jueves, 28 de junio de 2012

Los subtítulos no están bien sincronizados.


Copiosidad. Tedio. Mejor tedio. Esta última temporada he sido la fiel imagen de una pieza más del engranaje. Fiel costumbrista a un horario roto desde el punto de aplicación. La verdad, se veía venir. Esa verdad la oía en casettes cuando de pequeño íbamos de camino a un pueblo costero, en un que ya recién comprado era un Ford Escort viejo. Ya de pequeño no había razón para no ser pesimista. Sobre todo si te dicen lo contrario. Sopa fría, pero nunca de sobre. Al menos sabías que te lo habías ganado a pulso.  

 Cada día era una copia del anterior, sólo que el puteo era cada vez diferente. Al menos el fantasma de la normalidad no me había atenazado del todo. Paseaba de una punta a otra de la ciudad, a clase, a trabajo, lo que fuere. En esos trayectos convives con el mundo, te haces parte de él. Observas las tiendas abrir, a las viejas quejarse, a los jóvenes gritar, gente de traje que sale a fumar un pitillo mientras mira con desden al pobre que falsea una cojera. Ya no cuela, bien podrías cortarte la pierna delante de un colegio. Al menos así tendrías un mínimo momento de gloria en algún programa de videos. Puede que te conviertas en un hito gris, puede que esa sea una mejor excusa.

 Las parejas se dedican miradas en las cafeterías, y miran al suelo cuando el otro va al baño. Los jóvenes se quejan, las viejas gritan. El mejor sentido de todo es que nada de esto tiene sentido. La gente lo ha convertido en su mantra. Y dedican el día a día para regodearse en su fracaso. Fracaso que viene, como siempre, de antes. Las mismas casettes daban una idea de que seriamos los más listos viviendo debajo del puente. O al menos los que viven a la intemperie con las mejores galas.

 Todas esas caras asumen esto como cierto, como éxito, como meta. Podría hablar de infinidad de temas, pero sin duda lo que define mi personalidad es mi trabajo. O mi carrera. O mi puta madre. Y esa tendencia desde hace tiempo estaba ganando la partida. Todos los días es levantarse y cruzarte con otros perdedores que te miran por encima del hombro, al igual que lo haces tú con ellos. Aquí nadie vence, la partida está cerrada desde que naciste.

 Levantarse y ver la misma historia una y otra vez. Días oscuros en verano. Este es tu desierto, acostúmbrate. Coger un bus y dirigirte al mismo sitio a oír lo mismo que has oído alguna otra vez. Los cigarrillos ahora se apagan para que no se consuman. Hasta eso han conseguido prolongar. Bajas, e intentas comer lo primero que encuentras. Unas latas y alguna verdura te saludan desde el otro lado de la nevera. Las tardes no son mejores. El gran ojo catódico ha sido sustituido por una tecnología mejor. Ahora la programación de mierda la generas tú, tú decides cuanta quieres tragar y de que forma. Y todos nos nutrimos de esta coprofagia. No hay hora límite, no hay horario de cierre. Otra pantalla me mantiene alelado en virtud del progreso. Y lo que es mejor de todo, es elección propia.

  Crees que cualquier salida nocturna es una liberación, pero no. El horario está planteado con sus marcas de servidumbre y sus parcelas de locura controlada de fin de semana. Asumido esto como normal, como repetición. Ahora la gente limpia cuidadosamente sus botellas  y te mira extrañado cuando te sales de la norma. Cuando te sales de la norma sin que sea de la manera premeditada. Levantaos, gritad, pero que sean las consignas de siempre. Vivir una falsa sensación de libertad basada en un discurso ya asumido.

 Antes la maleza me permitía ver el bosque. Es más, es lo único que me permitía verlo como tal. Desde que se fue solo veo un entorno aséptico de orgullosos árboles que comparan sus hojas esperando a ser talados. Y que sus nietos tengan una hermosa mesa Bjursta de Ikea, a  199 € la unidad. Y así entregas tu salud a encontrar tu puesto al mejor vendedor de alfombras del mes. Y ahora he llegado a mi máxima de peso y uno de los pocos pantalones que me sirve está roto. Un parche cubre uno de sus mayores agujeros.

 Las pocas veces que algo me saca de la dinámica son noticias de gente que hace que no veo, contándome cosas que ojala hubieran sido, pero no. Y toda esperanza albergada en esas pequeñas imágenes se diluye en lo imposible. Si, a mi también me gustaría haber dicho esa frase, pero el momento no vuelve.. Todo por promesas de bondad que se desmoronaron la vez que salí a la calle por primera vez. Pero la esperanza es buena nadadora,  y no le importa que en el whisky haya arenas. Cualquier oportunidad le sirve para aferrarse, aunque la sonrisa enmascare un No descarado. La oda a la negación, lo de siempre en un bonito envoltorio blanco. Creo que te va bien colocando las piezas en el puzzle, aunque tengas que babear las piezas para que encajen.

 La noche dice que no, y cuando debería descansar para el día de ayer me dedico a ver como otras personas se quejan impunemente sin hacer ningún tipo de cambio asumible como tal. A no ser que hayan encontrado al coño madre. Se hace tarde, y me meto en cama. Estoy cansado, pero pasado dice que es buen momento para pedradas o bailes a la luz de la luna. Aunque sólo sea en duermevela. Cuando consigo conciliar el sueño, todo conspira para que no cierre ojo. Desde cama, si cierras los ojos, puedes hacerte la imagen de un paraíso perdido: Una gaviota se pasea de tejado en tejado, otros pájaros se comunican en su idioma particular, el sol hace su amenaza desde las rendijas d ela contraventana, un camión de basura vacía los contenedores.

 Tom Grass. Últimos paseos en la ciudad del viento -Visiones y recortes de delirio y carne-Ed. White Sparrow 2012