jueves, 26 de mayo de 2011

Más allá del cuádruple principio de placer o Inspiración en forma de vino tinto.



“Me pican los ojos. Deben ser cerca de las cinco de la tarde. Estoy tirado en mi cama. Cierro los ojos y veo formas cada vez que los froto. Empiezo a ver imágenes dentro de mis párpados. Un personaje de dibujos animados en una aureola verdosa. Luego, al pasar mi índice por la zona cercana al iris, la imagen cambia: la silueta de un pez, esta nariz, sobre todo tus pechos. Ya no sé si me froto los ojos debido al picor o como mera curiosidad por ver que imagen se forma. Me levanto, y me dirijo al baño. Me he vuelto a cortar el pelo. Ahora lo llevo corto, como hace dos años, pero algo no encaja. Me lo corté, pero la imagen que aparece en el espejo no es la misma. Algo no encaja. Quizá sea el resto. Donde antes aparecía un marcado mentón, ahora hace atisbos de asomar el principio de una papada. Bajo la camiseta ocurre más o menos lo mismo. El pasado se ha convertido en un momento ilusorio de felicidad, de un porvenir difícilmente evocable.


Aquel que diga que su visón de si mismo no le importa, miente. Miente. Es sencillo. Prueba a decirle a alguien que no ves desde hace tiempo que ha ganado un par de kilos. Se le cambiará la cara. Si no, dile que ha ganado cinco. Si dice que la belleza está en el interior, dile que es idiota. Si esto no le afecta, quémale el coche. Confesiones de un narcisismo que consume el alma con cada cambio en tu imagen. ¿Qué ocurriría si cada día, sin saberlo, engordaras cien gramos? ¿Serías consciente? ¿Te preocuparía? Mientras estos pensamientos se mezclan con otros, salgo de mi cuchitril. A ver que diablos me ofrece esta noche.

Un par de horas más tarde del primer trago, Ella aparece. La mujer metálica. Flota en una aureola, a duras penas perceptible por los allí presentes. Sus cabellos destellaban con el fulgor del cobre. Sus venas de estaño recorrían bien visibles bajo el latón de su piel. El resto de la gente no lo oía, pero yo sentía cada uno de los mecanismos que funcionaban bajo esa fría apariencia androide. Estaba empezando a volverme loco. Chirriaba, martilleaba mi oído interno. Los nervios justo bajo el occipital de mi cráneo se erizaban, punzando a lo largo de toda mi columna vertebral. Un ligero sudor frío sacudía mi nuca, dándome espasmos.



Me acerqué a verla de cerca, y justo cuando estaba a punto de dar media vuelta, su fría mirada se clavó en la mía. Era imposible que me hubiese visto. Su mirada llegó incluso a ver aquel momento cuando mentí en el parvulario para no perder un recreo. Vio cada uno de los entresijos de mi mente, escudriñó cada uno de mis recuerdos, formó un mapa conceptual desde mi nacimiento hasta aquel último paso de falsa valentía. Todo esto en lo que tarda un colibrí en batir sus alas. En aproximadamente un sexto de segundo me quedé desarmado, desnudo, vacío. Un brillo candente surgió de repente de aquella mirada. Como si de una siderúrgica se tratase, una chispa dentro de sus ojos empezó a arder débilmente, hasta que articuló palabra.


No sé que ocurrió, ni que clase de conexión había fallado, pero minutos más tarde la mujer metálica entraba por la puerta de mi pequeño apartamento. Se quitó sus altos zapatos de tacón y se recostó en mi cama. Me acerqué a ella y la besé. Se me heló la sangre, lo cual hacía que mi corazón latiese más rápido, intentando compensar la diferencia de grados. En este caso dicho salto era abismal. Creo que incluso se me cortó un poco el labio superior. Ella se dio cuenta. Intentó regular su temperatura. Dijo algo sobre que tenía falta de costumbre. Mi dedo índice se deslizó bajo la tira de su vestido negro. Noté como sus venas adquirían cierto tono rojizo. A este punto me atrevería a decir que era capaz de sentir algo. Salió un vaho que de repente condensó en la cara interior de todas las ventanas de mi habitación. Se acostó y me agarró, lo hicimos de manera salvaje. Su mecánica interna estaba a punto de estallar, sabía que estaba a punto. Su espina dorsal debía estar a una temperatura cercana a los treinta y cinco grados centígrados cuando estalló en un aullido de placer…”

- Bien, ¿Qué tenemos, Mike?

- Varón, entre unos veinticinco y treinta años. Su casera se lo encontró así esta mañana cuando entró a cambiar las sábanas. Llevaba cerca de una semana sin salir, nadie del edificio había visto movimiento, ni siquiera el más mínimo ruido.

- Joder, ¿y nadie se dio cuenta del pestazo?

- Bueno, ya sabes como son los pisos realquilados de esta zona de la ciudad.

- ¿Causa de la muerte?

- Me atrevería a decir que fue una contaminación por metales pesados. El joven trabajaba en una siderurgia, unas manzanas más abajo.

- ¿Que mierda es esto?

- Ah, si, su máquina de escribir. Por lo visto lo de la siderurgia era temporal, pretendía hacerse escritor, me comentó la casera.

- Me pican los ojos, ¿pero que basura es esta? Está mejor así, un creído menos. Bueno, que se encarguen del papeleo los capullos de siempre.

- Han encontrado una pistola bajo la cama.

- …Y?

- Puede que tenga algo que ver con aquella chica que encontraron con una bala en el pecho. La complexión encaja con la cámara de seguridad del cajero. Además, en el caso de la joven, pasaba por cerca de la zona en la que vivía y trabajaba este tipo, tenía que cruzar por estas calles desde su casa hasta la zona donde estudia. Podría haberla seguido. Podrían haberse visto en un café, vamos, lee el texto, ¿tú qué crees?

- Joder, Mike, no seas pesado. Señor Don Nadie se carga a Señorita Doña Nadie. ¿A quién carajo le importa a estas alturas? Venga, archivemos esta mierda. Muerte por blah blah blah. Te invito a un café, ¿hace?

- Ok, pero pagas tú.

2 comentarios:

  1. Mola; muy interesante. Pero pon el tipo de letra más grande que me voy a quedar ciego!!

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  2. Jajajaj, veré que puedo hacer!

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