domingo, 6 de diciembre de 2009

Entonces duerme...

Josele reteje melodías pasadas a través de un altavoz que apenas se sustenta en una vieja alcayata. La habitación tiene el típico ambiente de decadencia en la que nos movíamos los jóvenes de aquella época: Dos colchones roídos por el paso del tiempo, unos cuantos carteles de grupos a los que adorabamos, una guitarra superviviente a batallas que sólo podíamos llegar a imaginar, y una bombilla que lo bañaba todo de una ténue luz. "No me molesta, hay un rincón, donde sabré defenderme". Eran poco más de las dos de la madrugada de aquel sábado, y los aromas de Dioniso se entretejían con el humo predominante en el ambiente. El resto de gente se había marchado ya, otra agridulce derrota más en las cuentas a solucionar ante el espejo. "Pasa la fiesta, que decepción, no me tomabas en serio". Nuestras miradas se incendiaron. Era la viva imagen de todos y cada uno de los sueños que habiamos tenido. Su tacto era el del terciopelo, su olor el de todos los campos en flor, y su aliento era el de Dios mismo. El tiempo se paró hasta que todas las lágrimas de Eros fueron derramadas. "Quiero que sueñes conmigo..."

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