jueves, 30 de diciembre de 2010

Y tu la has visto alguna vez...?


Tom Grass. Fotografía 1968




"- Te vas a portar bien hoy o te voy a tener que echar ?


- No, esta vez no hay por que alterarse…


El camarero me miraba de reojo mientras abría otra botella. Yo, mientras, bebía, e intentaba hacer recuento de lo que ya llevaba en la jornada: Veamos, dos cervezas antes de coger aquel autobús y luego otras cuatro en aquel local. Recordaba al camarero, no puedo ubicar ahora mismo ni su nombre ni su apodo, pero tenía la costumbre de, allí dónde me cruzase, amenazarme con echarme del local. Una broma que supuestamente servía para romper el hielo, pero que no me tenía mucha gracia, salvo cuando era yo quien la empezaba. Bueno, llegará el día en que eso ocurra de verdad, y sinceramente no espero estar consciente cuando ese momento llegue, ya que mi amigo el camarero mide unos buenos 1’90 m. y tiene el aspecto del que se rige por las revistas de culturismo y las películas carceleras. No obstante, aquí lo espero, no hay músculo que resista el impacto de una botella.


Tiempo más tarde, cuando aquel local empezó a vaciarse, tocó trasladar la ruta a otra zona de la ciudad. Más tarde me vi a mi mismo en un local que hacía unas cuantas semanas que no frecuentaba. Bueno, si, había prometido volver con más asiduidad, pero los precios aumentaban y la gente sigue rezando hasta el día que lluevan billetes, pero hasta que ese momento llegue…Si, los precios habían subido, 2 dólares por un whisky con medio de agua era, y es, un atraco. Llegará un día en el que algunos pordioseros tendrán que lamerle el culo a los transeúntes por la cuota mínima de calentamiento.


Allí estaba, pedí la copa habitual y eché un vistazo a la barra. Una camarera y un grupo de asiduos estaban jugando unas manos al póker. Hacía años que no jugaba, pero pensé “será divertido, por qué no echar un par de manos?”. No había apuestas, lo único que se jugaba, como siempre, era el ver quién renuciaba antes. No es algo de lo que se deba enorgullecer uno precisamente, pero bueno, intenta razonar con una cabra a las 4 de la mañana. Se empezaron a repartir las cartas. Empecé bien, un par de faroles habían colado, y las veces que alguno de los valientes me había acompañado hasta el final se toparon de repente (y para mi fortuna) que en el drop mis cartas vencían a las suyas.


Llegó Tamara con un par de italianos. Tamara, Tamara, era una pequeña mujercilla que en aquella ocasión venía con los labios pintados de rojo fuego y un sostén que dejaba poco a la imaginación, amén que sus gestos no hacían por ayudar. Se tambaleaba, sangrándoles chupitos a los dos hijos de la bota con la esperanza de poder meterla en algo medianamente húmedo.”Craso error, me temo que esta noche os toca frotaros con el risotto”, pensé.


La partida discurría, y ella hizo un ademán de irse con Mr. Spaghuetti. Con tiempo le dije que se quedase, era mi herradura particular. Se apoyó en mi.


-No me das un beso? Eso es lo que se hace con las zorras que dan suerte.


“Que cojones, más bajo no se puede caer”. La besé, sabiendo lo que me esperaba. Vacío. No significaba absolutamente NADA. Lamí sus tetas en una ocasión, y era como babear sobre plástico. LA NADA INTRÍNSECA SE SITUABA EN SUS TETAS. Me preguntó si conocía a alguien que tuviese cocaína. “Joder”, pensé. Esta tía se esnifaría una raya colocada en mi tranca y aún después lamería los restos si le dejasen. En un lapso de nuestro Póker All Star se me acercó y me pidió un cigarrillo. Lo hizo con el juego habitual: rozarse sigilosamente, susurrar al oído, poner voz melosa y sonrisa intento de catálogo. Era habitual en ella. Típico súcubo. Le respondí:


- Yo no soy tu puta, no me vengas a intentar sangrar como a cualquier capullo…


Justo en ese momento se giró y besó al tío que tenía al lado. Lo hizo con toda la lascivia de la que su embriaguez le hizo posible (a título personal, diré que era algo casi vomitivo). Mientras sorbía sus morros me dije a mi mismo: “Bueno, eso no sé si tiene nicotina…”


Tom Grass. Otros dielatos 1962 Ed. White Sparrow.

Cómo no lo llamáis belleza tras una veintena de cervezas...

Bueno, ya sabéis, los que habéis intentado comprenderme...ahora sabréis hablar con la sabiduría que os pudo dar mi fracaso, disfrutad de estas letras bañadas en desidia, y a poder ser que ningún reno os intente sodomizar con sus cuernos. Esta carta se acaba, y probablemente no dure bastante en vuestra memoria, no os preocupéis, tampoco en la mía, intentaré dormir al abrazo de la nada y rezando para que se restituya el papel higiénico. Que la temporada estival os sea leve. No lo será para mi. Los que, supuestamente, me conocéis, sabréis cómo será mi funeral, hasta entonces seguid rezando por el día en que desaparezca. Si no, siempre seré esa bonita almorrana que os jode la cagada. Dios, que poético...Procuraré seguir ahogando cualquier sentimiento, sensaciones apagadas entre botellas de vino y sensaciones vacías, hay veces en las que realmente...

(Hala, os jodéis, no hay introspección autoconclusiva esta madrugada. Sinceramente, debería guardarme de escribir en el estupor de mi alcoholismo a altas horas de la mañana, alguno podría ser capaz de leer mi alma, que le aproveche...joder, jodidamente poético, digno del tío Hank. Bueno, no, en realidad no deja de ser otro fracasado intentando equipararse a un maestro, pero con mejores frutos que vosotros, fracasados

P:D: Lo digo sólo por increpar, al que se haya cabreado, sólo le puedo conceder mi mejor lista de perdones y un alto y sonoro "jódete"...)

sábado, 25 de diciembre de 2010

Hermosa máscara de lo efímero


Tom Grass. Autorretrato 1975

''Era como un perro. Era como pasear a un perro. No era apenas consciente. Balbuceaba, se bababa, necesitaba ser controlado. Había sido echado a patadas de aquel local en el que estabamos, a altas horas de la madrugada. Simplemente perros no. Nadie más conocía a aquel perro, y mucho menos querría llevarlo a sitio seguro. Caminabamos por la empinada cuesta que lleva a su casa. Yo lo guiaba, haciendo caso omiso a unos razonamientos que enloquecerían a menos que se escuchen cuatro frases supuestamente coherentes. ''Vamos por esta calle'' había oido, y tuve que agarrarlo, a partir de aquel momento, durante todo el camino, ''No, chico, espera, no cruces, ¿no ves que vienen coches? Yo te cuido''. Yo te cuido. Eso había dicho en mi promesa tras vasos vacíos. Más le valía al cabrón. Otro lo habría dejado tirado ya a más de mitad de camino. Sorteabamos calles, omitíamos caras, niñas que preguntaban, señoras que paseaban. Demonios, ya había amanecido. Viernes? Era Viernes? Presumiblemente. Lo dejé en su portal y me volví a mi casa.

Procuré dormir. Craso error. Abrazos de pesadilla me vinieron a arropar, como cada vez que era capaz de conciliar el sueño. Cuando no me pasaba dos putos días sin dormir, mi subconsciente me hacía dar unos viajes que si no era capaz de controlar sabía que acabarían con mi ya per se enajenada estabilidad mental. Aquella vez no estuvo tan mal, pero me vi a mi mismo besando unos labios fríos de los que apenas podía recordar el sabor, pero aún así sabía que pertenecían a Desperté. Desperté, apenas podía recordar. No entraba luz por la contraventana. Miré el reloj. Las nueve y media. Noche y Ciudad me reclamaban otra vez. Una vez en el baño, me vi en el espejo. Algunos dientes habían perdido parte de su esmaltado. Culpable: vino barato. Hacía que los tres órganos más preciados empezaran a resentirse. Cerebro, hígado, polla. Necesarios para la supervivencia. Me agarré al costado, intentando dar explicación a cierto pinchazo que provenía de una zona cercana al riñón derecho. Fracaso. Terminada la ducha, me fui.

Rose me esperaba en un local de aspecto retro en el que por lo visto habíamos estado días atrás. Ella me hacía el mismo caso que yo le hacía a una botella ya terminada. No fue lo mismo aquella noche. Había unos amigos suyos, pero ni rastro del violinista en el tejado. Se me acercó a pedirme un cigarrillo, que yo le di a cambio de otra anécdota vácua que me había prometido no volver a contar, de la misma manera que me prometí que no haría lo que aquella noche volvió a pasar.

- Cuanto tiempo seré capaz de mantener tu atención?

- Supongo que hasta que termine este cigarrillo.

- Le quedan dos caladas, más vale que me esfuerce...

Me besó, aprovechando que estabamos en la barra y nadie nos veía. Fue un beso corto, y entonces se fue. Me giré y agarré mi botella. Mientras apagaba el cigarro en el cenicero, y le daba un trago a la cerveza, noté como me abrazaba por detrás. '' Vaya, aún no se había apagado del todo''. No la miré, y entonces se fue. Al terminar otra copa, pedí otra y salí. Una vez fuera, vi como salía de entre un grupo de amigos suyos, y como agarraba mi mano y me llevaba cerca de la playa. Apoyé la botella en la baranda del paseo, y allí nos quedamos. Yo hablaba, ella escuchaba. Yo decía, ella parecía no comprender. No me extrañaba. Tampoco lo pretendía. Al terminar el trago que le había dado, y tras una frase que apenas recuerdo, me volvió a besar. Esta vez era un beso largo, me abrazaba, tocaba mi pelo. Me apreté contra ella, la abracé yo también. La besé en la frente. Ella me besaba, y yo sólo saboreaba amargura. Una vez acabó, se dió la vuelta, sin decir palabra, y entonces se fue.

Me quedé mirando la playa un rato, encendí el último cigarrillo, apuré el último trago, y entonces, me fui.''

Tom Grass. Reliario 1983 Ed. White Sparrow