jueves, 24 de febrero de 2011

Sencillo, pero efectivo.



Tom Grass. Su respuesta a un posado formal para una entrevista (2005.)

“Me voy, voy a comprar tabaco” Esas fueron mis últimas palabras. Hacia el bar me dirijo, una copa, una copa, es lo único que pido. Pienso, antes de entrar, que ya no hay máquina. Creo que será buena idea ir al local de ambiente más cercano, ya que allí aún hay una máquina expendedora. Ofrézcame todo en monedas, Jebuzz me había pedido también una cajetilla. Si no me importaba. No, no era molestia. Cargo con su cajetilla y entro en el local. ¿La copa habitual? No veo por qué no. Miro la cartera, aún me sobraba algo para pagar aunque fuese un par. Si no, siempre podía hacer porque me fiasen. No obstante era el mejor cliente. Yo pagaba. Yo bebía. Siempre. Cosa que no se puede decir de todos. Sobre alguno lo único digno que se podía decir es que era hermano de una rata. Un paria, un mierda. El dueño se quejaba de lo que le sangraban mes si, mes también. ¿Te das cuenta? Que coño vas a saber tú.

Una vez me la sirve, salgo a fuera a aspirar aire, y a bañarme en realidad. Él también está jodido, se le ve, se le nota, pero nada dice. Me pide fuego. Como es habitual, me tiembla la mano. Ya desde hace unos años. Me parecía increíble que fuese capaz si quiera de coger un lápiz. ¿Tienes frío? Yo nunca. Allí se apoyaba, dando una calada a cada segundo, casi. Había problemas. Siempre los hay. Quieras o no, estás jodido. Es sencillo. Con una facilidad pasmosa, una frase, una mirada, o lo que es mejor, una ausencia de la misma te colocaba una pesa a los pies y te mandaba al fango. Eso le pasaba a él.

Dentro del local me encuentro al portero. Hoy no trabaja. El dueño vuelve a entrar, pero sale al rato, los alborotadores surgen de debajo de las piedras, con mayor facilidad si regentas un bar. Como ocurría con aquel capullo. Se había metido donde no le llamaban. Le habían caído unas hostias. Lo comento con el portero, hoy no es su día de trabajo, hoy, al menos, es una persona más. Allí está agarrado a su litro. De entrada les digo mi opinión. Ellos dicen:

- Hay que tener cojones para decir esa frase a alguien al que se le acaba de morir el padre, se las tenía merecidas.

- Si, es cierto, matarlo a palos era poco, menudo mierda…

Yo respondo:

- Hombre, tampoco hay que ser crueles, cruel ya ha sido la vida dándole esa cara.

El portero sonríe, para luego romper en una carcajada. La noche va pasando, podrías ponerme otra copa, ¿no crees? Eso ocurre. El camarero me dice en un punto de la noche si tengo un momento libre. "Efectivamente", le digo. Podría estar con la columna partida en la unidad de cuidados intensivos, lo escucharía igual. Mi altruismo me propicia una copa más a placer, gratis. Ser generoso a veces merece la pena. En el exterior el rebumbio sigue sonando, pero hacemos oídos sordos a todo cuanto pasa. Cosas más importantes se fraguan dentro. Salimos a fuera a hacernos eco de los sucesos. Tal persona ha bebido demasiado, tal otra no lo suficiente. Lo de siempre. Retales inconexos de vidas que en realidad nos importan un carajo. El camarero se me acerca, y me dice si puede hablar conmigo. La verja se baja, la verdad surge.

- Tíos, tengo un problema, desde hace unas semanas con mi mujer no van bien las cosas, lo sé, se que resulta prematuro, pero atando cabos esto es lo que me surge, y no sé que puedo hacer…

Tras algunas apreciaciones de los allí presentes, le digo las cuatro frases que soy capaz de concatenar.

- Jefe, no debes de martirizarte. Lo sé, sé que está enraizado en tu manera de ser, pero piénsalo de esta manera. Crees que todo lo que va mal entre vosotros es culpa tuya, sobre todo por no haber intercedido cuando apareció aquel capullo. Si, ella necesitaba tiempo, pero bueno. Piensa que es el principal problema de las relaciones, y el principal problema es que sois dos. No radica en que tu cargues con todo el peso de lo ocurrido, sino en que afrontes el problema como algo más, no en que te mortifiques por algo que tú has hecho a los dos, sino que afrontes lo que puedes hacer tú por el bien de ambos.

El portero me mira y se reafirma en lo que digo. “Eres capaz de decir cosas inteligentes, a veces. Se nota que sabes.” Claro que sé. Hacía tiempo que mi corazón había sido arrancado y sustituido por tripas, que provocaban que escupiese mierda por la boca, pero a veces era capaz de soltar algo coherente, y, por qué no, iluminar al vulgo. Una vez cerrado el local allí nos quedamos, el camarero, el portero y yo. El camarero ya llevaba tiempo bebiendo, hacía mucho que no lo veía beber de semejante manera. En cierto momento entra al baño. El portero se me acerca.

- Tienes que hacer algo, mira como está, está hecho mierda, y esto le repercute en regentar el local. El último sábado abrió dos horas tarde y cerró media hora antes…

- No te preocupes, si tengo que entrar en el baño y sacarlo a rastras, lo haré, y si tengo que infundirle ánimo, también.

Se me daba bien esa basura. Dime lo que quieres oír, y lo endulzaré de semejante manera que la realidad a partir de ese momento te parecerá un cúmulo de basura. Nos acercamos al baño e intentamos abrir la puerta. “Está tirado en el suelo.” Abro la puerta, entro y lo cojo en brazos. Pequeño gran jefe, esta no es manera. No para ti, predica con tu ejemplo. Aunque siempre sea fácil escudarse tras una barra. O detrás de lo que sea.

Decimonovena máscara que veo en lo que va de día, ya está bien…"

Tom Grass, parece que todos los días.

martes, 22 de febrero de 2011

(No hay mares en la ciudad de la) lluvia.


"Tirado en la cama, puedo de un único vistazo hacerme eco de todo el raquitismo del que hace gala mi habitación. Desde un único punto de vista soy capaz de ver las cuatro paredes que la conforman. Tendrá unos tres metros de largo por dos y medio de ancho. Un gran armario, con un par de maletas coronándolo. Una pequeña mesa. Una estantería, en ella aparecen libros, otros libros más desvencijados, trozos de cartón, algún que otro gorro, esta bufanda, esta otra, con un montón de zapatos dispuestos sin orden ni concierto en la parte baja. De la puerta cuelga una bata que apesta a sudor rancio, junto la única americana que me queda entera, y de milagro, manchas de cemento aparecen en su parte trasera. Hay también un instrumento que nunca llegaré a tocar como es debido, y otro que nunca debí haber dejado de tocar. Una única bombilla alumbra la estancia, cuando le da la gana de funcionar. La puerta no encaja en su marco. Las contraventanas no protegen ni mitigan la luz solar, pero dejan que el agua de lluvia forme un pequeño estanque a los pies del ventanal. Ningún ángulo recto aparece. El dibujo de la tabiquería poco o nada tiene en relación con el suelo de madera, o con el resto de la casa. Una delicia. Compartía aquel piso con Grez Stone y Jebuzz, y con una pareja de recién casados. Aunque no, lo parecían, las discusiones por nimiedades estaban a la orden del día. El descanso y la tranquilidad no. Tras subir por unos cuatro pisos de escaleras, escaleras, y más escaleras, el olor a cerrado te daba la bienvenida. Mierda de gato en la entrada. Mierda de perro en el salón. Las paredes, gruesas como el papel, me permitían oír el trote de los animales de un lado para otro, los aullidos, los ladridos, esta conversación, la otra discusión. Hogar, dulce hogar. Espera. ¿Eso que suena al lado de la puerta es una gotera?

Llamé a mi padre. Algo debería saber de esas cosas. Antes de marcar el número, pienso que el último día que nos vimos fue quizás el que más tiempo hablamos. Conversamos un poco sobre esto y sobre lo otro y sobre nada. Si no soy capaz de recordar el número de frases exacto, me parece una buena señal. Apenas hablamos. Las veces al año que intercambiamos más de tres o cuatro frases las podría contar con los dedos de, no sé, las dos manos a lo sumo. Tampoco hay mucho que decir. Caso característico en los varones de mi casa. De no ser por mi madre, nos comunicaríamos a base de gruñidos. Algo me dice que algún día mi hijo se hablará con mi padre la misma manera que lo hago yo con el suyo. Hola, abuelo. Adiós, abuelo.

- Pai?

- Dime, Tommy.

- Aparecérnonme goteiras na habitación. Eso podo amañanalo eu ou chamo a alguién?

- Home, eso ten que subir alguien, fijo que ten que ser cousa do lousado, choveou moito estes días, e o sitio onde vives xa está vello. Ten que estar todo feito unha merda por aló arriba.

- E mentras, que fago? Xa puxen unhos cazos.

- Pos farás como facía eu na casa vella. Cando chovía tíñamos que apartar a cama do sitio, ainda que seña terás que poñer o colchón no suelo. Pero non che ten mal ningún, ¿ou tencho?¿Chóveche na cama?

- No, e se no, bueno carallo.

Parece que a ambos nos interesaba el tema. El hombre sabe. Siempre sabía. Da igual los libros que no haya leído, ni las cosas que nunca haya sabido. El hombre sabe, siempre sabía. Da igual lo que pasara, había una respuesta. Nunca lo hablamos, pero supongo que él lo sabe. El hombre lo sabe. Siempre pasa. Él carga con las cosas a cuestas. El año pasado se había roto un hombro en una obra. Un paso mal dado y al hoyo. Poco más sé del tema. Apenas hablamos. Pasa a toda cuanta gente conoces. Pregúntale al hijo del trabajador medio. Los hombres no hablan. Aún a sabiendas, pero no. Ese mismo día, cuando hablé por teléfono con mi padre, hablé más tarde con mi hermano pequeño. Por primera vez en nuestras vidas, fui capaz de decirle “ánimo”. Iba siendo hora. Esas cosas nunca se dicen. Esas cosas siempre se callan. Llámalo negación. No hay espacio para el sentimentalismo. Las cosas se callan. El débil de ayer, el cadáver de hoy, la argamasa para el mundo feliz del mañana.

A tal momento como este se me hace difícil recordar lo que pasó el fin de semana, pero haré un esfuerzo. Ese mismo jueves fui a casa de Jordan y Betty White. Tenía que ultimar unos detalles referentes a ciertas entregas de trabajos y grupos, un pequeño replanteo que poco nos podía llevar, o eso esperaba. Cuando aparecí me echaron en cara que saldría, por la ropa que llevaba. Había decidido ponerme un chaleco y una vieja camisa que ya hacía tiempo que no utilizaba para hacer unos pagos en el banco esa misma mañana. Pero era igual, era señal de que iba a salir. Podría ponerme ropa de oficio de cura, podría estar tirado en una cuneta con la pierna reventada por un coche que se había dado a la fuga, significaba que iba a salir.

Más tarde, tras haber dejado las cosas en casa, me dirigí a un bar de la zona centro donde solíamos comenzar la noche la gente con la que me codeo. Un local irlandés que de irlandés tiene el nombre. Servía, siempre sirve, mientras te sirvan. Una cerveza era suficiente, estaba cansado de todo el trajín de la semana. Pero no. No ese día. “Hey, Tom, bajan ahora mismo todos de una fiesta en un piso”. Todos. No había escapatoria, ni la buscaba. Paul Real me había llamado también el día anterior. Respondí y le dije que probablemente el jueves nos veríamos. Probablemente como sinónimo de no, joder. Bueno, soy un hombre de palabra. En el interior ya habían caído copas de esto y de lo otro, y los camaradas fueron llegando. El pequeño ángel hermano me saluda efusivamente, y yo a él. Sin malicia le recuerdo los cinco dólares que le había dejado la semana pasada. “Me hago cargo, Tommy”. Nos fuimos haciendo todos cargo. A la media hora escasa, entra. Lo veo. Imposible no verlo. Paul. Venía con Anton, y otro tío, también llamado Anton. Paul “hostiaputa” Real. El hombre largo, medía más de dos metros. Delgado, pero fibroso. Dos ojos y pelo conforman su cara, siempre acompañados de una sonrisa. Si me coge en brazos no toco el suelo, y si me da una con la mano cerrada probablemente nunca más suelo volvería a ver. Sempiterno, pero no me toques los cojones. “Tooommy” exclama. “Paaaul”. Me alegraba de verlo.

Esperábamos cerca de unos contenedores a que terminase de vomitar. Su altura le hacía encorvarse, mientras un hilo líquido intentaba llegar al suelo, ayudado a veces por tropezones que salían de su boca cual fuente. Ni se inmutó. “¡Vamos al local de Joe!” Un coche casi nos atropella. Suerte que tuvo. Ya en el local, Joe nos pone las copas habituales, y Paul me increpa a ganarle una a mayores. Apostaríamos a los dados quién se la bebería. Ganas, bebes, pierdes, pagas. Tres reinas, dice. Tiro. Se jode. Mierda, dice. Tres reyes. Full jotas reinas. Sonrío. Maldice, y sonríe también. Full reyes ases. Me mira. Lo sabe, esta la tiene que ganar él. Es la última, todo o nada. Tiro. Levanta el cubilete. Una dama. Otra. Otra más. La última se suma al baile. Póker. Pagas, voy al baño. En el interior le oigo decir al barman que ponga la cosa más fuerte que tenga. Salgo del baño, haciendo que la cosa no va conmigo. “¡Adelante, tu copa!” me arenga. La bebo, absenta con whisky. Las concubinas del diablo. Aguanto el tirón,"¿por quién me tomas?", pero al rato es mi turno también. Compruebo que el cuarto de baño del local no ha quedado sucio, y nos vamos cuando cierra. Pequeño ángel hermano vuelve a por mi. Nos vamos al último antro infecto de la ciudad con estos, aquellos y ese que acaba de librar. El portero habitual no está, y pequeño ángel hermano puede entrar tranquilo. Allí dentro me baña en cerveza, me riega. Sujeta esta, te traigo otra. Mañana era otro día, que empezaba a despuntar ya, y le digo que me voy. Allí queda danzando. Sin que me vea, le mando mi única sonrisa del día y me voy a casa.

Al levantarme recuerdo que aún tengo trabajo por hacer. Intento ducharme, ya ni intento comer. Las horas se consumen en minutos. Me pongo una camisa y una gabardina negra que encuentro en el armario, y me dirijo nuevamente a casa de Betty. Allí observamos la poca información que tenemos de las tareas. Increíblemente, en un par de movimientos el asunto queda zanjado. Escala el plano, encaja la foto. Encajaba. Ya estaba, no necesitábamos más. Un antiguo compañero de clase, de los que mejor recuerdo tengo hacía escala en la ciudad por una semana. Axe Ralder, venido de donde la gente come piedras y caga estatuas. Así que decidimos irnos todos de cañas. Unas, otras, más. Mensaje. He de ausentarme, me ha surgido un asunto. No había comido en todo el día, y me había tomado unas seis cervezas en un espacio de tiempo no mayor a una hora. Había quedado en tres cuartos de hora a unos cinco kilómetros, en un local en el centro de la ciudad. Allí me dirigía, con el maletín aún, y el aliento etílico ya. Calculé bien el tiempo y los traspiés que di. Ya empezaba a hablar sólo. Llegué. Allí estaba también. ¿Nos vamos?

Llegamos a mi casa, ella se hace eco de la mancha de la gotera, y se ríe. Saca un cigarrillo de su bolso y lo fuma. Enciendo el ordenador y pongo música. Ella tropieza, se ríe, yo sonrío también. Me saco la camisa, y todo lo que sigue no es más que carne entremezclada, poética, clavos, uñas, naturaleza imitando al arte. Pequeño ballenato varado en la inmensidad de la mar. “¡Que alguien ayude al bebé ballena!” grito. Un beso me responde. La acompaño al coche. Veo llamadas perdidas de Axe. Estaba en la playa con Betty, bañándose. Era tarde ya, y hacía frío. Allí me los encuentro a ambos, saliendo de entre las dunas. El paseo había quedado destrozado por el temporal, ellos también lo estaban, bebida en vena, pero ni rastro de móvil o cartera. La noche no podía acabar así, y les invito a tomar algo. Cuando nos dirigimos al bar, hay reyerta. Tamara pasa por allí, y me lo cuenta. Jóvenes y cocaína. La verja del bar de Joe está bajada, pero nos dejan entrar. Pido un litro de algo, y en cuanto me giro, desaparece. Un tío pasa por mi lado y le pregunto.

- Perdona, ¿has visto salir a un chico y una chica, el chico de mi altura más o menos, con un polo a rayas, ella rubia un poco más baja?

- Si, acaban de salir.

Fuera los veo, apoyados en una barandilla con mi bebida. Ratas. Bueno, copas les había prometido, y copas iban a beber. Mientras nos movemos hacia otro bar que aún no había cerrado, Axe para un taxi y ambos se suben. Betty, dulce amor, dulce mirada me dice si quiero ir hasta su casa. No hace falta, Betty, la mía queda justo al lado, ya voy yo andando. El taxi marcha, y soledad me acompaña ahora, como de costumbre. Al bar voy, y dentro me encuentro con un habitual del local irlandés. Le invito, alguien tenía que beber conmigo. El abrazo caliente del whisky bajando por mi garganta, haciendo que el estómago se me revuelva, es quizá la sensación más vívida del día.

Al día siguiente, sábado si no he perdido la cuenta, llamo a Betty. Le pregunto que tal se encuentra. Cerca de las siete de la tarde me paso nuevamente por su casa. Estaba sola por primera vez en el piso, y decidí acompañarla en la cena. Al, el novio de Jordan, se pasó por allí, y ambos fuimos acompañarlo a comprar regalos y bombones, se acercaba algún tipo de aniversario. En el centro comercial, mientras ellos miraban cosas, yo me dirigí a la sección de libros. Me encantaba ver las estanterías llenas de ellos. Era el placer de ver la letra escrita al alcance de la mano. Tenía carné en una biblioteca cerca de casa, pero la bienquerida alegría de pasear entre estantes, ojear secciones y encontrarte con alguna maravilla desconocida, o con alguna frase con algo lo suficientemente real como para seguir devorando páginas se había sustituido por un sistema informatizado. Buscabas en una base de datos, escribías en un papel el libro que querías y al rato la bibliotecaria lo introducía en un montacargas. Si había suerte, el libro bajaba al cuarto de hora. Si no, su cara de besugo te indicaba que no quedaban existencias de la misma obra y su mirada te invitaba a irte a tomar por culo de su puta biblioteca. Me encantaba el trato personal que permitían las nuevas tecnologías en ese caso. Hacen que el joderte quede al alcance de un botón.

Ojeaba las estanterías mientras me hacía eco de las palabras del tío Hank. Cogía libros, a veces por instinto, otras porque sin duda era necesario leer a aquel autor, abría una página al azar y leía un párrafo, o a veces una mera conversación, o una resolución de escena, o una frase, o un pensamiento del personaje que tocase, y si me parecía interesante, me lo apuntaba para una próxima compra y lectura. Así, gracias al tío Hank sobre todo, se sumó el tito John, y otros que venían detrás. Stendhal, Freddie, Dos, Uno, Pío, Chéjov, Hamsun, Henry, Bocc, Arthur, en las páginas de unos aparecían los otros, Buk me enseñó a Miller, Miller a él a Hamsun, Céline que era predilecto de Hank, y del tío Jackie, aunque Jackie me pareciese un vanidoso a veces. La lista de libros por leer era interminable. Betty me sacó de mi ensoñación, y una vez Al compró lo que le pareció conveniente volvimos a su piso. Allí Betty me invitó a arroz con carne. La acompañé hasta el postre, le agradecí la comida, ella mi compañía, y me volví a casa. Era sábado, ese si que era día de salir.

Al entrar en el local, vi que el único hueco practicable cercano a la barra era al lado de Natalie. Me apoyé a su lado en una banqueta, ella tardó en darse cuenta, pero sus ojos estaban en los míos cuando me giré. Natalie tenía el pelo largo y lacio, pegado a la cara, solía llevar algo en la cabeza siempre, ya fuese una diadema o un gorro, y vestía de riguroso negro. Era delgada, y para que negarlo, estaba buena. Era guapa, a su manera, las cejas quizá un poco anchas, pero estaba buena. Unas piernas perfectas se marcaban en un pantalón ceñido cuando no en una falda corta, esta vez gris con franjas a distintos tonos. Teníamos una apuesta que surgió un día en ese mismo local, pero rara vez la apuesta valía, además ella tenía apuntadas en un papel las bases de la misma, así que de poco me servía, a no ser por mi inventiva a la hora de sacarme excusas. Mientras hablamos, le recuerdo conversaciones pasadas. Me dice que no le gustan que la juzguen, y me juzga. Es extraña. En cierto momento me recrimina que no le hago caso, a lo cual le respondo que es el mismo discurso sobre personalidad que me había dicho hace ya cuatro meses en el mismo sitio en las mesas del fondo. Evidentemente, eso le jode, y me lo dice acercándome la cara. Sería tan fácil, pero es lo de siempre. Quiero, pero no puedo. Puedo, pero no debo. Debo, pero bebo. Salí, entré, fumé, bebí, me vacié, confesé mis pecados a gran ángel hermano, lo abracé, bebí más, apareciste, aparecieron este y el otro, aparecieron aquel y el otro aquel un rato más tarde, bebí más, aparecieron ellas y apareciste tú también, bebí, y me tiré a la piscina de cabeza mientras me sacaba la camiseta por el aire. La camiseta se convirtió entonces en un nudo, el cual quedó prendido a mi reloj. Me hundía en la piscina, que tenía una profundidad de ocho metros, veía claridad y veía las burbujas de aire de mi propia existencia dejándome para llegar a la superficie. Intenté desasirme, pero de nada valía, sonreía, tranquilo. A la profundidad se le sumaba ahora oscuridad. Pataleé, ya casi rozando el fondo, intentando impulsarme, pero estaba cansado, había andado mucho ya..."


Tom Grass. Hace una eternidad insondable. (Brandenburg Concertos II - III - IV.)

sábado, 5 de febrero de 2011

Extractos de un sueño pasado, poco común.

Hai cousas que só podes escribir nun idioma. É certo. ¿Recordas? Eu ainda. Ainda que me pese. Xa non voltarán os bos desexos, aqueles sorrisos. De nada serve nadar nun mar de bágoas na cidade da choiva. Recordos doutros mares, doutras estancias, doutras miradas, doutras noites...Recordos que volven, si, volven, eles si. Non hai xa refrexo algún. Parece que sempre estiveches aquí, preto miña, nalgures, nalgún lugar. Non son quén de escribir. Xa non sei o que pensar. Nunca souben o que che dicir. Nunca saberei o que ocorreu, nunca saberei o por qué. ¿Quén son eu? Que máis ten. Da igual o que faga. Da igual en quen pense. Farei calquer cousa por calquera, pero sempre o fixen por ti. Non coido da xente. Coido de ti. O resto importame, si, pero coido deles pensando en ti. Mirando pra ti. Véndote a ti neles. Negándomo. Soñando ás veces. Espertando outras. Sobrevivindo sempre. Xa non sei, nunca o souben. Hai algo que creo que sei. Pode ser verdade. Pero non sei se escribilo. Ainda que eso non me da medo. Ben o sabes. Nunca o tiven. Ainda que ás veces só sexa pouco máis ca un raparigo. Home en corpo de neno. Neno a maior parte das veces. Home algunhas. Eu sempre.

Estou parado agora mesmo, relendo todo isto. Son cousas que ás veces se me veñen á cabeza. Abrázanme. Bícanme, incluso. Pero nada disto é certo. Houbo tempos no que si. ¿Onde quedan? Seino. Nunca escribin sobre isto. Creo que mo debía. Creo que vou levar unhos lapotes por facelo. Son de pedras dormidas. Son de camiños, son de ventos. Como as palabras. Veñen, volven, vanse. Pra irse a ningures. Pra non deixarme dormir. E quedo quedo, si, quedo. Mirando ó meu arredor. ¿Que fas escribindo isto? Pode que non sexa máis ca un monólogo interno. Pode que nunca escribira en galego. Leo estas palabras, e así a todo gústame. Pero, en fin. Sei que esto non serverá de nada. Non, xa non. Pode parecer triste. Pode que nunca leas isto. Pode. Un aplauso. Pode. Porque o día no que nos volvamos a ver, será xamáis.













(Bueno, si, tengo alma, tuve alma...)

martes, 1 de febrero de 2011

Locura ordinaria.

Creo recordar que eran cerca de las 5 de la mañana cuando al fin el tío Henry me invitó a dormirme. Lo último que recordaba era una retahíla de frases de lo más ingeniosas, sinceramente, espero que siga cobrando la misma fuerza que lleva en estos primeros compases. No recuerdo haber dormido especialmente mucho, mis pestañas comenzaron a hacer su trabajo eficientemente a la hora en la que el despertador amenazaba con sonar. Fácil solución. No ir a primera hora. Ni a segunda, que cojones. Tras un par de horas de intento de sueño, al final decidí levantarme. Me quedé un rato sentado en cama. Hacía tiempo que la bombona había dejado de funcionar. Creo que desde el Sábado. Ducharme en pleno invierno con agua no muy superior a 0º no entra dentro de mis planes de amanecer bucólico, a no ser que sea imperiosamente necesario. No lo era. Mientras el calefactor escupía su aliento, encendí un cigarrillo. Observaba el armario abierto, haciendo tiempo, sin inmutarme. Sabía que en cuanto parte de ese uniforme se acoplara a mi cuerpo no habría ya vuelta atrás. Cigarrillo consumiéndose en el borde de la mesita de noche. Voluntad consumida ya. Empieza el día.

Camino. Paso tras paso me dirijo a la parada de autobús más cercana, con media hora de retraso, con las herramientas de trabajo habituales: Folios, carpetas, reglas, escuadras cartabones, ojeras, barba de 3 días, coletazos del fin de semana, cansancio y tedio, gorra y bufanda opcionales. El autobús va haciendo su recorrido. Serpentea calles, hace sus paradas. Personas bajan, gente sube. Llegaba cerca de media hora tarde a la clase a la que me había propuesto ir. Reencuentros, caras. Algunas lozanas incluso. Malditos bastardos. Reparto de las tareas asignadas. Eliminar pensamiento, comienza el mecanismo. Los profesores, tras 2 horas de naderías, hacen acto de presencia, despachándonos amablemente media hora antes de que la clase tocara a su fin. Perfecto. Ahí van 3 horas quemadas de tu vida. Jonás y yo nos dirigimos al comedor. El dinero me alcanza para un par de platos medianamente decentes. Crema de zanahorias y fritangas variadas. La base de una verdadera dieta. Cigarrillo y descanso. Descanso y postre. Postre y mierda. Aún faltaba una hora para la clase siguiente.

Vamos a los sofás situados en la misma planta. Apartados del bullicio de los comensales, me comenta el trabajo que tengo que hacer en la clase siguiente. Se trataba de lo mismo que habían hecho la semana pasada, en la cual inteligentemente me abandoné al sueño, mandando a tomar por culo cualquier cosa referente a las clases. Sabía que tenía tiempo a la semana siguiente a repetirlo. No parecía difícil, mucho menos dejándome él todo lo que necesitaba en unas fotocopias. Él fue a ayudar a su mejor compañero a endulzar una entrega, y yo me recosté como pude en uno de los asientos. “Cojonudo”, pensé, “una HORA entera de siesta.” Cerré los ojos, me tapé como medianamente pude con la gabardina y, simplemente, dejé de escuchar.

Al rato de cerrar los ojos, me invadió el sueño. Al principio sólo en forma de olores, al rato también de sabores, para acabar de formarse imágenes. Notaba esas sensaciones, se me hacían familiares. Me veía a mi mismo en aquella cama, con aquella belleza al lado. Se quitaba su camisa, y dejaba a relucir unos pechos perfectos. No existía nada de más ni de menos. Mordí uno de sus pezones suavemente, mientras ella se revolvía de placer. La besé en el cuello. Quería más. Me quitó la camiseta, me lamía, me gustaba. Bajé la mano hasta su pantalón, y ella aulló. Saltaron botones por los aires. Sólo pensar en saborear su coño hacía que me relamiese. La recosté, bajé. Cogí sus bragas entre los dedos y empecé a quitárselas poco a poco, disfrutando de cada segundo y de cada contacto con cada centímetro cuadrado de su piel. Ya estaba a punto de besar en la cara a la mismísima Venus.

Sonó el teléfono. Me sobresalté. Un compañero me estaba llamando, y colgó. Respondí al momento, debía de tratarse de algo importante. No. El muy hijo de puta, al cual tenía delante móvil en mano, creyó conveniente hacerme una llamada para despertarme. Y lo más jodido es que el muy subnormal no tenía ni idea del viaje que me estaba dando. Risas estúpidas por su parte. Rabia asesina por la mía. Subí a la clase siguiente. Despiece de Silla Jacobsen. Tubo metálico de diámetro 1.5 centímetros, cuatro piezas. Pieza de sujeción de resina plástica, cuatro piezas. Pletina de acero espesor 2 milímetros, dos piezas (Núcleo de soporte unido mediante soldadura). Pieza asiento madera de contrachapado. Unión pieza asiento mediante tornillos roscachapa diámetro 12 milímetros, tres tornillos. 7 y media de la tarde. Vuelta a la ciudad.

Llegué a casa, recordando que hoy Janet volvía de la capital y se quedaba un día antes de volver a la suya, ya no recuerdo ni dónde. La llamé y me esperó junto con una amiga en un bar dos calles más abajo de mi residencia habitual.Tras ponernos al día, con otro par de horas transcurridas y las mismas botellas de vino blanco terminadas, llegó su pareja, y tras intentar convencerme de seguir de fiesta, todos sabíamos lo que ello supondría. Nada. Regresé con cierto dolor de cabeza e intenté cocinar algo. Comprobé la nevera. Nada digno de mención. Observé que aún tenía unos pocos spaguettis, limpié más o menos una cazuela y los puse a hervir. Tras comprobar que no había tirado ninguno fuera del cubo de la basura volví a mi habitación. Miré por la ventana, dejando entrar un poco de aire y salir un poco el humo. “Ahí se va otro día de mierda…”

Tom Grass, hoy mismo.