Tom Grass. Fotografía 1968
"- Te vas a portar bien hoy o te voy a tener que echar ?
- No, esta vez no hay por que alterarse…
El camarero me miraba de reojo mientras abría otra botella. Yo, mientras, bebía, e intentaba hacer recuento de lo que ya llevaba en la jornada: Veamos, dos cervezas antes de coger aquel autobús y luego otras cuatro en aquel local. Recordaba al camarero, no puedo ubicar ahora mismo ni su nombre ni su apodo, pero tenía la costumbre de, allí dónde me cruzase, amenazarme con echarme del local. Una broma que supuestamente servía para romper el hielo, pero que no me tenía mucha gracia, salvo cuando era yo quien la empezaba. Bueno, llegará el día en que eso ocurra de verdad, y sinceramente no espero estar consciente cuando ese momento llegue, ya que mi amigo el camarero mide unos buenos 1’90 m. y tiene el aspecto del que se rige por las revistas de culturismo y las películas carceleras. No obstante, aquí lo espero, no hay músculo que resista el impacto de una botella.
Tiempo más tarde, cuando aquel local empezó a vaciarse, tocó trasladar la ruta a otra zona de la ciudad. Más tarde me vi a mi mismo en un local que hacía unas cuantas semanas que no frecuentaba. Bueno, si, había prometido volver con más asiduidad, pero los precios aumentaban y la gente sigue rezando hasta el día que lluevan billetes, pero hasta que ese momento llegue…Si, los precios habían subido, 2 dólares por un whisky con medio de agua era, y es, un atraco. Llegará un día en el que algunos pordioseros tendrán que lamerle el culo a los transeúntes por la cuota mínima de calentamiento.
Allí estaba, pedí la copa habitual y eché un vistazo a la barra. Una camarera y un grupo de asiduos estaban jugando unas manos al póker. Hacía años que no jugaba, pero pensé “será divertido, por qué no echar un par de manos?”. No había apuestas, lo único que se jugaba, como siempre, era el ver quién renuciaba antes. No es algo de lo que se deba enorgullecer uno precisamente, pero bueno, intenta razonar con una cabra a las 4 de la mañana. Se empezaron a repartir las cartas. Empecé bien, un par de faroles habían colado, y las veces que alguno de los valientes me había acompañado hasta el final se toparon de repente (y para mi fortuna) que en el drop mis cartas vencían a las suyas.
Llegó Tamara con un par de italianos. Tamara, Tamara, era una pequeña mujercilla que en aquella ocasión venía con los labios pintados de rojo fuego y un sostén que dejaba poco a la imaginación, amén que sus gestos no hacían por ayudar. Se tambaleaba, sangrándoles chupitos a los dos hijos de la bota con la esperanza de poder meterla en algo medianamente húmedo.”Craso error, me temo que esta noche os toca frotaros con el risotto”, pensé.
La partida discurría, y ella hizo un ademán de irse con Mr. Spaghuetti. Con tiempo le dije que se quedase, era mi herradura particular. Se apoyó en mi.
-No me das un beso? Eso es lo que se hace con las zorras que dan suerte.
“Que cojones, más bajo no se puede caer”. La besé, sabiendo lo que me esperaba. Vacío. No significaba absolutamente NADA. Lamí sus tetas en una ocasión, y era como babear sobre plástico.
- Yo no soy tu puta, no me vengas a intentar sangrar como a cualquier capullo…
Justo en ese momento se giró y besó al tío que tenía al lado. Lo hizo con toda la lascivia de la que su embriaguez le hizo posible (a título personal, diré que era algo casi vomitivo). Mientras sorbía sus morros me dije a mi mismo: “Bueno, eso no sé si tiene nicotina…”
Tom Grass. Otros dielatos 1962 Ed. White Sparrow.