreo me recorre la espalda. Intenta ponerse en contacto con una amiga suya, con la que iba a dormir, pero el teléfono no daba señal. Ante tal panorama le digo que se levante. No tenía especiales ganas de encontrarme con un cadáver en cama, y a mi nadie me iba a joder esta fecha.

- ¿Conque esas tenemos? Pues ya me levanto…

Se incorpora, y la verticalidad le dura un segundo. Su cuerpo e desploma en el suelo como si su alma se hubiese ido flotando por la ventana. Observo la situación intentando hilar la retahíla de acontecimientos que acaban de ocurrir en a penas un instante. Me acerco a ella, y su respiración me tranquiliza. La levanto, pero ella no conseguía ni moverse. A duras penas hago que se incorpore en cama y la tranquilizo.

- No es necesario que nos vayamos, nena, si quieres quedarte no tienes más que decirlo. Si es lo que prefieres, aquí nos quedamos, no hay problema.

Asiente, le sonrío, la descalzo y la meto en cama. Ella duerme, y yo intento conciliar el sueño en vano. Me quedo contemplando sombras danzando unas buenas cuatro horas. Tenía una corrección a la mañana del día siguiente, y ya me olía venir otro día arrastrado intentando mantener la compostura. Rose se despierta, y la beso. Nos desnudamos y ella se sube encima de mí. Estoy cansado, ebrio, pero aguanto la embestida. Va tan fuerte que temo que me parta en dos, en una de estas lo iba a conseguir. Al terminar se gira y duerme, más tranquila y en mejor estado del que se había metido en cama. Yo sigo agonizando. El día despunta. La primera luz del alba atraviesa la contraventana, posándose lozana sobre mis ojos. La despierto, tenía que ir antes a unas clases en las que me había apuntado, y ella también menta algo sobre una asignatura, inglés, creo recordar, y un profesor demasiado demagógico. Ella se viste y yo me siento en cama a desayunar nicotina. La acompaño hasta la puerta y vuelvo a la habitación. Perfecto, ya llegaba media hora tarde.

En el camino me encuentro con Jordan, que acude a la misma academia a la hora siguiente a la mía. Me intenta sonsacar un diagnóstico de la noche, pero obvio la mayoría de detalles. La profesora me regaña simpática mi tardanza, y se centra en él. Llegada la hora de la corrección, subo a la facultad, con un vacío en el estómago y ciertos síntomas típicos del cansancio: el olor acerado de la sangre a punto de salir a borbotones por la nariz. En el autobús casi consigo dormir un poco, pero ya me tenía que bajar. Me apunto en la lista de correcciones y espero. Las horas pasan, vacías. El profesor dice de hacer un descanso de media hora para comer. Yo soy el siguiente tras la pausa. Tres horas y media que nadie me iba a devolver.

Tras unos comentarios poco halagüeños, pero mejor recibidos que en otras ocasiones, salgo y me despido, con una vana esperanza de descanso en el horizonte. Llego a casa y me quito de encima el quintal de utensilios habituales. Cargar con esas comedias de una punta a otra de la ciudad durante más de la mitad del día hacía que subir las escaleras se antojase más una gesta que algo cotidiano. Rezando por un suspiro de tranquilidad, enciendo el ordenador y Dark Cat se pone en contacto conmigo. En realidad se llama Joseph Dark, pero entre sus conocidos habían hecho ese juego de palabras, que la verdad le venía al pelo. Sería unos dos años más joven que yo, y estaba inmiscuido en un par de grupos musicales, un afán que yo tenía ganas de recuperar. Lo de oscuro no tenía mucha complicación, cuando no llevaba el clásico chándal de yonki solía ir vestido con ropa en la que el negro era el predominante. A veces no era ágil de mente, y se adecuaba demasiado a la clásica imagen del joven greñudo con cara enferma habitual en los seguidores de heavy metal, melena suelta a poder ser. Pero, que coño, me caía bien.

Me comenta sin mucho detalle que él y No Flag Mike van a comprar la entrada para un concierto la semana siguiente, me pide que intente ir y yo le digo que se pasen por mi piso. Cerca de las ocho llegan ambos. No Flag Mike viene en cabeza. Es un amigo de Matt Stone, uno de mis compañeros de piso, y un habitual de los locales que frecuento. Lo conocía de vista desde hacía ya un año aproximadamente, y en aquel momento no era santo de mi devoción. Me parecía el clásico guaperas de anuncio de dentífrico, un enemigo, un obstáculo. No lo era, pero a mi me lo parecía, y con eso bastaba. A lo largo de este año hemos ido coincidiendo, y la coincidencia dio paso a una sana relación de colegueo. No Flag Mike tendría más o menos mi altura, los ojos azules, una media melena castaña y una sonrisa que parecía esculpida. Conversaciones y situaciones aquí y allá me hicieron ver mi error de juicio. Era el clásico joven (rondaba de cerca mi edad) que siempre hacía por sacar una carcajada a sus allegados, un observador del fondo del vaso. Para algunos no era más que un loco, pero mis sospechas ya se habían confirmado el día de su cumpleaños, en el que se regaló a si mismo unas pocas lágrimas de desconsuelo. Decía que como siempre iba por ahí, haciendo el indio, el Mike que paga, el Mike que nunca pasa nada, a la gente le parecía que no tenía ningún problema, pero yo entendía su llamada de fondo. Una historia bastante familiar. Intercambios de ideas así me hicieron ver que andaba por un camino que se me antojaba conocido, además compartíamos bastantes gustos, al menos en lo que a música, bebida y, sobre todo, mujeres se refiere. Ambos nos comentamos algún que otro fracaso, coincidiendo en el caso e incluso a veces en la tía en cuestión.

Tras un par de tonadillas, y unas cuantas caladas a esto y aquello, salimos de mi casa cerca de las diez de la noche con la intención de ir a un piso a tomar unas copas. Mike se fue a ver una película con nomepreguntesquieneraporquelaverdadniimporta y tras una ligera reprimenda, una vez estuvimos todos los necesarios para convertir una noche en algo decente volvimos al centro, simplemente para vivir un rato en la que no pasó absolutamente nada. Cerca de las cinco de la madrugada oí la llamada de la cama y me despedí.

Sábado, día del padre, comercios cerrados y yo sin desodorante. Me despierto cerca de las cinco de la tarde. Salgo a la calle a hacer unas compras, y tras una hora callejeando me doy cuenta de que es festivo. Maldito idiota. Vuelvo a casa, rezando para que las últimas gotas de fragancia le ganasen el pulso al sudor. Me llama mi madre. Al día siguiente estaba de cumpleaños, y ya que no nos habíamos podido ver la familia pues comeríamos todos juntos aprovechando la fecha, vendría mi hermano también e iríamos a un restaurante en una localidad cercana. Me pasa con mi padre, le felicito y hablamos un rato de la maquinaria diaria de cada uno. Mi madre me recuerda que las superficies comerciales estaban abiertas, así que cojo un bus y voy a comprar el dichoso complemento arreglacitas.

Cuando me quiero dar cuenta ya ha anochecido, y tras haber cenado y usado mi última y digna adquisición, vuelta al local donde todos coincidimos para calentar motores. Fuera está bastante tropa, y tras haber sisado un par de tragos entro a pagar por mi bebida. Ya empezaba a hacer cierta mella, tras un par de noches, semanas, meses, años. En el interior aparece Aurora. Aurora. La había conocido antes que a Rose, haciendo cuentas hará este dos veranos. Ambas eran amigas. Aparecimos en nuestras vidas uno de estos miércoles estivales, y desde aquella. Era ligeramente morena, con el pelo castaño, alta, alocada a veces, reservada otras, encantadora algunas, la típica situación “y que pasaría si…”. Intercambiamos copas, frases de nada, fragmentos de noches inconexas, durante un rato. Salgo, vuelvo a entrar. Voy notando como el doctorcillo enclenque es arrinconado y golpeado por la bestia cada vez más. No hay ya vuelta atrás. En cierto momento me encuentro con Natalie, que me llama borde. No recordaba a cuento de que, pero por lo visto el jueves la puse a caer de un burro. Le dije que no era nada personal, si lo fuese se daría cuenta.

De camino a la salida del local, y como si de una iluminación se tratase, le digo a Aurora que saliese a hablar conmigo. Ambos nos ponemos a recordar anécdotas, y recuerdas, y recuerdas tú, y que bien, cuando un tío con el que estaba antes se le acerca y la besa. Fin del comunicado. Era hora de cierre casi y tocaba trasladar el campamento. Marcho solitario entre una muchedumbre al encuentro de la siguiente zona de locales, apartada a unos cinco minutos andando aproximadamente. No sé a ciencia cierta cuanto tiempo ha transcurrido, ni cuanta bebida me había tomado, pero parece que la respuesta a ambas es una eternidad. He parado de escribir porque me he quedado sin tabaco, no he tenido a penas un momento para sentarme ante este cacharro y teclear, pero hoy, tras unas semanas ya, creo que va siendo hora. El caso, allí estaba yo, cristal en mano, acabo el trago y salgo a reencontrarme con quien fuera que estuviese. En ese momento Aurora reaparece, y retomamos la conversación en donde la habíamos dejado. En el punto de aquel miércoles, de aquella vez, de lo que recordábamos, de miradas posteriores, de confesiones de borrachera, de algo que se podía tildar de pobres sentimientos por mi parte. En definitiva, que me gustaba. Se queda desconcertada. En cierto momento me dice que Rose anda cerca, yo le respondo “ya lo sé, que piensas, ¿que no se lo voy a decir?”. Sigo hablando y ella se aparta, con los ojos enrojecidos, Rose me agarra y me pregunta:

- ¿Eres gilipollas o a ti que coño te pasa?

- Si, soy gilipollas…

Le intento explicar como buenamente puedo lo ocurrido, lo que llevaba pasando, nos besamos, le explico todo y parece que lo entiende, aunque sé que una parrafada un sábado a las cinco de la mañana no servirá de mucho. La acompaño a casa entre risas, ella me abraza y me dice las dos palabras que menos quiero oír. Me dice que nunca me ha visto sonreír de manera sincera, le digo que hace ya tiempo que eso no ocurre, me despido y vuelvo, más o menos contento de haberlo contado todo. La noche me recuerda que se está llegando a su fin, le pido perdón, le rindo pleitesía y la acabo. Al día siguiente el teléfono me sirve de despertador, mi madre me llama, ya estaban en el coche, tocaba ducharse, vestirse, bajo, me recogen, etc…y nos ponemos en camino. Hablo poco, cierro los ojos obligado por el sol. En un viaje que parecía no terminar nunca llegamos al restaurante. Rara vez hacíamos estas cosas, pero era una marcada fecha familiar, mi madre estaba de cumpleaños, y mi padre lo estaría cuatro días después. No estaba de más que aunque fuese pocas veces al año recordarles que seguían teniendo un primogénito por el mundo adelante, que yo tenía un hermano y unos padres también.

Era un restaurante en el que habían ido a comer con otros padres cierto día de partido de mi hermano, que ya jugaba desde hacía tiempo en el circuito regional, uno de tantos partidos que yo no había ido a ver. Nos sentamos y se acerca un camarero, jovial, y nos indica la carta. Mil manjares suenan, sobre todo cuando llega al plato “almejas en su salsa”. Se me hace la boca agua, y me niego pedirlas, haciéndome eco de nuestra capacidad financiera. Mi padre pregunta que íbamos a tomar, y mi hermano pequeño suelta un lastimero “eu quería almexas”. Miro hacia la nada y casi le meto una patada por debajo de la mesa, luego todos sonreímos y los platos son pedidos. Un día era un día, suelen decir en mi casa, el pronto de mi hermano hace que se pidiese el plato que ya sabía de buena tinta que no podría comer y devoro las almejas junto a él, mis padres piden algo que no recuerdo, y seguimos comiendo hasta que nos traen el plato principal. Traen piezas de churrasco en un estado perfecto, carne jugosa entre medio hecha y sangrienta, mi favorita, postre, cuenta, fotos de recuerdo en el exterior y vuelta. Iba respirando fuertemente, esta supuesta dieta iba a acabar conmigo. Una vez en la ciudad nos acercamos al campo de fútbol, mi hermano iba a ver un partido allí. Cuando estamos en las cercanías, se baja sin siquiera despedirse. No lo culpo, yo habría hecho lo mismo, vemos los tres que va contento y nos acercamos a mi piso. Le comento a mi madre mis últimas jugadas, más o menos mitigadas, mezcla de busca de consejo y reafirmación personal, mientras mi padre anda unos metros detrás debido al cansancio. Tras una tarde más o menos en compañía como regalo ellos marchan, y yo agoto las horas hasta el comienzo de la semana.

A la mañana siguiente hacía un día playero digno de mediados de Agosto. Llego un poco tarde a clase y me reúno con mis compañeros. Betty me va haciendo preguntas sobre cómo había pasado el fin de semana. Justo cuando le estaba comentando algún punto de dudosa moralidad, el móvil suena. Era un teléfono con prefijo de esta misma ciudad, ni idea de quién podía ser. Descuelgo educadamente, como en todos estos casos.

- Hola, ¿dígame?

- Tommy

- Si, ¿quién es?

- Mira, soy Aurora.- (se me hiela el riego sanguíneo) – Te llamaba porque no recuerdo mucho del último sábado, recuerdo haber hablado contigo, pero ni idea de lo que me decías, sólo sé que recuerdo haberte mirado molesta…

- Ah, eso, no te preocupes, yo tampoco me acuerdo de mucho. – (Miento) – Sería cualquier tontería sin importancia…

- Jaja, vale, es que tenía miedo de haberte dicho algo que te haya parecido mal, y como no me acuerdo pues te llamo para saber, o para pedirte perdón en ese caso.

- Que va mujer, no te preocupes, sea lo que fuese ya habrá tiempo para hablarlo en cualquier momento, ya lo hablaremos otro fin de semana.

- Ok! Un beso!

Cuelgo. Honestidad en saco roto. Vuelvo a mi clase y sumo esta llamada al anecdotario que Betty escuchaba a punto de romper a reír. Hago un intento porque la sonrisa que le devuelvo no sea la mueca que creo que es. La clase termina, y bajamos a la planta que alberga el comedor de la facultad. Jordan tenía clase a las cuatro de la tarde conmigo en una asignatura que perdía de calle frente a nuestras pocas ganas de asistir, y decidimos bajar a la playa, aunque sea con todos los bártulos, a pasar un poco la tarde allí. Él y Al, que también había terminado las clases, se habían reunido y bajaban a comer al piso de Jordan. Betty y yo los alcanzaríamos después, cogeríamos unos bocadillos y los comeríamos sentados en la arena. La comida no llega a salir de la facultad, y al cabo de una hora aproximada estábamos ya todos en el punto de encuentro. Nos adentramos en la arena. Ellos quedan en la parte baja de una duna artificial. Yo me quedo en un punto intermedio. Esta era la playa en la que cierta noche estuve con una sirena varada. Pienso en ello, me recuesto, coloco los auriculares, suena la música y cierro los ojos. Cierro los ojos y veo al cielo entero caerse.

El resto de días de la semana voy adelantando trabajo para las diversas correcciones, tanto las referentes a clase como a las clases particulares. Tenía que entregar el proyecto de un centro social el lunes, a la vuelta del fin de semana, un fin de semana en el cual actuaba en la ciudad uno de los grupos de los que Mike, Dark Cat y yo cantábamos canciones a las cinco de la madrugada, práctica de la que a veces, sobre todo en los desayunos de mediodía, no estoy especialmente orgulloso, pero que es parte de mí al fin y al cabo. Duermo un par de días en toda esta semana. Ese mismo martes Rose queda conmigo en una plaza cercana al sitio donde mi academia es impartida. Vamos a tomar una cerveza y bromeamos acerca de lo ocurrido el jueves, en un ambiente bastante amistoso, de hecho agradable Me muestra un apunte de su libreta, por lo visto de la última noche. “Soy jodidamente superior a cualquier persona que se te acerque con una idea”. Eso había dicho. Me describía a la perfección. Cuando la acompaño a que tome el autobús, me despido con un beso en la frente. Ella me lo devuelve en la boca. Perfecto. Quedé como estaba. Definitivamente mi confesión no había servido de absolutamente nada. Esa misma noche veo la trayectoria de la luna a lo largo del cielo por mi ventana, a veces desapareciendo entre jirones nubosos, hasta hacerlo definitivamente entre la masa de ciudad, el mismo momento en el que el alba hace enrojecerse de manera tímida los tejados de pizarra de los edificios colindantes.

Entre descansos ante el ordenador me da tiempo a pensar en lo ocurrido el fin de semana, en semanas anteriores. Hacía tiempo que no comía fresas, hacía tiempo que no las había a vender en comercios cercanos. El frutero siempre con la misma excusa. Y mira que la última vez que las había tomado entre las que eran dulces había también otras verdes y alguna que otra podrida incluso. Me gustaba también el chocolate, de hecho era lo que comía a veces, pero algún niño se quejaba de que le había robado la tableta. Oídos sordos. El problema era que también, y desde hacía tiempo, quería probar ciertas nueces, pero el presupuesto a veces no me daba. Además estas nueces tenían fama de ser difíciles de abrir. Esto no me amedrentaba, sólo que sabía que si rompía la cáscara, probablemente rompería el fruto también. ¿Chocolate con nueces? Mejor no pensar en ello. ¿Cómo? ¿Qué ahora las fresas se sirven con zumo de naranja? Vamos, no me jodas…

El miércoles quedo en casa de Jordan y Betty para trabajar, pero el sueño me vence en su sofá. Paso toda la tarde durmiendo allí, una amiga de su compañera de piso me ve, gente entra, gente pasa por el salón, pero yo no me entero de nada. Al menos espero no estarme babeando. Repetimos el día de trabajo el jueves, volviendo a quedar desde una hora temprana de la tarde hasta bien entrada la madrugada. Al día siguiente teníamos una corrección extra, pero era necesario subir el ejercicio a una plataforma en Internet para poder ser digno de corregir. Además podía ultimar detalles en la academia, ya que tenía justo antes de que el plazo de entrega de la corrección terminase. Aún me faltaba bastante, pero al menos el esfuerzo merecería la pena. A las cuatro de la madrugada, poco antes de que decida recoger las cosas suena mi móvil. Alguien preguntaba dónde estaba, que ya debería haber aparecido por el Lucky Rock. Si, ese local de carácter gaélico en el que empezaba el meollo siempre. Si, la fama me precede. Digo que estoy trabajando, y que me es imposible. Me voy a mi piso, repitiendo el esquema de la noche del martes al miércoles. El sol ya hace daño en los ojos cuando me asomo a la calle, me doy una ducha y me dirijo a la academia puntual. Con un día de ventaja era imposible que llegase tarde. Tengo suerte, la hora de subir los archivos se atrasa a las doce y media, en lugar de las once, con lo que remato lo más posible la entrega. La profesora me felicita, hace una semana a penas si tenía un par de dibujos sobre un folio, y ahora sólo me faltaban un par de cosas para colmatar la entrega. Bromeamos sobre mi madrugón, salgo y me dirijo a corregir.

Subo en autobús, de la misma manera que la semana pasada. Al llegar veo los proyectos de mis compañeros, lo que le dicen los profesores, me duermo un rato, me despierto, hay menos gente, llega Betty, de Jordan ni rastro. Me había apuntado en una lista para corregir por orden, era el último. Espero. El resto de gente, excepto Betty, se va cuando es mi turno. Defiendo mi trabajo, aún con bastante suerte de que la coherencia del anterior brillaba por su ausencia. No me libro no obstante de alguna pequeña reprimenda aquí y allá. Parece que nunca te van a decir algo bueno, y en la mayoría de casos así es. Una vez acabamos, y aunque sé que pueda parecer pesado, le pregunto al profesor que más debería hacer, que caminos debía tomar para colmatar el trabajo debidamente. Él me dice que lo importante es la idea, y mi proyecto por lo visto carece de ella. Asiento entre dientes, con la moral por los suelos, algo que Betty se esfuerza en el bus de vuelta a la ciudad de remediar, con bastante acierto. Me tumbo un poco en cama esperando a la noche. Una vena de responsabilidad hace que el concierto del sábado se diluya. Tenía entrada para otro concierto el martes justo, y una entrega el día anterior, amén de un examen el jueves, no sabía si me daba tiempo, de hecho era imposible, así que a la noche cuando me lo encuentro en el Lucky se lo comento a Mike. Me mira perplejo, bastante jodido, dice que de toda la gente que se podía descolgar yo era el último que se esperaba.

- Joder, tío, eras el último, no me jodas, además, ¿mañana vas a salir?

- Supongo, aunque sea a tomar algo, ¿por?

- Coño, para eso vente al concierto, ¡que vamos todos!

- No sé, no sé…

El “no sé” que dije a las doce de la noche se transforma a las dos en un “¿por qué no?”, a las tres en un “que coño” y a las cinco en un definitivo “¡vamos!”. Entremedias Mike y yo tenemos tiempo a comentar bastantes cosas, cosas que salen a la luz tras unas cuantas copas.

- Joder, Mike, y pensar que antes de conocerte pensaba: “mira a ese capullo, ¿quién coño se cree que es?”

- Jajaja, ya lo notaba, cuando estaba a veces hablando con Ginger notaba que me mirabas con gesto asesino, y yo pensaba: “¿y este tío?”

Esta puesta en común es la que definitivamente hace que la balanza ya no se decante más hacia una balda que otra, sino que sea reventada a patadas y olvidada cerca de cualquier contenedor. Bromeamos acerca de levantarnos al día siguiente de salir, no recordar mucho, de entrar en los bares a la noche siguiente huyendo del tumulto por miedo a posibles represalias, de levantarse y entrar en esta u otra red social y comprobar si alguien nos ha borrado de entre sus “Amigos”, y otras tantas cosas que extrañamente puedes compartir con alguien, quizás sólo con cuatro sin que te tilden de enajenado. A la noche siguiente nos encontramos todos ya en el local del concierto, tengo suerte, aún había entradas en taquilla, apuramos la bebida en el exterior y entramos. Pasan más horas de la cuenta, ya que ese sábado el reloj se atrasaba una hora, con lo cual el cómputo real fue que entramos en el recinto a las diez y salimos a las cuatro. Me encuentro en el interior a mis profesores de academia, me comentan que habían apostado entre ellos si iba a ir al concierto o no, veo que en la mayoría de los casos se conoce antes de lo que tengo fama, intento mantener la compostura y me reúno con el grupo. Los locales estaban ya para cerrar, no había mucho con quién encontrarse, no había mucho que hacer en la noche, pero si para mi en la tarde, noche y madrugada del domingo. Todo lo que no había hecho en los dos días anteriores.

Se me hace tarde cuando intento ponerme al trabajo. Entre recoger cosas que me traían mis padres del pueblo, principalmente comida, son las siete de la tarde cuando consigo sentarme ante el ordenador. Cuando son cerca de las nueve me encamino hacia chez- Jordan/Betty, para otra de nuestras veladas preentrega. Plantas, alzados y secciones arquitectónicas de proyecto. Sección constructiva, reseña de materiales utilizados, planta de situación, planta de aproximación urbanística, 1:100, 1:500, 1:300, 1:10, la noche se convierte sin previo aviso en mañana, aún quedaba una maqueta por hacer, y a mi me faltaban todos los textos explicativos. Me arriesgo. Jordan y yo hacemos las maquetas, Betty acaba su entrega también y subimos. Subimos a sacar fotos a la maqueta y a imprimir los planos. Mientras voy buscando una excusa para mi ausencia de textos. Quedaba una hora para que el plazo de entrega del material impreso finalizase, pero simplemente no tenía neuronas disponibles para escribir algo coherente, y las necesitaba para que mi mentira pareciese redonda. Decido entregar antes de tiempo. Le explico a los profesores que todo el texto (por suerte de esta vez había dejado marcado en el folio dónde iba a aparecer cada uno, lo cual le daba un poso más real a lo que estaba contando) me había quedado en una capa de no impresión y que no aparecía. Tengo suerte, me dejan completarlo para la entrega en formato digital, que finaliza este domingo. Funciona.

Derrotados, bajamos. Eran las tres de la tarde. En el camino de vuelta Betty me pregunta si estoy animado para lo que va a ocurrir mañana. Hago recuento, no hay ninguna entrega, ningún trabajo el martes, había examen el jueves, eso si, pero ¿el martes? que podía ser…antes de que caiga me dice el concierto. Llevo meses con la entrada y el día antes ni me acuerdo. Cuando mi mente se adaptaba al esfuerzo de computar fechas, horarios, entregas, trabajos, escalas, tiempo, falta de tiempo, total falta de tiempo, era difícil sacarla de esa dinámica. Ellos se bajan en su parada, y nos damos buenas noches. Llego a mi parada y subo uno a uno todos los escalones. En el descansillo antes de la puerta de mi piso, cuando ya casi puedo advertir el olor interior, casi me caigo al suelo. Cojo un último aliento y alcanzo a meter la llave al primer intento. Tiro las cosas en mi habitación, recapacito y me digo que no merece la pena acostarse ahora, total las horas ya irían pasando hasta las nueve o así, y ya dormiría todo del tirón. No era mala idea. Paso la barrera del sueño a la hora o así, esa barrera en la que exteriormente pareces un zombi, pero que sabes que eres capaz de aguantar otras doce horas más despierto si fuese necesario. Miro a la estantería. No me quedaban cigarrillos. El estanco había abierto ya, y me quedaba a escasos cincuenta metros. La mañana nublada se había tornado en una plácida tarde que invitaba al paseo y a no hacer nada. Salgo a comprar tabaco y a airear un poco el cerebro, dejando las preocupaciones para el día siguiente.

Pero no, no hoy. Justo cuando estoy metiendo la llave en el portal, miro a la derecha y veo a Aurora y a Musa, una amiga suya, salir de una tienda. Me vio, eso está claro. Por un momento me columpio entre mirar hacia otro lado y fingir que no las he visto, subir a mi habitación, fumarme un par de cigarrillos y descansar un mínimo o, por el contrario, ir a su encuentro, saludar, compartir un par de frases estúpidas, comprobar que en algunos casos la cordura no es cuestión de día a día, conversaciones acerca del uso y abuso de sustancias estupefacientes, reproches por mi compulsión al fumar, tarde de paseo, muerte cerebral, saludos y ya nos vemos mañana si eso en el concierto. Me decanto por esto último. Perfecto imbécil. Se suponía que ibas a comprar tabaco y volver a casa, ya está, pero no. Preparo cualquier cosa para cenar y salgo al encuentro de una cerveza. Necesitaba un momento tranquilo, a solas, no tenía ganas de maquinar nada más. En el Lucky me la sirven, y me quedo allí sentado, tomándola. Paz al fin. Poco dura. No pasan ni cinco minutos cuando se me acerca un completo desconocido, que estaba manteniendo una discusión acerca de no sé que gilipollas batalla de egos. Su contrincante sale, y él se me acerca.

- Eh, perdona…

- Dime…-le contesto, sin apenas mirarlo.

- Te he visto ahí sentado, y tienes mala cara, tío, ¿te pasa algo? – Me suelta, con un vaho a cerveza patético.

- No.

- Pues parecía, no sé, quería decirte, si no te molesta, que, bueno, tienes mi ánimo, no me gusta ver a la gente así, pareces buen tío…

Joder. Ni un puto lunes puede tomar algo alguien tranquilo. Me vuelvo a casa y empiezo a escribir este texto hasta que se consume la cajetilla de tabaco. A eso de las cuatro de la mañana me acuesto, esperando al concierto de mañana. Me levanto a eso de las tres de la tarde. Comenzar a ser persona me lleva un lapso de dos horas, mínimo. Llamo a Betty para que me pase los apuntes del examen que tenía el jueves. A eso de las ocho de la tarde me paso por su casa. Me cuenta que el examen es excluye la posibilidad de continuar el curso. Si lo suspendías, te enviaban a la convocatoria extraordinaria de Septiembre. Ya no saben de que manera ayudar a sus alumnos.

Al rato me dirijo al concierto, y disfruto y me desgano durante unas buenas dos horas. Dolor de pierna incluido. Cuando este termina, nos volvemos al centro. La gente que me había acompañado se marchaba, pero el espíritu nocturno me había abrazado ya. En el momento en el que me decían que se iban a casa, yo contesté: “Iré a la parte de abajo del local y veré quién hay…”. Todo esto derivó en unas siete horas solitarias de encontronazos con caras conocidas, con caras estigmatizadas y, sobre todo, con recuerdos borrados. Nada de lo que había ocurrido a partir de las dos de la madrugada merecía la pena como para marcarse de manera persistente en mi memoria."

Tom Grass . A través de un espejo marchito (Cap. 1) Ed. White Sparrow 2011.

jueves, 26 de mayo de 2011

Más allá del cuádruple principio de placer o Inspiración en forma de vino tinto.



“Me pican los ojos. Deben ser cerca de las cinco de la tarde. Estoy tirado en mi cama. Cierro los ojos y veo formas cada vez que los froto. Empiezo a ver imágenes dentro de mis párpados. Un personaje de dibujos animados en una aureola verdosa. Luego, al pasar mi índice por la zona cercana al iris, la imagen cambia: la silueta de un pez, esta nariz, sobre todo tus pechos. Ya no sé si me froto los ojos debido al picor o como mera curiosidad por ver que imagen se forma. Me levanto, y me dirijo al baño. Me he vuelto a cortar el pelo. Ahora lo llevo corto, como hace dos años, pero algo no encaja. Me lo corté, pero la imagen que aparece en el espejo no es la misma. Algo no encaja. Quizá sea el resto. Donde antes aparecía un marcado mentón, ahora hace atisbos de asomar el principio de una papada. Bajo la camiseta ocurre más o menos lo mismo. El pasado se ha convertido en un momento ilusorio de felicidad, de un porvenir difícilmente evocable.


Aquel que diga que su visón de si mismo no le importa, miente. Miente. Es sencillo. Prueba a decirle a alguien que no ves desde hace tiempo que ha ganado un par de kilos. Se le cambiará la cara. Si no, dile que ha ganado cinco. Si dice que la belleza está en el interior, dile que es idiota. Si esto no le afecta, quémale el coche. Confesiones de un narcisismo que consume el alma con cada cambio en tu imagen. ¿Qué ocurriría si cada día, sin saberlo, engordaras cien gramos? ¿Serías consciente? ¿Te preocuparía? Mientras estos pensamientos se mezclan con otros, salgo de mi cuchitril. A ver que diablos me ofrece esta noche.

Un par de horas más tarde del primer trago, Ella aparece. La mujer metálica. Flota en una aureola, a duras penas perceptible por los allí presentes. Sus cabellos destellaban con el fulgor del cobre. Sus venas de estaño recorrían bien visibles bajo el latón de su piel. El resto de la gente no lo oía, pero yo sentía cada uno de los mecanismos que funcionaban bajo esa fría apariencia androide. Estaba empezando a volverme loco. Chirriaba, martilleaba mi oído interno. Los nervios justo bajo el occipital de mi cráneo se erizaban, punzando a lo largo de toda mi columna vertebral. Un ligero sudor frío sacudía mi nuca, dándome espasmos.



Me acerqué a verla de cerca, y justo cuando estaba a punto de dar media vuelta, su fría mirada se clavó en la mía. Era imposible que me hubiese visto. Su mirada llegó incluso a ver aquel momento cuando mentí en el parvulario para no perder un recreo. Vio cada uno de los entresijos de mi mente, escudriñó cada uno de mis recuerdos, formó un mapa conceptual desde mi nacimiento hasta aquel último paso de falsa valentía. Todo esto en lo que tarda un colibrí en batir sus alas. En aproximadamente un sexto de segundo me quedé desarmado, desnudo, vacío. Un brillo candente surgió de repente de aquella mirada. Como si de una siderúrgica se tratase, una chispa dentro de sus ojos empezó a arder débilmente, hasta que articuló palabra.


No sé que ocurrió, ni que clase de conexión había fallado, pero minutos más tarde la mujer metálica entraba por la puerta de mi pequeño apartamento. Se quitó sus altos zapatos de tacón y se recostó en mi cama. Me acerqué a ella y la besé. Se me heló la sangre, lo cual hacía que mi corazón latiese más rápido, intentando compensar la diferencia de grados. En este caso dicho salto era abismal. Creo que incluso se me cortó un poco el labio superior. Ella se dio cuenta. Intentó regular su temperatura. Dijo algo sobre que tenía falta de costumbre. Mi dedo índice se deslizó bajo la tira de su vestido negro. Noté como sus venas adquirían cierto tono rojizo. A este punto me atrevería a decir que era capaz de sentir algo. Salió un vaho que de repente condensó en la cara interior de todas las ventanas de mi habitación. Se acostó y me agarró, lo hicimos de manera salvaje. Su mecánica interna estaba a punto de estallar, sabía que estaba a punto. Su espina dorsal debía estar a una temperatura cercana a los treinta y cinco grados centígrados cuando estalló en un aullido de placer…”

- Bien, ¿Qué tenemos, Mike?

- Varón, entre unos veinticinco y treinta años. Su casera se lo encontró así esta mañana cuando entró a cambiar las sábanas. Llevaba cerca de una semana sin salir, nadie del edificio había visto movimiento, ni siquiera el más mínimo ruido.

- Joder, ¿y nadie se dio cuenta del pestazo?

- Bueno, ya sabes como son los pisos realquilados de esta zona de la ciudad.

- ¿Causa de la muerte?

- Me atrevería a decir que fue una contaminación por metales pesados. El joven trabajaba en una siderurgia, unas manzanas más abajo.

- ¿Que mierda es esto?

- Ah, si, su máquina de escribir. Por lo visto lo de la siderurgia era temporal, pretendía hacerse escritor, me comentó la casera.

- Me pican los ojos, ¿pero que basura es esta? Está mejor así, un creído menos. Bueno, que se encarguen del papeleo los capullos de siempre.

- Han encontrado una pistola bajo la cama.

- …Y?

- Puede que tenga algo que ver con aquella chica que encontraron con una bala en el pecho. La complexión encaja con la cámara de seguridad del cajero. Además, en el caso de la joven, pasaba por cerca de la zona en la que vivía y trabajaba este tipo, tenía que cruzar por estas calles desde su casa hasta la zona donde estudia. Podría haberla seguido. Podrían haberse visto en un café, vamos, lee el texto, ¿tú qué crees?

- Joder, Mike, no seas pesado. Señor Don Nadie se carga a Señorita Doña Nadie. ¿A quién carajo le importa a estas alturas? Venga, archivemos esta mierda. Muerte por blah blah blah. Te invito a un café, ¿hace?

- Ok, pero pagas tú.

lunes, 25 de abril de 2011

Madre


Él, joven, idiota. Tendría apenas unos veinte años. Veintitrés como mucho. Lo había vuelto a hacer. No tenía medida. Adoraba el término medio, pero se había perdido cualquier tipo de explicación al respecto. Tanto te escupía veneno en las heridas como te daba un beso en la boca. En la creencia de haberse forjado a si mismo, cualquier atisbo de moralidad había sido denostado. Vilipendiado incluso. Le habían preguntado que opinaba de Dios, la noche antes incluso. Ya desde joven lo había excluído. A los dos años de hacer la primera comunión, el párroco que la había oficiado moría. A saber de qué. Esa fuerza externa no le servía ya de absolutamente nada. No podía creer en eso. Creó su propio sesgo sobre lo que estaba bien y lo que estaba mal. Luego lo dejó atrás. Como a tantas otras cosas. Sus pensamientos, rara vez compartía.

Su madre había ido a verlo. Él no había podido ir a ese viaje familiar, que sólo podían hacer una vez al año. El único momento que compartía con su familia más allá de un par de horas. Un viaje que en esa ocasión incluso se alegraba de no hacer. Ese destino no le traía más que cuchillas en forma de recuerdos. De esa calle y de la otra. Él contaba lo que había ocurrido. Le había adelantado detalles antes. Una situación, inesperada en principio, había hecho que el discurso se modificase. Como tantas otras veces. Como siempre, para que negarlo. Afronta los hechos. Recuerda palos de aquí y allá. Trágalos. Regurgítalos. Hazlos tu armadura. "Dijo de mi que era una persona a la que todo le importaba nada". Su madre calló, por un segundo. Le replicó: "Razón no le falta..."

viernes, 25 de marzo de 2011

Honey is honesty misspelt



"Cuestionarme no pone en duda mi inteligencia, sino la tuya."

jueves, 24 de febrero de 2011

Sencillo, pero efectivo.



Tom Grass. Su respuesta a un posado formal para una entrevista (2005.)

“Me voy, voy a comprar tabaco” Esas fueron mis últimas palabras. Hacia el bar me dirijo, una copa, una copa, es lo único que pido. Pienso, antes de entrar, que ya no hay máquina. Creo que será buena idea ir al local de ambiente más cercano, ya que allí aún hay una máquina expendedora. Ofrézcame todo en monedas, Jebuzz me había pedido también una cajetilla. Si no me importaba. No, no era molestia. Cargo con su cajetilla y entro en el local. ¿La copa habitual? No veo por qué no. Miro la cartera, aún me sobraba algo para pagar aunque fuese un par. Si no, siempre podía hacer porque me fiasen. No obstante era el mejor cliente. Yo pagaba. Yo bebía. Siempre. Cosa que no se puede decir de todos. Sobre alguno lo único digno que se podía decir es que era hermano de una rata. Un paria, un mierda. El dueño se quejaba de lo que le sangraban mes si, mes también. ¿Te das cuenta? Que coño vas a saber tú.

Una vez me la sirve, salgo a fuera a aspirar aire, y a bañarme en realidad. Él también está jodido, se le ve, se le nota, pero nada dice. Me pide fuego. Como es habitual, me tiembla la mano. Ya desde hace unos años. Me parecía increíble que fuese capaz si quiera de coger un lápiz. ¿Tienes frío? Yo nunca. Allí se apoyaba, dando una calada a cada segundo, casi. Había problemas. Siempre los hay. Quieras o no, estás jodido. Es sencillo. Con una facilidad pasmosa, una frase, una mirada, o lo que es mejor, una ausencia de la misma te colocaba una pesa a los pies y te mandaba al fango. Eso le pasaba a él.

Dentro del local me encuentro al portero. Hoy no trabaja. El dueño vuelve a entrar, pero sale al rato, los alborotadores surgen de debajo de las piedras, con mayor facilidad si regentas un bar. Como ocurría con aquel capullo. Se había metido donde no le llamaban. Le habían caído unas hostias. Lo comento con el portero, hoy no es su día de trabajo, hoy, al menos, es una persona más. Allí está agarrado a su litro. De entrada les digo mi opinión. Ellos dicen:

- Hay que tener cojones para decir esa frase a alguien al que se le acaba de morir el padre, se las tenía merecidas.

- Si, es cierto, matarlo a palos era poco, menudo mierda…

Yo respondo:

- Hombre, tampoco hay que ser crueles, cruel ya ha sido la vida dándole esa cara.

El portero sonríe, para luego romper en una carcajada. La noche va pasando, podrías ponerme otra copa, ¿no crees? Eso ocurre. El camarero me dice en un punto de la noche si tengo un momento libre. "Efectivamente", le digo. Podría estar con la columna partida en la unidad de cuidados intensivos, lo escucharía igual. Mi altruismo me propicia una copa más a placer, gratis. Ser generoso a veces merece la pena. En el exterior el rebumbio sigue sonando, pero hacemos oídos sordos a todo cuanto pasa. Cosas más importantes se fraguan dentro. Salimos a fuera a hacernos eco de los sucesos. Tal persona ha bebido demasiado, tal otra no lo suficiente. Lo de siempre. Retales inconexos de vidas que en realidad nos importan un carajo. El camarero se me acerca, y me dice si puede hablar conmigo. La verja se baja, la verdad surge.

- Tíos, tengo un problema, desde hace unas semanas con mi mujer no van bien las cosas, lo sé, se que resulta prematuro, pero atando cabos esto es lo que me surge, y no sé que puedo hacer…

Tras algunas apreciaciones de los allí presentes, le digo las cuatro frases que soy capaz de concatenar.

- Jefe, no debes de martirizarte. Lo sé, sé que está enraizado en tu manera de ser, pero piénsalo de esta manera. Crees que todo lo que va mal entre vosotros es culpa tuya, sobre todo por no haber intercedido cuando apareció aquel capullo. Si, ella necesitaba tiempo, pero bueno. Piensa que es el principal problema de las relaciones, y el principal problema es que sois dos. No radica en que tu cargues con todo el peso de lo ocurrido, sino en que afrontes el problema como algo más, no en que te mortifiques por algo que tú has hecho a los dos, sino que afrontes lo que puedes hacer tú por el bien de ambos.

El portero me mira y se reafirma en lo que digo. “Eres capaz de decir cosas inteligentes, a veces. Se nota que sabes.” Claro que sé. Hacía tiempo que mi corazón había sido arrancado y sustituido por tripas, que provocaban que escupiese mierda por la boca, pero a veces era capaz de soltar algo coherente, y, por qué no, iluminar al vulgo. Una vez cerrado el local allí nos quedamos, el camarero, el portero y yo. El camarero ya llevaba tiempo bebiendo, hacía mucho que no lo veía beber de semejante manera. En cierto momento entra al baño. El portero se me acerca.

- Tienes que hacer algo, mira como está, está hecho mierda, y esto le repercute en regentar el local. El último sábado abrió dos horas tarde y cerró media hora antes…

- No te preocupes, si tengo que entrar en el baño y sacarlo a rastras, lo haré, y si tengo que infundirle ánimo, también.

Se me daba bien esa basura. Dime lo que quieres oír, y lo endulzaré de semejante manera que la realidad a partir de ese momento te parecerá un cúmulo de basura. Nos acercamos al baño e intentamos abrir la puerta. “Está tirado en el suelo.” Abro la puerta, entro y lo cojo en brazos. Pequeño gran jefe, esta no es manera. No para ti, predica con tu ejemplo. Aunque siempre sea fácil escudarse tras una barra. O detrás de lo que sea.

Decimonovena máscara que veo en lo que va de día, ya está bien…"

Tom Grass, parece que todos los días.

martes, 22 de febrero de 2011

(No hay mares en la ciudad de la) lluvia.


"Tirado en la cama, puedo de un único vistazo hacerme eco de todo el raquitismo del que hace gala mi habitación. Desde un único punto de vista soy capaz de ver las cuatro paredes que la conforman. Tendrá unos tres metros de largo por dos y medio de ancho. Un gran armario, con un par de maletas coronándolo. Una pequeña mesa. Una estantería, en ella aparecen libros, otros libros más desvencijados, trozos de cartón, algún que otro gorro, esta bufanda, esta otra, con un montón de zapatos dispuestos sin orden ni concierto en la parte baja. De la puerta cuelga una bata que apesta a sudor rancio, junto la única americana que me queda entera, y de milagro, manchas de cemento aparecen en su parte trasera. Hay también un instrumento que nunca llegaré a tocar como es debido, y otro que nunca debí haber dejado de tocar. Una única bombilla alumbra la estancia, cuando le da la gana de funcionar. La puerta no encaja en su marco. Las contraventanas no protegen ni mitigan la luz solar, pero dejan que el agua de lluvia forme un pequeño estanque a los pies del ventanal. Ningún ángulo recto aparece. El dibujo de la tabiquería poco o nada tiene en relación con el suelo de madera, o con el resto de la casa. Una delicia. Compartía aquel piso con Grez Stone y Jebuzz, y con una pareja de recién casados. Aunque no, lo parecían, las discusiones por nimiedades estaban a la orden del día. El descanso y la tranquilidad no. Tras subir por unos cuatro pisos de escaleras, escaleras, y más escaleras, el olor a cerrado te daba la bienvenida. Mierda de gato en la entrada. Mierda de perro en el salón. Las paredes, gruesas como el papel, me permitían oír el trote de los animales de un lado para otro, los aullidos, los ladridos, esta conversación, la otra discusión. Hogar, dulce hogar. Espera. ¿Eso que suena al lado de la puerta es una gotera?

Llamé a mi padre. Algo debería saber de esas cosas. Antes de marcar el número, pienso que el último día que nos vimos fue quizás el que más tiempo hablamos. Conversamos un poco sobre esto y sobre lo otro y sobre nada. Si no soy capaz de recordar el número de frases exacto, me parece una buena señal. Apenas hablamos. Las veces al año que intercambiamos más de tres o cuatro frases las podría contar con los dedos de, no sé, las dos manos a lo sumo. Tampoco hay mucho que decir. Caso característico en los varones de mi casa. De no ser por mi madre, nos comunicaríamos a base de gruñidos. Algo me dice que algún día mi hijo se hablará con mi padre la misma manera que lo hago yo con el suyo. Hola, abuelo. Adiós, abuelo.

- Pai?

- Dime, Tommy.

- Aparecérnonme goteiras na habitación. Eso podo amañanalo eu ou chamo a alguién?

- Home, eso ten que subir alguien, fijo que ten que ser cousa do lousado, choveou moito estes días, e o sitio onde vives xa está vello. Ten que estar todo feito unha merda por aló arriba.

- E mentras, que fago? Xa puxen unhos cazos.

- Pos farás como facía eu na casa vella. Cando chovía tíñamos que apartar a cama do sitio, ainda que seña terás que poñer o colchón no suelo. Pero non che ten mal ningún, ¿ou tencho?¿Chóveche na cama?

- No, e se no, bueno carallo.

Parece que a ambos nos interesaba el tema. El hombre sabe. Siempre sabía. Da igual los libros que no haya leído, ni las cosas que nunca haya sabido. El hombre sabe, siempre sabía. Da igual lo que pasara, había una respuesta. Nunca lo hablamos, pero supongo que él lo sabe. El hombre lo sabe. Siempre pasa. Él carga con las cosas a cuestas. El año pasado se había roto un hombro en una obra. Un paso mal dado y al hoyo. Poco más sé del tema. Apenas hablamos. Pasa a toda cuanta gente conoces. Pregúntale al hijo del trabajador medio. Los hombres no hablan. Aún a sabiendas, pero no. Ese mismo día, cuando hablé por teléfono con mi padre, hablé más tarde con mi hermano pequeño. Por primera vez en nuestras vidas, fui capaz de decirle “ánimo”. Iba siendo hora. Esas cosas nunca se dicen. Esas cosas siempre se callan. Llámalo negación. No hay espacio para el sentimentalismo. Las cosas se callan. El débil de ayer, el cadáver de hoy, la argamasa para el mundo feliz del mañana.

A tal momento como este se me hace difícil recordar lo que pasó el fin de semana, pero haré un esfuerzo. Ese mismo jueves fui a casa de Jordan y Betty White. Tenía que ultimar unos detalles referentes a ciertas entregas de trabajos y grupos, un pequeño replanteo que poco nos podía llevar, o eso esperaba. Cuando aparecí me echaron en cara que saldría, por la ropa que llevaba. Había decidido ponerme un chaleco y una vieja camisa que ya hacía tiempo que no utilizaba para hacer unos pagos en el banco esa misma mañana. Pero era igual, era señal de que iba a salir. Podría ponerme ropa de oficio de cura, podría estar tirado en una cuneta con la pierna reventada por un coche que se había dado a la fuga, significaba que iba a salir.

Más tarde, tras haber dejado las cosas en casa, me dirigí a un bar de la zona centro donde solíamos comenzar la noche la gente con la que me codeo. Un local irlandés que de irlandés tiene el nombre. Servía, siempre sirve, mientras te sirvan. Una cerveza era suficiente, estaba cansado de todo el trajín de la semana. Pero no. No ese día. “Hey, Tom, bajan ahora mismo todos de una fiesta en un piso”. Todos. No había escapatoria, ni la buscaba. Paul Real me había llamado también el día anterior. Respondí y le dije que probablemente el jueves nos veríamos. Probablemente como sinónimo de no, joder. Bueno, soy un hombre de palabra. En el interior ya habían caído copas de esto y de lo otro, y los camaradas fueron llegando. El pequeño ángel hermano me saluda efusivamente, y yo a él. Sin malicia le recuerdo los cinco dólares que le había dejado la semana pasada. “Me hago cargo, Tommy”. Nos fuimos haciendo todos cargo. A la media hora escasa, entra. Lo veo. Imposible no verlo. Paul. Venía con Anton, y otro tío, también llamado Anton. Paul “hostiaputa” Real. El hombre largo, medía más de dos metros. Delgado, pero fibroso. Dos ojos y pelo conforman su cara, siempre acompañados de una sonrisa. Si me coge en brazos no toco el suelo, y si me da una con la mano cerrada probablemente nunca más suelo volvería a ver. Sempiterno, pero no me toques los cojones. “Tooommy” exclama. “Paaaul”. Me alegraba de verlo.

Esperábamos cerca de unos contenedores a que terminase de vomitar. Su altura le hacía encorvarse, mientras un hilo líquido intentaba llegar al suelo, ayudado a veces por tropezones que salían de su boca cual fuente. Ni se inmutó. “¡Vamos al local de Joe!” Un coche casi nos atropella. Suerte que tuvo. Ya en el local, Joe nos pone las copas habituales, y Paul me increpa a ganarle una a mayores. Apostaríamos a los dados quién se la bebería. Ganas, bebes, pierdes, pagas. Tres reinas, dice. Tiro. Se jode. Mierda, dice. Tres reyes. Full jotas reinas. Sonrío. Maldice, y sonríe también. Full reyes ases. Me mira. Lo sabe, esta la tiene que ganar él. Es la última, todo o nada. Tiro. Levanta el cubilete. Una dama. Otra. Otra más. La última se suma al baile. Póker. Pagas, voy al baño. En el interior le oigo decir al barman que ponga la cosa más fuerte que tenga. Salgo del baño, haciendo que la cosa no va conmigo. “¡Adelante, tu copa!” me arenga. La bebo, absenta con whisky. Las concubinas del diablo. Aguanto el tirón,"¿por quién me tomas?", pero al rato es mi turno también. Compruebo que el cuarto de baño del local no ha quedado sucio, y nos vamos cuando cierra. Pequeño ángel hermano vuelve a por mi. Nos vamos al último antro infecto de la ciudad con estos, aquellos y ese que acaba de librar. El portero habitual no está, y pequeño ángel hermano puede entrar tranquilo. Allí dentro me baña en cerveza, me riega. Sujeta esta, te traigo otra. Mañana era otro día, que empezaba a despuntar ya, y le digo que me voy. Allí queda danzando. Sin que me vea, le mando mi única sonrisa del día y me voy a casa.

Al levantarme recuerdo que aún tengo trabajo por hacer. Intento ducharme, ya ni intento comer. Las horas se consumen en minutos. Me pongo una camisa y una gabardina negra que encuentro en el armario, y me dirijo nuevamente a casa de Betty. Allí observamos la poca información que tenemos de las tareas. Increíblemente, en un par de movimientos el asunto queda zanjado. Escala el plano, encaja la foto. Encajaba. Ya estaba, no necesitábamos más. Un antiguo compañero de clase, de los que mejor recuerdo tengo hacía escala en la ciudad por una semana. Axe Ralder, venido de donde la gente come piedras y caga estatuas. Así que decidimos irnos todos de cañas. Unas, otras, más. Mensaje. He de ausentarme, me ha surgido un asunto. No había comido en todo el día, y me había tomado unas seis cervezas en un espacio de tiempo no mayor a una hora. Había quedado en tres cuartos de hora a unos cinco kilómetros, en un local en el centro de la ciudad. Allí me dirigía, con el maletín aún, y el aliento etílico ya. Calculé bien el tiempo y los traspiés que di. Ya empezaba a hablar sólo. Llegué. Allí estaba también. ¿Nos vamos?

Llegamos a mi casa, ella se hace eco de la mancha de la gotera, y se ríe. Saca un cigarrillo de su bolso y lo fuma. Enciendo el ordenador y pongo música. Ella tropieza, se ríe, yo sonrío también. Me saco la camisa, y todo lo que sigue no es más que carne entremezclada, poética, clavos, uñas, naturaleza imitando al arte. Pequeño ballenato varado en la inmensidad de la mar. “¡Que alguien ayude al bebé ballena!” grito. Un beso me responde. La acompaño al coche. Veo llamadas perdidas de Axe. Estaba en la playa con Betty, bañándose. Era tarde ya, y hacía frío. Allí me los encuentro a ambos, saliendo de entre las dunas. El paseo había quedado destrozado por el temporal, ellos también lo estaban, bebida en vena, pero ni rastro de móvil o cartera. La noche no podía acabar así, y les invito a tomar algo. Cuando nos dirigimos al bar, hay reyerta. Tamara pasa por allí, y me lo cuenta. Jóvenes y cocaína. La verja del bar de Joe está bajada, pero nos dejan entrar. Pido un litro de algo, y en cuanto me giro, desaparece. Un tío pasa por mi lado y le pregunto.

- Perdona, ¿has visto salir a un chico y una chica, el chico de mi altura más o menos, con un polo a rayas, ella rubia un poco más baja?

- Si, acaban de salir.

Fuera los veo, apoyados en una barandilla con mi bebida. Ratas. Bueno, copas les había prometido, y copas iban a beber. Mientras nos movemos hacia otro bar que aún no había cerrado, Axe para un taxi y ambos se suben. Betty, dulce amor, dulce mirada me dice si quiero ir hasta su casa. No hace falta, Betty, la mía queda justo al lado, ya voy yo andando. El taxi marcha, y soledad me acompaña ahora, como de costumbre. Al bar voy, y dentro me encuentro con un habitual del local irlandés. Le invito, alguien tenía que beber conmigo. El abrazo caliente del whisky bajando por mi garganta, haciendo que el estómago se me revuelva, es quizá la sensación más vívida del día.

Al día siguiente, sábado si no he perdido la cuenta, llamo a Betty. Le pregunto que tal se encuentra. Cerca de las siete de la tarde me paso nuevamente por su casa. Estaba sola por primera vez en el piso, y decidí acompañarla en la cena. Al, el novio de Jordan, se pasó por allí, y ambos fuimos acompañarlo a comprar regalos y bombones, se acercaba algún tipo de aniversario. En el centro comercial, mientras ellos miraban cosas, yo me dirigí a la sección de libros. Me encantaba ver las estanterías llenas de ellos. Era el placer de ver la letra escrita al alcance de la mano. Tenía carné en una biblioteca cerca de casa, pero la bienquerida alegría de pasear entre estantes, ojear secciones y encontrarte con alguna maravilla desconocida, o con alguna frase con algo lo suficientemente real como para seguir devorando páginas se había sustituido por un sistema informatizado. Buscabas en una base de datos, escribías en un papel el libro que querías y al rato la bibliotecaria lo introducía en un montacargas. Si había suerte, el libro bajaba al cuarto de hora. Si no, su cara de besugo te indicaba que no quedaban existencias de la misma obra y su mirada te invitaba a irte a tomar por culo de su puta biblioteca. Me encantaba el trato personal que permitían las nuevas tecnologías en ese caso. Hacen que el joderte quede al alcance de un botón.

Ojeaba las estanterías mientras me hacía eco de las palabras del tío Hank. Cogía libros, a veces por instinto, otras porque sin duda era necesario leer a aquel autor, abría una página al azar y leía un párrafo, o a veces una mera conversación, o una resolución de escena, o una frase, o un pensamiento del personaje que tocase, y si me parecía interesante, me lo apuntaba para una próxima compra y lectura. Así, gracias al tío Hank sobre todo, se sumó el tito John, y otros que venían detrás. Stendhal, Freddie, Dos, Uno, Pío, Chéjov, Hamsun, Henry, Bocc, Arthur, en las páginas de unos aparecían los otros, Buk me enseñó a Miller, Miller a él a Hamsun, Céline que era predilecto de Hank, y del tío Jackie, aunque Jackie me pareciese un vanidoso a veces. La lista de libros por leer era interminable. Betty me sacó de mi ensoñación, y una vez Al compró lo que le pareció conveniente volvimos a su piso. Allí Betty me invitó a arroz con carne. La acompañé hasta el postre, le agradecí la comida, ella mi compañía, y me volví a casa. Era sábado, ese si que era día de salir.

Al entrar en el local, vi que el único hueco practicable cercano a la barra era al lado de Natalie. Me apoyé a su lado en una banqueta, ella tardó en darse cuenta, pero sus ojos estaban en los míos cuando me giré. Natalie tenía el pelo largo y lacio, pegado a la cara, solía llevar algo en la cabeza siempre, ya fuese una diadema o un gorro, y vestía de riguroso negro. Era delgada, y para que negarlo, estaba buena. Era guapa, a su manera, las cejas quizá un poco anchas, pero estaba buena. Unas piernas perfectas se marcaban en un pantalón ceñido cuando no en una falda corta, esta vez gris con franjas a distintos tonos. Teníamos una apuesta que surgió un día en ese mismo local, pero rara vez la apuesta valía, además ella tenía apuntadas en un papel las bases de la misma, así que de poco me servía, a no ser por mi inventiva a la hora de sacarme excusas. Mientras hablamos, le recuerdo conversaciones pasadas. Me dice que no le gustan que la juzguen, y me juzga. Es extraña. En cierto momento me recrimina que no le hago caso, a lo cual le respondo que es el mismo discurso sobre personalidad que me había dicho hace ya cuatro meses en el mismo sitio en las mesas del fondo. Evidentemente, eso le jode, y me lo dice acercándome la cara. Sería tan fácil, pero es lo de siempre. Quiero, pero no puedo. Puedo, pero no debo. Debo, pero bebo. Salí, entré, fumé, bebí, me vacié, confesé mis pecados a gran ángel hermano, lo abracé, bebí más, apareciste, aparecieron este y el otro, aparecieron aquel y el otro aquel un rato más tarde, bebí más, aparecieron ellas y apareciste tú también, bebí, y me tiré a la piscina de cabeza mientras me sacaba la camiseta por el aire. La camiseta se convirtió entonces en un nudo, el cual quedó prendido a mi reloj. Me hundía en la piscina, que tenía una profundidad de ocho metros, veía claridad y veía las burbujas de aire de mi propia existencia dejándome para llegar a la superficie. Intenté desasirme, pero de nada valía, sonreía, tranquilo. A la profundidad se le sumaba ahora oscuridad. Pataleé, ya casi rozando el fondo, intentando impulsarme, pero estaba cansado, había andado mucho ya..."


Tom Grass. Hace una eternidad insondable. (Brandenburg Concertos II - III - IV.)