lunes, 25 de abril de 2011

Madre


Él, joven, idiota. Tendría apenas unos veinte años. Veintitrés como mucho. Lo había vuelto a hacer. No tenía medida. Adoraba el término medio, pero se había perdido cualquier tipo de explicación al respecto. Tanto te escupía veneno en las heridas como te daba un beso en la boca. En la creencia de haberse forjado a si mismo, cualquier atisbo de moralidad había sido denostado. Vilipendiado incluso. Le habían preguntado que opinaba de Dios, la noche antes incluso. Ya desde joven lo había excluído. A los dos años de hacer la primera comunión, el párroco que la había oficiado moría. A saber de qué. Esa fuerza externa no le servía ya de absolutamente nada. No podía creer en eso. Creó su propio sesgo sobre lo que estaba bien y lo que estaba mal. Luego lo dejó atrás. Como a tantas otras cosas. Sus pensamientos, rara vez compartía.

Su madre había ido a verlo. Él no había podido ir a ese viaje familiar, que sólo podían hacer una vez al año. El único momento que compartía con su familia más allá de un par de horas. Un viaje que en esa ocasión incluso se alegraba de no hacer. Ese destino no le traía más que cuchillas en forma de recuerdos. De esa calle y de la otra. Él contaba lo que había ocurrido. Le había adelantado detalles antes. Una situación, inesperada en principio, había hecho que el discurso se modificase. Como tantas otras veces. Como siempre, para que negarlo. Afronta los hechos. Recuerda palos de aquí y allá. Trágalos. Regurgítalos. Hazlos tu armadura. "Dijo de mi que era una persona a la que todo le importaba nada". Su madre calló, por un segundo. Le replicó: "Razón no le falta..."